Es una pregunta retórica, como tantas que a veces se lanzan al aire casi como un desafío. No le pregunto a usted, respetado lector, quién es. A lo sumo le invito a que lo averigüe, porque tal vez, como nos pasa a todos, obvie lo que es realmente.
Son muchas las cosas que relucen como el oro sin serlo. Otras, siendo buenas, sin embargo permanecen en la sombra, detrás de aquellas que brillan. El ser humano es muy proclive a crear un escaparate de sí mismo. Un escaparate dónde se afana en colocar todo aquello que consigue, dónde cuelga sus títulos, méritos, triunfos…, pero rara vez, en ese escaparate, vemos la naturaleza íntima del ser humano. Su interior, su verdadero YO.
En cierta ocasión, leí una anécdota de la que aprendí una valiosa lección.
Cuentan que una mujer estaba agonizando. De pronto, tuvo la extraña sensación de que era llevaba al cielo y presentada ante el Tribunal.
Al verla, una voz le preguntó:
– ¿ Quién eres?.
Ella, resuelta dijo:
– Soy la mujer del alcalde.
La misma voz, le volvió a preguntar:
– Te he preguntado quién eres, no con quién estabas casada.
La mujer intentó responder a la pregunta con mejor acierto:
– Soy la madre de cuatro hijos.
Pero esto tampoco contestó la insistente pregunta.
– Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
En un nuevo intento de encontrar la respuesta certera, la mujer volvió a decir:
– Soy una maestra de escuela.
Nuevamente, erró. La voz, con la misma perseverancia, insistió en la pregunta:
– Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
La mujer, trató una y otra vez de dar cumplida respuesta a esa pregunta simple pero complicada al mismo tiempo, pero respondiera lo que respondiera, no era capaz de dar con una respuesta satisfactoria.
Intento ahondar en su fe puesto que estaba ante el Tribunal.
– Soy una cristiana.
– Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.
Perseverante, la mujer hizo un último intento.
– Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.
– Te he preguntado quién eres, no lo que hacías…, le dijo aquella voz inamovible una vez más.
Esa mujer, no consiguió pasar el examen y fue enviada de nuevo a la tierra, a su lecho.
Milagrosamente, se recuperó de su enfermedad y fue tal aquella experiencia y cuánto recordaba de ella que tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo, fue diferente para ella. Su existencia, adquirió otro valor.
Cuántas veces, a la hora de presentarnos, no habremos dicho: soy fulanito de tal, soy tal o cual cosa, tengo esto, he hecho esto, hago lo otro…si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que muchísimas veces. Lo hacemos por costumbre y porque así creemos que nos damos mejor a conocer, pero ¿ no cree que también hay algo de vanidad detrás?.
A veces, he tenido la sensación al conocer a alguien, de que estaba ante un corredor de fondo en la gran carrera de la vida. Honores, medallas, puestos destacados…todo un atractivo escaparate, como bien decía la principio, para convencerme de que estaba ante un triunfador. Y, realmente, lo veía así, como un abanderado en sus logros y triunfos y convencido de que eso, y no otra cosa, era lo más loable de su vida.
No hace mucho, conocí a un hombre que antes de decirme su nombre, me dijo todo cuánto era: sociólogo, catedrático y profesor de universidad, columnista en un periódico, y no sé cuántas cosas más que ya ni recuerdo. Su semblante era bondadoso y al hablar, se le adivinaba una serenidad y templanza agradable, pero su curriculum, sin duda, meritorio, me fue indigesto, amén de superfluo, porque no me permitió ver ni conocer realmente a la persona que tenía delante, seguramente con mucho más que contarme que aquello que, sentando en su cátedra, consideró más importante ensalzar de si mismo.
Tampoco me conoció a mí realmente, ni siquiera me preguntó como me llamaba. Difícilmente creo siquiera que me recuerde. Fui, seguramente, alguien que pasó efímeramente por su lado.
Lo triste es que vamos así por la vida, proyectando aquello que queremos que se vea porque así creemos que somos más dignos, mejores, y lo que es aún más triste, nos creemos realmente así, con esos adornos relumbrones, porque de otro modo nos sentimos desnudos, vacíos…
Podemos ser muchas cosas, casi todas buenas y de las que sentirnos plenamente orgullosos, pero realmente ¿ sabemos quienes somos?. Es fácil que nos pasemos toda una vida aferrados a lo que en muchos casos no son más que títulos colgados en una pared y nuestras credenciales sin ser conscientes de que, a parte de eso, somos algo más. Algo que, no está la vista pero que, no hay duda de que llevamos dentro.
Desde que nacemos, se nos da la oportunidad de “ Ser” y eso es lo hacemos mientras vivimos: “ Ser”. No esto o aquello, ni todo un personaje. Tampoco un don nadie o un miserable, sino simplemente “ Ser”. Quizá suene ambigüo, pero en definitiva, es lo que nos corresponde averiguar. Sin títulos, sin adornos, sin riquezas…, en definitiva, lo que aloja serena nuestra alma.
Es difícil, quizá complejo porque podemos llegar a ser un enigma para nosotros mismos, pero tengo la firme convicción de que, en cada ser humano, hay una esencia que lo define como único y especial. Liberémonos de complejos, de superficialidades, en definitiva de lo banal, y veamos lo que encontramos en nuestro interior. Es muy posible que lo que hallemos, brille mucho más que aquello de lo que tanto nos hemos adornado.