A los 73 años nos ha dejado Pascual Solís Redondo, figura única e indiscutible de la música en Almodóvar del Campo.
Expresar con palabras el sentimiento de emoción que nos causa su pérdida no vendría sino a maquillar el retrato de alguien para quien la cuerda y el viento han dibujado su vida.
La cuerda, en su cello (“tengo que ponerle las cuerdas ya de una vez”, me confesaba en una ocasión) y en su pulso y púa (el quinteto de guitarras, laúd y bandurria que lleva su nombre).
El viento, en su carrera de clarinete y en sus voces corales, villancicos y pastores con los que nos ha deleitado cada navidad.
Los jóvenes todavía recordamos su escuela de guitarra, en La calle San Antonio esquina Corredera. Qué voluntad de buen músico, qué tenacidad con los chavales, siempre exigente con la afinación.
Corría en las venas de Pascual sangre de artista, y alguna pincelada sobre el Lienzo lo prueba. Pero Pascual ha sido ese ser humano que con 73 años no paraba de repetir: “No hay nada como la música”.