Celebramos la fiesta de nuestra Patrona-la Virgen del Carmen- en un ambiente veraniego, en el que muchas personas y familias gozamos de unos días de descanso.
Quien celebra bien y mira bien a la Virgen del Carmen, descubre a una mujer histórica, con su cuerpo y su alma, elegida por Dios para ser Madre suya y de los hombres.
María fue una mujer llena de paz y calma interior; la invocamos como Reina de la paz. Y así es modelo de persona pacificada interiormente, llena de serenidad y armonía que da Dios.
En esta época del año en la que se busca ansiosamente unos días de descanso, podemos caer en la cuenta de la situación anímica en que nos coloca la vida actual.
Erich Fromm, en su libro “El arte de amar”, escribe: “Nuestra cultura lleva a una forma difusa y descentrada, que casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez…Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo…Esta falta de concentración se manifiesta claramente en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos”.
Sí, ciertamente, la civilización actual es una gran dificultad para vivir desde dentro y en reposo interior. Tanta oferta de cosas y el uso de ellas sin juicio nos convierte en personas estresadas, dispersas, nerviosos, viviendo fuera de nosotros mismos, superficiales, sin quietud y calma íntima.
Celebrar la Virgen del Carmelo- Patrona de los contemplativos- es una invitación a hacer “fondo”, a vivir desde lo hondo de nosotros mismos, donde hay una fuente de agua que brota para vida eterna (Juan 4,14).
Desde esa profundidad nos relacionamos y acogemos al otro desde nuestro yo más bello; caemos en la cuenta de las ataduras, ambiciones, esclavitudes y nervios que quiere imponernos el modo de vida actual, conseguimos el mar interior en calma.
Una persona que bebe, como María, de esa fuente interior, llega a la pacificación de tantas tensiones a que nos somete la vida actual.
El verdadero descanso es poner en dirección de Dios todas las fuerzas del alma, todo el corazón y toda la vida. Esta es la gran aventura del creyente: encontrar ese tesoro escondido, que, quien lo encuentra, dice Jesús, lo vende todo (Mat. 13,44).