Desde hace más de 30 años he estado siguiendo los escritos del Padre Arrupe sobre Espiritualidad y Vida Consagrada. Ahora que estamos celebrando el Centenario de su Nacimiento me parece interesante evocar su figura y su carismática personalidad, como uno de los Padres de la Iglesia de nuestros días.
Algunos datos biográficos
Pedro Arrupe nació en Bilbao el 14 de noviembre de 1907 y muere en Roma el 5 de febrero de 1991. En octubre de 1914 empieza el bachillerato en los Escolapios de Bilbao. En 1923 comienza la medicina en Madrid, fue compañero de Severo Ochoa que más tarde sería el premio Nóbel.
El año 1927 ingresa en la Compañía de Jesús. El 1938 es enviado a la misión de Japón. El 1941 es encarcelado acusándole de “espía”. El 6 de agosto de 1945 fue testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.
El Padre Pedro Arrupe fue elegido Superior General de la Compañía de Jesús el 22 de mayo de 1965. Estuvo en este cargo hasta el 7 de agosto de 1981, debido a una trombosis cerebral que le dejó incapacitado.
El talante espiritual
El Padre Arrupe fue un testigo del Vaticano II y de un acontecimiento que estremeció al mundo entero: el bombardeo de Hiroshima.
Alguno va a decir que “lo que Ignacio, un vasco, ha construido, otro vasco lo va a destruir”. Son las malas lenguas y los que no entendieron el espíritu evangélico, dialogante con el mundo y las culturas de Pedro Arrupe. Sin embargo él va a señalar “el optimismo realista, lleno de confianza en el Espíritu Santo que guía a la Iglesia y a la Compañía. No se trata de mantener un recuerdo nostálgico del pasado, ni un resentimiento o descontento por los cambios difíciles que probamos en la Compañía o fuera de ella”.
En todos sus discursos, conferencias y escritos el General de los Jesuitas dejaba una semilla de fe, esperanza y amor.
Había un proverbio que repetía con frecuencia: “si cae un árbol, hace mucho ruido, pero si mil flores se abren, sucede en el mayor de los silencios”.
Estaba convencido que el aire nuevo que se respiraba en la Iglesia sería algo vano si no iba acompañado de un corazón convertido a la persona de Jesús.
Pensamientos
“Estoy profundamente convencido de una cosa: sin una profunda conversión personal, no estaremos en condiciones de responder a los desafíos que nos lanza el hoy. Antes, al contrario, si lográramos derribar las barreras que se levantan en nosotros mismos, experimentaremos de nuevo la irrupción de Dios y aprenderemos lo que significa ser cristianos hoy."
“¡Por favor, sean valientes! Les diré una cosa. No la olviden. ¡Oren, oren mucho! Estos problemas no se resuelven con esfuerzo humano. Estoy diciéndoles cosas que quiero recalcar, un mensaje, quizás mi canto de cisne para la Compañía. Tenemos tantas reuniones y encuentros, pero no oramos bastante”.
“Les pido una nueva exigencia: la de buscar, si es necesario, otros modos, ritmos y formas de oración más adecuados a sus circunstancias y que garanticen plenamente esta experiencia personal de Dios que se reveló en Jesús”.