A Irenea del Olmo Agudo, casada con Alejandro García Aguilar- Matrimonio, residente en Cataluña; decidieron trasladar su residencia a Almodóvar del Campo.
P. ¿Qué os motivó a este cambio de residencia de norte a sur. De Cataluña a esta localidad manchega?
R. Para empezar, yo soy manchega. Nací en Abenójar y mi marido en Córdoba, por lo tanto el sur nos queda muy cerca, en el corazón. Desde hace once años, estábamos buscando casa, (aunque yo entonces no necesitaba la silla) entre Abenójar, Puertollano y Almodóvar; y es nuestro amigo Marcos, que trabajaba en Caja Madrid de Almodóvar, quien nos ayuda a decidirnos ya que él también estaba buscando una casa para venirse a vivir aquí y no tener que trasladarse diariamente.
Marcos, igual que yo, tenía que desplazarse en silla de ruedas. Cuando un minusválido elige una vivienda, su prioridad no es que sea más bonita o más grande, sino que esté o se pueda adaptar a él, que se desplaza por todas las habitaciones pegado a su silla para poder tener de autonomía.
P. Y elegiste la casa a medida de tus necesidades?
R. No fui yo exactamente, fue Alejandro, mi marido; tan sólo necesitó diez minutos para darse cuenta de que le gustaba, esa misma noche me llamó por teléfono diciéndome lo felices que íbamos a ser aquí, que podríamos pasear juntos siempre que quisiéramos. En los días que estuvo buscando casa, comía en el mesón y es ahí donde hace los primeros amigos, unos señores que diariamente se sentaban en la glorieta del Carmen; les cuenta nuestros proyectos, nuestra ilusión de venirnos a vivir aquí, les pide permiso para hacerles una fotografia y así podérmelas enseñar, y de este modo hacerme a la idea cómo son los vecinos del que sería nuestro pueblo.
"Vosotros sois de Almodóvar porque habéis nacido en él; yo soy de Almodóvar, porque lo he elegido como pueblo."
P. Ya habías elegido Almodóvar como tu pueblo. Sólo te quedaba hacer las maletas.
R. Si, después de las obras de acondicionamiento, rampas, ancho de puertas etc…. que necesitaba la casa, vendemos nuestro piso, hablamos con la empresa de mudanzas y con el trasporte rodado, adaptado a minusválidos, todo estaba apalabrado y dispuesto.
Una noche, a la una y media de la madrugada, Alejandro me despierta y me dice: “Levántate que me encuentro mal, que te voy a dar todos los documentos, y tienes que seguir adelante pase lo que pase.”(Era una persona muy inteligente. Él llevaba tiempo preparándome. Estaba operado de corazón y sabía o intuía que su vida no sería muy larga, aunque, era una persona que nunca se quejaba. En mi casa éramos los dos un par de castañuelas).
Ingresa mi marido en el hospital; se agrava su enfermedad, entra en coma y muere.
Me encuentro sola… Yo no tengo la autonomía para poderme desplazar con la libertad de una persona no impedida; a pesar de mi silla automática, no podía salir ni de mi propio ascensor, pues tenía una puerta de seguridad que pesaba una barbaridad, más otra puerta. Yo sola no podía utilizar el ascensor, sin ayuda estaba encerrada.
P. Ante estas circunstancias tan difíciles y duras, ¿te planteas quedarte o seguir adelante con vuestro anhelado sueño?
R. La situación en la que me encontraba, no tenía nada que ver con los sueños que teníamos proyectados. Estaba sola…Me puse las manos en la cara y en un instante toda mi vida pasó ante mi… Tenía que tomar una decisión y rápida; dónde enterrar a mí marido; pues una de las promesas que nos teníamos hechas era que el día que Dios nos llamase, descansaríamos juntos. Intenté que fuese enterrado aquí en Almodóvar, pero al no poder conseguirlo, me puse en contacto con el Ayuntamiento de Abenójar donde sí me ofrecieron un nicho en el que poder darle cristiana sepultura.
P. Dices que toda tu vida pasó ante ti. Háblanos de tu vida.
R. Como os contaba al principio, nací en Abenójar, éramos dos hermanos mayores y yo, la niña, la pequeña; mi padre de Navacerrada, y aunque en Navacerrada todo el mundo tiene tierras, mi padre era el pariente pobre de la familia. Vivíamos del fruto de una huerta (que teníamos arrendada a un pariente en la localidad de Abenojar). Mis hermanos se fueron a trabajar a Barcelona, y yo, para ayudar a la economía familiar, desde la adolescencia, ya cosía. Llegué a ser una de las tres mejores modistas de mi pueblo, para ello, me fui a Madrid a aprender corte y confección. Con mi trabajo sostenía la economía familiar, hasta que pude convencer a mis padres, para que dejaran el duro trabajo de la huerta, que en su edad, resultaba dificilísimo. Mis hermanos nunca me preguntaron si necesitábamos ayuda económica, y yo tampoco se la pedí; Os cuento esto para que sepas, que mi minusvalía nunca me hizo depender de nadie, aunque yo entonces aún no necesitaba la silla de rueda; pero las consecuencias de la “polio” si me acompañaban siempre.
