La primera vez que vi a Tarancón fue en Roma. Dio una conferencia sobre el Sínodo. Trataba de la “Justicia en el mundo y el ministerio sacerdotal”.
Un hombre que rezumaba humanismo, competencia en lo que decía, claridad y sencillez en la exposición.
El centenario del nacimiento de Vicente Enrique y Tarancón (Burriana 1907, Valencia 1994) quiere recuperar la figura de un líder de la Iglesia Católica en España que marcó una andadura nueva para la comunidad cristiana.
El Vaticano II y la transición española adquirieron en nuestra patria un matiz especial. Es importante hacer memoria de estos hombres a quienes España debe tanto.
Mi segundo encuentro con el Cardenal Tarancón fue en Salamanca. Después de una misa en la catedral, estábamos esperando en una casa religiosa para que llegara la gente y cenar. Un señor, demasiado imprudente y atrevido le dijo que “los inteligentes habíamos dejado de fumar”. Estábamos en aquella habitación tres o cuatro personas. Sin darle mayor importancia el Cardenal, ni corto ni perezoso, le respondió: “Mire usted, yo no me tengo por inteligente”.
Una estampa que nunca olvidaremos los españoles fue en la misa del Espíritu Santo que se celebró en el comienzo de Juan Carlos I como rey de España. Allí Tarancón puso de manifiesto el papel de la Iglesia en este nuevo tiempo que empezábamos.
Tuvo una repercusión mundial. Yo recuerdo, incluso, que en los colegios e institutos se comentó, leyó y analizó la homilía en la clase de religión. Una verdadera pieza literaria y un documento histórico para la Iglesia española.
Merece la pena leer de nuevo estos textos:
“La Iglesia se siente comprometida con la Patria. Los miembros de la Iglesia de España son también miembros de la comunidad nacional y sienten muy viva su responsabilidad como tales. Saben que su tarea de trabajar como españoles y de orar como cristianos son dos tareas distintas, pero en nada contrapuestas y en mucho coincidentes”.
“Para cumplir su misión, Señor, la Iglesia no pide ningún tipo de privilegio. Pide que se le reconozca la libertad que proclama para todos; pide el derecho a predicar el Evangelio entero, incluso cuando su predicación pueda resultar crítica para la sociedad concreta en que se anuncia; pide una libertad que no es concesión discernible o situación pactable, sino el ejercicio de un derecho inviolable de todo hombre. Sabe la Iglesia que la predicación de este Evangelio puede y debe resultar molesta para los egoístas; pero que siempre será benéfica para los intereses del país y la comunidad. Éste es el gran regalo que la Iglesia puede ofreceros”.
Todo el discurso del Cardenal Tarancón merece la pena porque pone de manifiesto lo que la Iglesia pensaba sobre la transición española a un régimen democrático. La comunidad cristiana por medio de su representante pedía libertad para la Iglesia, lo mismo que para cualquier ciudadano. Libertad para proclamar el Evangelio, “el Evangelio entero”, no una parte y algo reducido a la sacristía sino un Evangelio completo, espiritual y social.
El recuerdo de Tarancón en este Centenario de su nacimiento es una buena ocasión para dar gracias a Dios por esta gran figura de la Iglesia Española.