Image No sé bien porqué, pero cada vez con más ímpetu, escucho a la gente decir llegadas las fechas navideñas que no le gusta la Navidad. Todo es consumismo, dicen; derroche, grandes comilonas…

    Inevitablemente, cada vez que alguien me ha dicho esto, me he preguntado si realmente no le gusta la Navidad o simplemente se escuda en ese desdén para ocultar lo que verdaderamente espera y desea de ella.

    A veces, por esas circunstancias que se presentan en la vida y que no siempre elegimos, ciertos momentos pueden convertirse en tristes precisamente porque en otros días fueron entrañables.

    La Navidad, tiene ese contrapunto para algunas personas. Una pérdida familiar, una ausencia o una simple cuestión de tozudez y orgullo, puede dar una perspectiva distinta a aquello que vivimos en otros días no muy lejanos con ilusión y con fe. Pero eso, en el fondo y si apelamos a la sensatez, sólo nos justifica ante nosotros mismos, no ante el sentido y el sentimiento auténtico de la Navidad que debe aflorar.

    A menudo, he querido decirle esto mismo a toda esa gente que en algún momento ha manifestado un rechazo casi indolente con la Navidad, pero lo cierto es que nunca lo he hecho. No quise meterme en camisas de once varas ante la siguiente pregunta que hubieran podido hacerme:  A ver, ¿ Cuál es ese sentido y sentimiento auténtico? Y, claro. He aquí la madre del cordero. Lo auténtico, hoy es todo un desafío encontrarlo, pero mucho más mostrarlo.

    Corren tiempos dónde todo se relativiza y se cuestiona y para el cristiano, muy especialmente, esa inercia tan “relativa”, es una prueba a superar cada Navidad porque tiene que hacer prevalecer su fe y su alegría, la que da sentido a la celebración, que no es otra que la Natividad de Jesús. Y la sociedad no se lo pone fácil, desde luego.

    Pero se ha de ser valiente, creo yo, y predicar con el ejemplo haciendo valer la autenticidad de la Navidad por encima de todo, con nuestra alegría y fe particular, porque de otro modo, estaremos dando cancha a muchos de esos amargavidas y agoreros que tan “ relativamente” ven y viven la vida.

¿Cómo hacerlo?, se preguntarán. Pues como con casi todo. Poniendo el corazón. Simplemente. A partir de ahí, cada uno decide cómo debe latirle en esos días y a quién debe entregárselo para compartir su alegría.

    Mi corazón, no es mejor que el de cualquiera de ustedes, ni más generoso, pero sabe como latir en Navidad. No duda ni un ápice.

    Desde  hace mucho tiempo, creo que comencé por aquellos días escolares en los que aprendí a escribir con cierta soltura y buena caligrafía, todos los años,  las semanas previas a la Navidad, me dedico a escribir felicitaciones navideñas para enviárselas a mi familia y amigos ( que no  “ Christmas”, eso para los anglosajones. Aquí, en España, y mucho más en su Castilla y la mía, son felicitaciones navideñas ).

    Pero, a lo que iba. Para mí, mandar felicitaciones navideñas, es toda una tradición. Comencé, como ya he dicho, cuándo era niña, dibujando portales de Belén, estrellas y velas encendidas y escribiendo en letras rotuladas y de colorines “ Feliz Navidad”, para continuar en el tiempo con felicitaciones de mi puño y letra más personales.

    Tal vez porque me gusta escribir y le pongo pasión en ello, esas felicitaciones no son las típicas y tópicas. No me limito a felicitar la navidad, cosa que al final siempre hago, sino que además a cada cuál le escribo algo más personal, más directo y cómplice con la vida que lleva o con algún acontecimiento que le sobreviene. Algunas veces envío ánimo si algo les aqueja. Otras, ilusión si hay buenas nuevas como algún nacimiento. También, recuerdos, fe en el futuro si hay proyectos inmediatos o desesperanza, recordatorios de amistad, de cariño, de deseos de volver a verlos y compartir algún buen momento, incluso, alguna vez me he arrancado con alguna poesía.

    Tengo una lista bastante larga de personas a las que les envío mis “ felicitaciones navideñas”. Se ha ido haciendo larga con los años y con la constancia.

    Algunos, a vuelta de correo, me envían también su felicitación con sus buenos deseos, otros no son de escribir pero me llaman por teléfono o el día de nochebuena me ponen un mensaje en el móvil para desearme Feliz Navidad; cualquier forma es buena y la agradezco  porque me demuestra que esa semilla que salió de mi corazón cuándo escribí esas felicitaciones, ha germinado de alguna manera en el corazón  de cada uno de ellos.

    Puede parecer poca cosa pero, para mí, esta pequeña tradición personal por Navidad me llena de satisfacción, y lo hace porque  tengo la firme convicción de que en el momento que alguien te desea Feliz Navidad, su corazón en ese momento te desea lo mejor. Te desea paz en tu hogar, en tu espíritu con tu fe, ilusión por vivir la Navidad  con los tuyos compartiendo una mesa, en definitiva, muchas cosas que te hacen recoger el auténtico y mejor regalo que pueden hacerte, el que más necesitas tener y conservar; buenos deseos y mucho cariño.

    De mis amigos, de mi familia y de muchos conocidos, recibo en esos días ese mensaje y ese regalo navideño, y eso, qué quieren que les diga; reconozco que me hincha el corazón de alegría y siento cariño a raudales.

    Eso y no otra cosa entiendo que es ponerle el corazón a la Navidad. Hay más formas aparte de mandar felicitaciones navideñas o desear Feliz Navidad, me consta. Sólo hace falta darles rienda y escuchar nuestros propios latidos en lugar de caer en esa banalidad que parece alojarse como una mala moda en la voluntad de muchas personas cuándo afirma  que no le gusta la Navidad.

    La Navidad, señores míos, es hermosa. Tanto para el espíritu como para el alma porque, para usted, como cristiano que es,  es un motivo para estar contento, para renovar y seguir dando aire a su fe, no en vano celebra que Jesús nació para salvar a los hombres.

    Sólo algunos corazones de hojalata la sienten con indolencia porque la viven con superficialidad, con sus adornos, no con su latido sereno y verdadero.

    Busquen si no han encontrado aún semillas en su corazón de Navidad. Busquen aunque estén tristes. Miren a su alrededor, les aseguro que su perspectiva cambiará y se sentirán algo mejor porque encontraran seguramente cariño y comprensión en algún rostro amigo.

    Si por el contrario, ya tienen el corazón lleno de semillas navideñas para sembrarlas en aquellos que quieren, sólo me queda desearles de corazón que aquello bueno y generoso que siembren esta Navidad, lo recojan con creces en esos días y por siempre.

¡FELIZ NAVIDAD!