ImageHace unos meses un periódico de la región publicaba la siguiente noticia: “Dos matrimonios de los de antes celebran las bodas de oro en nuestro pueblo”.

A nosotros, que el día cinco de diciembre dábamos gracias a Dios por llevar cincuenta años de matrimonio, y que lo celebrábamos, gozosos y enamorados,  rodeados de nuestros hijos y nietos (26 en total),  con una emotiva ceremonia en la  Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Almodóvar del Campo, esta noticia nos ha servido para meditar.

Pensamos que el matrimonio no puede ser de antes ni de después;  que al matrimonio hay que hacerlo todos los días, si queremos que dure para siempre.

Es como si al casarnos nos dieran un diamante en bruto. Por muy bien que lo hayamos elegido durante el noviazgo, es una piedra con muchas posibilidades, pero en bruto. Hay que tallar el diamante si queremos convertirlo en una joya.

Lo que da valor a un diamante es la forma en que está tallado para realzar su brillo y hermosura. Eso es lo que le da los quilates. Es lo que convierte en una joya lo que no era más que un pedrusco.

La talla y el pulimento sólo se pueden hacer, con su propio polvo, por manos expertas que sean capaces de realzar las posibilidades que tiene ocultas el diamante.

Al tallarlo se prefiere sacrificar algo del contenido de la piedra y conseguir  el máximo efecto de refracción y reflexión que haga destellar la luz e incluso que fosforezca en la oscuridad. El resultado  merecerá la pena. Al final, la luz  lo hará brillar, emitiendo múltiples irisaciones y coloridos.

El matrimonio, como el diamante es duro y a la vez muy frágil con cualquier golpe. Al   matrimonio tenemos que tallarlo todos los días, poco a poco.

Para que nuestras manos sean expertas necesitamos formación y luz que venga de lo “Alto”.

Las herramientas principales son la reflexión y  el diálogo. Lo tallaremos con nuestro propio polvo. La materia que  hemos de perder, al ir haciéndolo, serán todos esas cosas que separan: egoísmos, soberbias,  el ser dominante, el paternalismo, los complejos, etcétera, que sólo dificultan la convivencia y evitan que el amor crezca.

Hay que eliminar lo que separa y fomentar lo que une. El amor no hace el acoplamiento, el acoplamiento hace el amor. Dicen que hay que aguantar mucho en el matrimonio. Lo que hace falta no es aguante, lo que hace falta es capacidad de renuncia. Hay que dejar de ser YO para convertirnos en NOSOTROS.

No basta con estar juntos, tenemos que formar una comunidad. Merece la pena porque lo que  aporta cada uno es infinitamente menor que lo que  recibe; aquí funciona lo del ciento por uno.

Cuando se consigue, brillamos de paz y de alegría por dentro y por fuera como el más valioso de los diamantes.

Al celebrar la Bodas de Oro hemos visto  brillar nuestra joya; pero no todo está hecho, hay que seguir tallando. A veces un pequeño golpe  rompe alguna esquina y hay que tallarle una nueva cara, a veces se empaña y hay que limpiarlo y pulirlo para devolverle su brillo.

El matrimonio no es de antes. El matrimonio es de ahora, si queremos que dure para siempre.
       

Desde Segovia, diciembre de 2007
 
Matrimonio Arias-Fúnez