Entre las personas que se cruzan en la Vida de Cristo y que no son señalados como discípulos suyos, siempre he sentido curiosidad, y cierta preferencia, por dos personajes de muy distintas características: uno es Zaqueo, el publicano, recaudador de impuestos, lo que hoy denominaríamos funcionario de la Administración Oficial. Aquellos profesionales no sentían otra preocupación que la de manejar y obtener dinero. Por lo mismo, pronto abundaban tanto en riquezas como en enemigos. Carecían de prejuicios y no se detenían ante ninguna Ley moral ni ética (que no son lo mismo)
Muy diferente, como digo al comienzo, es el otro personaje: Nicodemo, seguidor estricto de la Ley de Moisés, sabio e instruido fariseo, y miembro del Sanedrín; aquel que acudió a visitar a Jesús en una de las noches de Jerusalén.
Hoy, aprovechando que se acerca este evangelio a ser leído en el próximo mes de noviembre, me agrada recordar el emotivo encuentro de Jesús con Zaqueo, en la ciudad de éste último: Jericó.
El interés de Zaqueo por ver a Jesús no pudo ser un impulso del momento. Zaqueo debía estar esperando con impaciencia que Cristo llegara un día a su ciudad, la ciudad más antigua del Mundo. Alguien debió hablarle de Jesús, y en él nació aquella atracción irresistible.
A éste hombre le han debido contar la predicación, la doctrina de Jesús en Galilea, en Judea, incluso en Samaria, y deseaba en lo más profundo de su corazón conocer a aquel Hombre que predica valientemente las desigualdades cometidas por la justicia, y la mala distribución de las riquezas.
Sabe que no le gustan los que atesoran poder y dinero, y él, Zaqueo, tiene ambas cosas. Posiblemente la conciencia le está molestando.
No era curiosidad lo que sentía Zaqueo por ver a Jesús.
Curiosidad era la que sentía el resto del pueblo, curiosidad y egoísmo por recibir algún bien de sus manos o de su palabra. Zaqueo no pide, no está necesitado, al menos, de momento tiene poder, salud, y dinero, y sin embargo está enamorado de la predicación de Cristo.
No sabemos cómo le habrán hablado de Jesús, si ha sido a favor o en contra, pero Zaqueo ha sacado sus conclusiones, por otra parte, inteligentes y correctas. Lo que parece cierto es que a Zaqueo Cristo se le ha metido en el corazón. Este hombre, que parece que está deseando la llegada de Jesús, no sabía que era hoy el día que viene a visitarle; hubiera salido con más tiempo para ponerse en primera fila; no tiene complejos, no le importa la gente, no siente vergüenza humana, tanto es así, que como todo está ocupado y no puede verle, sale corriendo hasta una distancia por delante de donde Jesús avanza, y se sube a una higuera egipcia, a un sicómoro. Desde aquí es seguro que podrá verle y hacerse ver.
Cuando Jesús, apretujado por el gentío llega al pie del sicómoro, se para, levanta la cabeza y dirige la mirada hacia arriba: ¡Encuentra a Zaqueo!
Se miran cara a cara, y Cristo le habla: “Baja pronto, Zaqueo, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Cristo tampoco respeta los prejuicios humanos, sabe que toda la ciudad tiene a Zaqueo por un hombre pecador, trasgresor de las leyes, y no le importa, le habla con decisión, con voz elevada, como cosa hecha, demostrando simpatía hacia él.
Pasado el alboroto del recibimiento de la muchedumbre, Jesús se dirige con sus discípulos a la casa del jefe de los publicanos de la región de Jericó, jefe de cobradores de tributos: Va a comer en casa de Zaqueo.
Durante la comida han hablado. Zaqueo habrá preguntado muchas cosas que quería saber, y con las que deseaba salir de sus dudas.
Cristo le habrá dado a conocer su doctrina; le habrá dicho quién es Él, le ha explicado cómo puede salvarse, que todavía tiene tiempo. Es imprescindible que retire su amor de las riquezas y se acerque a Dios por amor.
De ahora en adelante tendrá que respetar a los hombres en sus mujeres, en sus hijos y en sus bienes. Arrepentirse y reponer lo hecho mal.
Antes de despedirse Jesús y abandonar la casa de Zaqueo, éste le hace la siguiente promesa: “Mira, Señor, voy a dar la mitad de todo lo que tengo a los pobres, y a los que haya defraudado, les voy a devolver cuatro veces más”
Seguramente, con esta determinación, Zaqueo económicamente se arruina, porque ha debido defraudar a bastantes, pero no le importa, si así obedece a su conciencia y recobra su dignidad.
Se ha confesado y se impone la penitencia. Nadie le obligaba. Ha sido sincero; la prueba es que Cristo le perdona y le bendice al decirle:
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
¿Creéis ahora, como creo yo, que Jesús vino a Jericó buscando a Zaqueo?