Dios es un pan inmenso, inagotable,
tierno, fraterno, nutritivo, gratuito,
puesto en la mesa del mundo.
Es el pan de los pobres y de los peregrinos,
Pan divino.
Cristo es pan partido, roto, entregado,
amasado en amor y cocido en el fuego del Espíritu,
viático y medicina de inmortalidad,
pan para la comunión y la entrega.
Dios es vino bueno, inagotable,
fuerte, alegre, gratificante,
ofrecido junto al pan en todas las mesas del mundo.
Es el vino de los débiles y de los generosos,
vino que fortalece y enamora, vino del Espíritu.
Cristo es “vino tinto”, con sabor de sangre, ardiente,
vino derramado, copa que rebosa y se derrama,
prensado en los pesos del amor
y madurado en las cubas del Espíritu,
vino de la amistad y la alegría,
vino para alianzas y compromisos.
¿Quién quiere un trozo de este pan?
¿Quién quiere una copa de este vino?
Tomaré el pan de la comunión,
alabando sus amores.
“Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre”.