P. Si habías conseguido una estabilidad económica suficiente, y una buena clientela que valoraban tu trabajo ¿ por qué te marchas a Cataluña?
R. Cuando salgo con mis padres de Abenojar, nos vamos a Alicante donde vivía una prima y fue ella, la que me ayuda a comenzar allí como modista. En Alicante, no había apenas modistas, pues todo el mundo trabajaba en fábricas y es precisamente a través de las compañeras de fábrica de la hija de mi prima, como hago clientela; le confeccioné a ella dos preciosos vestidos, y como el boca boca es lo que más vende, todas las compañeras le preguntaban quién se los había confeccionado; y ahí me tenéis a mi, de nuevo puesta en marcha en el mundo laboral. Pero como estaba predestinado que un día tendría que conocer a mi marido marchamos a Cataluña.
Mi madre, aunque me veía de nuevo situada, no se sentía feliz, quería reagrupar a su familia y decía que: “dejar Abenójar para seguir teniendo lejos a mis hijos, no merecía la pena” y emprendimos viaje. Mi hermano el mayor, nos buscó la casa y… coincidencias de la vida, encontró un piso y habiendo dado la señal, la perdió por otro mayor que vio dos días después; este piso estaba en la misma calle en la que vivía el que sería mi marido, y al cual yo no conocía, claro está.
P. Dices que vivíais en la misma calle, sin conoceros. ¿Quien se fija en quien?
R. Creo que fuimos los dos, casi al mismo tiempo. Yo lo vi un día en una placita charlando con unos amigos, me quedé mirando, pero porque lo vi un hombre joven minusválido, lo vi y no dije nada. Él me contó después que también se había fijado en mí. Él siempre ha sido fundamental en mi vida, y el hecho de que yo esté aquí también es él.
P.- ¿Cómo era tu marido?
Alejandro, mi marido, también fue un niño de familia humilde. Nació en Córdoba y a los seis años lo llevaron a Barcelona; de los seis a los nueve años estuvo ingresado en el hospital de San Juan de Dios, postrado en una cama durante esos tres años, sin poderse mover; os podéis imaginar lo durísimo que puede llegar a ser para un niño esta experiencia.
A los dieciocho años, Alejandro estuvo en un hogar de los padres Mundé, donde querían enseñarle un oficio. El quería aprender mecánica, pero al tener una pierna con minusvalía, debido a esto, le aconsejaron que aprendiese sastre; una profesión que le sería más cómoda, pero a Él no le gustaba. Siempre fue de un espíritu libre y emprendedor, no se acobardaba ante nada; de joven con dieciséis o diecisiete años, cuando no lo admitían en ningún trabajo, se metió a limpiabotas y con el dinero que sacaba lo empleaba en comprarse libros y pasaba apuros económicos hasta para comer.
Los libros para el han sido la savia de su vida. Él me contaba que cuando era niño y estando en el hospital de San Juan hacían juegos y concursos y cuando él ganaba, siempre pedía su premio en libros, es decir su amor por la lectura le viene desde siempre. Más tarde su trabajo fue fotograbador, y también estuvo trabajando en una fábrica de cristal, luego en Francia en un restaurante y tuvo así la oportunidad de aprender francés y su última profesión fue la de conserje. Su vida era trabajar y formarse autodidácticamente; por eso a su muerte me encontré con una enorme cantidad de libros y como habían sido comprados con tanto sacrificio, quise que tuvieran un destino del que él pudiera sentirse orgulloso.
P. ¿No pensaste quedarte estos libros como recuerdo?
R. No, no por varias razones, porque quería que fuesen herramientas válidas para otras personas, como lo fueron para mi marido, y en segundo lugar, porque no son ni un volumen ni dos, os estoy hablando de muchos ejemplares. Cuando llegué a Almodóvar los tenía en el pasillo, en cajas y cajas embalados
P.- ¿Y el destino final que tú elegiste fue…?
R. El destino que yo elegí en primer lugar fue que se quedasen en la biblioteca de Almodóvar del Campo. Es lo que más me hubiese gustado, tenerlos cerca y para ello comencé a dar los pasos; me dirigí a la encargada o directora del centro cultural “Casa de la Marquesa”, Maria-Dolores, creo que se llama. Le conté mi deseo de donar todos mis libros al pueblo que me había abierto las puertas y día a día me ofrecía su cariño y la simpatía de sus gentes, pero me sentí muy triste cuando me contestó que no, que no los admitía porque no tenía donde ponerlos.
