Villares de JadraqueEn el escrito “QUE SOLO ESTÁS” , editado en el periódico número 207 del mes de marzo, prometí relataros algún otro día, la excursión que hice con un amigo hasta un pequeño pueblo de La Sierra del Alto Rey, en Guadalajara, y hoy he decidido contárosla.

Todo empezó un soleado domingo de octubre.

Aprovechando el radiante día otoñal, salí de Guadalajara acompañado por mi amigo y sacerdote Benito Alcolea, con dirección a las tierras de la Sierra del Alto Rey, en ésta provincia, después de haber asistido a Misa en la Concatedral.

Eran aproximadamente las diez de la mañana, y no nos detuvimos hasta cruzar el puente sobre el Río Bornoba en las inmediaciones de Alcorlo, pueblo situado a la puerta del embalse del mismo nombre.

Al poner los pies en tierra, el olor a jaras nos inundó el olfato; el rumor del río llenó nuestros oídos, y el azul de un cielo limpísimo contrastando con el verde amarillear del valle, deslumbró la mirada. Respiramos a fondo tratando de llenarnos de aquel aire, al tiempo que expulsábamos el que traíamos de la ciudad. Bebimos de un manantial, y disfrutamos de un agua sin clorar. Poco a poco íbamos adquiriendo un cuerpo serrano.

Cerré los ojos, y empezó a “serraneárseme” el espíritu.

Villares de JadraqueMedia hora después, entrábamos en un pueblecito casi perdido en los mapas, con unas cuantas casas, pocas, todas construidas enteramente con rocas pizarrosas desde los cimientos hasta los tejados, que albergan a sus 57 habitantes. Las cubiertas están rematadas con enormes láminas de pizarra negra. El pueblo se llama: VILLARES DE JADRAQUE.

El Ayuntamiento ocupa una plaza recientemente estructurada, rectangular, dotada de un fácil aparcamiento, y ajardinada con hierbas silvestres y olorosas: Romeros, jaras, y tomillos. Desde aquí, bajando por un desnivel de cuatro leves escalones, se accede a otra explanada con césped y arbolitos en la que se encuentran la fuente y abrevadero públicos. Por encima de los caños de la fuente, una placa muestra el agradecimiento de los vecinos a don Andrés Llorente Llorente, hombre que en 1897 trajo el agua potable al pueblo y favoreció ampliamente a Villares, dejándose la piel y la fortuna al procurar hacer las cosas bien. La Casa Consistorial fue levantada hace pocos años, pero guardando fielmente la construcción de su entorno.

Lo primero que hemos hecho, ha sido buscar y encontrar a la iglesia; En ella, mi amigo sirvió a esta comunidad hace ya cincuenta años; era la primera parroquia asignada después de cantar su primera misa.

La iglesia ni es bonita, ni tiene valor arquitectónico alguno, ni siquiera está fabricada con pizarra; desentona. Solo la destartalada espadaña con dos vacíos en su campanario, de los que solo uno alberga una pequeña campana a la que el hueco le viene grande, vive de acuerdo con su ambiente.

Villares de JadraqueEstá situada a la entrada de la Plaza del Ayuntamiento, y no guarda alineación con nada ni con nadie, está atravesada, pero tampoco del todo, está en oblicua; no es culpa suya, ella estaba allí muchos años antes que todo lo demás.

Se nos ha cruzado una mujer de unos sesenta años, lleva un cayado pastoril en una de sus manos y le acompaña un perro sin raza, pero listo y cariñoso. La señora miraba y se hacía ver por nosotros hasta obligarnos a saludar. Mi amigo, que estaba deseando ver a un ser vivo en “su pueblo”, le pregunta dónde podemos pedir las llaves para entrar en el templo. La señora se acerca, y monseñor se presenta a sí mismo como el sacerdote que durante los años cincuenta les ayudó espiritualmente, y en otras necesidades: “Soy Don Benito”. 

Se recuerdan los dos; ella hace cincuenta años era una niña, es Josefa, la hija de la tía Rosa. Exclamaciones de alegre sorpresa, y Josefa llama a gritos a un varón de aproximadamente su misma edad que cruza no lejos de nosotros: “Es Félix”, nos informa. El hombre se acerca, y mi amigo le interroga: “¿Fuiste tú monaguillo mío?”. “Es don Benito, el cura que tuvimos, le apunta Josefa.

Félix ha recordado, y sonríe abiertamente. ¿Con quien te casaste? “Estoy soltero, don Benito, es que no encuentro”; ¿Cuántos años tienes? “Tengo 63 años”; ¿Y no has encontrado en todos esos años? Félix vuelve a sonreír, pero ahora con cierta vergüenza.

Mientras, Josefa se ha acercado hasta una de las casas y trae en la mano un pequeño y moderno llavín. Yo había esperado una gran llave de hierro, de aquellas huecas que no cabían en una sola mano.

Abro la puerta y entramos. La iglesia es de una sola nave y pobre. El coro, elevado a unos tres metros sobre el extremo posterior del edificio, está destartalado, torcido y casi en ruinas. Las paredes laterales están ahuecadas y levantadas por la humedad; la pintura se encuentra descascarillada y caída en el suelo. El retablo, aunque no valioso, es todo él de madera, pero lo disimula al encontrarse cubierto por una pintura azul celeste y barata que han aplicado con brocha gorda.

En el centro del altar, está el Sagrario, sencillo. La lamparilla roja está encendida:

ÉL ESTÁ ALLÍ.

De pronto he encontrado al edificio importante.

Le hemos reverenciado y me he comunicado:

¡¡¡Qué solo estás aquí!!! Seguro que TÚ CUERPO también huele y sabe a húmedo, como tu casa. Me gustaría probarte. Sí, una misa en Villares hubiera colmado mi bienestar.

Josefina y Félix nos han esperado fuera.

Después de cerrar la puerta con llave, pensé: ¡¡Vuelves a quedarte solo!! ¡¡Aguantas todo!!

Villares de JadraquePasamos las cuatro personas por delante de la Casa Consistorial atravesando su regular plaza. Me detengo para beber en los chorros de la fuente y leer la inscripción dedicada a don Andrés. Es claro que no hay, en justicia, premio sin sacrificio, y no todos están decididos a sacrificarse sin recibir antes, porque con frecuencia, los hombres no pagan después.

Félix y Josefa nos conducen hasta un bar que sobre el dintel proclama: “Mesón Las Albarcas”

Josefa se despide y nos deja a la puerta. Félix entra con nosotros.

En el interior, y a mano izquierda, hay una barra-mostrador tras la que un orondo varón de unos cuarenta y tantos años, atiende a los clientes.

Don Benito pregunta por la señora Alejandra, que ahora será la abuela de la casa, y cuando todos se interrogan con la mirada, mi amigo se presenta. El efecto buscado se produce; Caras alegres, bocas abiertas, risas y exclamaciones festivas: “Don Benito, don Benito.”

¿Sabéis que me sentí importante? ¿Sabéis que me sentí contento de ser amigo de mi amigo?

Se notó que también don Benito se había sacrificado por estas personas durante aquellos cinco o seis años que vivió entre ellos. Ahora estaba recogiendo un pequeño premio.