A pesar de su negativa le volvía a insistir, le propuse que lo consultara con la concejala de cultura y durante mucho tiempo estuve esperando su repuesta, no se si llegó a comunicar mi deseo a tal concejala.
Nadie me llamó y yo seguí haciendo gestiones por otros estamentos, concretamente con la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real, donde nada más expresarles mi deseo, me dieron inmensas muestras de alegría diciéndome: que tan sólo les comunicase día y hora en la que a mi me viniese bien para personarse en mi domicilio, los encargados de dicho estamento, con un transporte acondicionado para realizar dicho traslado y que yo no tuviese que preocuparme de nada a partir de ese momento.
El día 12 de Junio-2007 recibo una carta en la que se me hace cumplido reconocimiento y agradecimiento de dicha donación.
P. Sigues con el proyecto de venir a Almodóvar por él.
R. Después de enterrar a mi marido en el cementerio de Abenojar, cuando me dejan mis cuñadas en mí piso de Barcelona; cuando cierro mi puerta y cae sobre mí esa primera noche sola, y todas las siguientes, así hasta cinco meses, fueron los más difíciles de mi vida, me sumí en un profundo dolor en el que llegué a perder hasta el habla, había letras como la erre, la ese que no podía ni pronunciar, no me podía comunicar con nadie.
Cuando vine a Almodóvar después de cinco meses necesitaba para todo la ayuda de Loli, que fue mi ángel de la guarda. Con aquella angustia de los primeros días me dirijo a la glorieta del Carmen con aquellas fotografías que un día hizo mi marido; buscando y preguntando por ellos, cuando los localizo les pregunto: “Ustedes se acuerdan de un hombre que venía de Barcelona, que quería venirse a vivir a Almodóvar y que les hizo estas fotografías. Era mi marido, él falleció, pero era su deseo entregarles estas fotos, por eso yo hoy vengo a traérselas”.
Estos señores me dijeron cuanto sentían mi dolor y agradecieron el gesto. Poco a poco fui formando parte de la vida junto a los almodovareños hoy me he incorporado a mis cursos de informática, en el hogar de los mayores, pertenezco también a la asociación amigos de la historia, asisto a clases de pintura, a la Iglesia.
Como decía antes voy formando parte cada vez más del paisaje del que ya es mi pueblo.
Quiero dar gracias a todas las personas que me han ofrecido su amistad y me han dado su cariño día a día.
Hasta aquí la entrevista con Irenea a la que deseamos la mayor felicidad todos los días y los mejores deseos.
Irenea conserva, entre otros recuerdos, la siguiente carta de su esposo:
A mi esposa Irenea:
En el día de nuestro vigésimo segundo aniversario:
Queridísima esposa.
Hoy, por esta misma fecha, contrajimos matrimonio de un modo muy simple. El acto fue sencillo y muy natural, tanto que, al recordarlo, se me viene a la mente como una fotografía, ya vieja, pero clara. Las personas que la compusimos: Tú, yo, mi madre, algunos de tus familiares y aquel mágico atardecer que acompañó, han creado un vínculo en la vida que ni la muerte podrá borrar.
Y hete aquí que, ya, tras pasados veintidós años de estar unidos por ese lazo seguimos escribiendo páginas y más páginas de historia.
Hemos soportado amargos momentos, e incluso minado y heridos nuestros sentimientos; orgullo algunas veces; otras con esa testarudez que da la confianza y enturbia el respeto. Pero ese mágico roce y esa tierna mirada, en el preciso instante, han devuelto el río a su cauce, la tormenta a la calma y a su justo tiempo, la semilla del sosiego ha germinado en nuestros corazones por la lógica razón del entendimiento.
No soy vanidoso ni pedante aunque pueda parecerlo en el contenido de estas palabras. Sólo un hombre que le dice a su esposa por escrito(a ti, mi querida esposa) la sensación que experimento en estos recuerdos.
Recuerdo aquel sábado 15 de abril de 1978. Lo recuerdo y no quiero olvidarlo. Y para que no suceda, deseo, mi querida, tierna esposa- sin hijos, pero madre de mi corazón- que sigas compartiendo las páginas restantes de este viejo libro donde, día a día, hemos ido plasmando aromas, sensaciones, pesares y bonanzas, suertes sin fortunas y momentos de gloria; pero, sobre todo, la esencia verdadera de un cariño perdurable.
Tu esposo que bien te quiere y más te ama. Alejandro