Queridos lectores y amigos de Almódovar del Campo: me he propuesto esta vez escribiros una carta en lugar de mis acostumbrados artículos. No vais a hallar demasiada diferencia. Igual que suelo hacerlo siempre, os voy a escribir de una manera entregada y cercana, lo único quizá diferente es que esta vez os voy a hacer un poco protagonistas de estas líneas. Por tanto, ahí voy.
Llevo algo más de un año escribiendo para vosotros y puedo afirmar sin ánimo de alabanzas lisonjeras que no sólo me ha dado satisfacciones, sino que además me ha enriquecido espiritualmente porque me ha hecho interiorizar, buscarme a mí misma para trasmitiros esencias de vida en la medida que las he ido descubriendo.
Soy un aprendiz de la vida que necesita de la gente para encontrar a Dios en muchas de las cosas cotidianas. Un punto de encuentro donde, precisamente, os he encontrado a vosotros. No obstante, esta aprendiz debe reconocer antes algo importante. Nada hubiera podido escribir para vosotros si mi primo Javier de la Fuente y su mujer Mari Carmen Martínez no hubieran tomado como suya la noble intención de haceros llegar en un principio uno de mis artículos.
Es a ellos, pues, a quienes les debo y les debemos gratitud en primer lugar.
Luego, por supuesto, a vuestro entrañable sacerdote y para mí un guía espiritual en la distancia, D. Tomás. Sin él y su entusiasmo, qué puedo decir: ninguna línea hubiera escrito para vosotros ni estaría escribiendo ahora. Y, hubiera sido una lástima, ¿no creen?
Pero aquí estoy y aquí seguiré mientras pueda. Dicho esto, paso pues a otra cuestión.
Como os decía al principio, hoy vais a ser los protagonistas. No voy a extenderme en nombres, pero seguro que os vais a ver reflejados aquí porque hemos tenido la ocasión de conocernos el pasado día cuatro de octubre en Medina del Campo (Valladolid), en mi tierra, gracias a la Profesión Solemne en el Carmelo Teresiano de vuestro paisano Fray Francisco Javier de María; ceremonia a la que muchos acudisteis en calidad de amigos y familia para acompañarlo en un día sin duda especial para él y al que yo también acudí por esas cosas que tienen a menudo los inescrutables caminos de Dios y que tomó como vehículo una vez más a mi primo Javier.
Por alguna razón, Dios quiso que yo estuviera en ese acontecimiento como testigo, a pesar de no conocer a Francisco Javier ni a ninguno de los que le acompañasteis; sin embargo, fue una de las experiencias más emotivas que he vivido en los últimos meses.
Nunca antes había tenido ocasión de asistir a una ordenación ni a la proclamación de votos para pertenecer a una congregación religiosa, quizá por eso lo viví de un modo más abierto a los sentidos, pero fuera como fuera, al escuchar la voz rotunda de Francisco Javier diciendo “SI” a Dios, posteriormente recibir el cálido abrazo de enhorabuena de sus compañeros frailes Carmelitas y cuantos llenaban el altar, y verle sonreír de plenitud y dicha me dije:
– Ese joven, en verdad ha recibido a Dios. En verdad está tocando la felicidad con los dedos. En verdad, Dios existe y es luz viva en Fray Francisco Javier de María…
No sabría explicar por qué sentí aquello en ese momento, pero fue como encontrarme de golpe con algo revelador, extraordinario. Y pensé:
– Si alguien es tan feliz por recibir a Dios es… porque Dios está en él y con él. Existe y se hace presente…
Me lo repetí varias veces, y cuánto más me lo repetía, más me emocionaba cuanto estaba viendo, a pesar de estar al final de la iglesia, en el umbral de la puerta.
Sin embargo, fueron luego vuestros rostros y lo que vi en vosotros después de la ceremonia, lo que me llevó a tener aún más certeza de cuánto había tenido ocasión de ser testigo.
Pude ver en vosotros emoción. No olvidaré el semblante de Etelvina, serenamente emocionada. El de Mari Carmen, debatiéndose entre tomar fotografías y su corazón turbado por lo vibrante del momento…
También vosotros, me consta, presentisteis a Dios en el alma de vuestro paisano recién ordenado carmelita, también visteis la inagotable sonrisa de felicidad de vuestro querido fraile, y os alegrasteis infinitamente por él. Y pude darme perfecta cuenta de que lo hicisteis de corazón, porque fue vuestra amistad y vuestra propia fe, la que afloró ese día como una flor que se abre ante los cálidos rayos de sol.
Honestamente, reconozco que os envidié. No de una manera insana pero sí consciente de que poseías una gran virtud y mucha fe, dos cosas que se me ponían de relieve una vez más para hacerme recapacitar.
Y lo hice. Fuisteis todos como un chorro de aire fresco. Cada cual aportasteis un punto y una coma a mi particular reflexión y conclusión de ese día.
Comenzó, efectivamente, desde el momento que presencié la profesión de Fray Francisco Javier de María, pero luego continuó a partir de mantener conversaciones con vosotros. Unos hablándome de Francisco Javier, de la raigambre que tiene la orden Carmelita en Almodóvar. Otros de su particular devoción a su virgen, a quienes por cierto recordaré siempre enseñándome la foto de “su niña” en la pantalla de un móvil, de su Hermandad, de la Semana Santa en Almodóvar. Las mujeres del esmero con el que vestís a vuestra Virgen. También de vuestro aliento para que siga escribiendo para vosotros…en fin, multitud de comentarios y sensaciones que me llegaron de manera generosa hasta el final de un día que me sorprendió agradablemente y que no olvidaré.
Llegado a este punto y para no extenderme demasiado, ¿Qué puedo deciros?. Sólo tengo gratitud.
Gracias a ti, Fray Francisco Javier de María, por ese ejemplo vivo y palpable de Dios en ti. Mi sincera enhorabuena desde estas líneas por tu consumada “Determinada determinación” , como tú mismo apuntabas en un artículo del número 212 de la revista Iglesia en Almodóvar .
Gracias amigos y lectores de Almodóvar del Campo por compartir tanto con esta vallisoletana ese día cuatro de octubre.
Gracias por la calidez con la que he podido sentir que me acogéis en Almodóvar del Campo a partir de lo que os escribo.
Sólo me queda ir a vuestra tierra Manchega. Algunos me han desaconsejado (en broma) que no vaya en fiestas por el miedo a que quiera volver…No sé cuándo iré, pero quién sabe si al final, cuándo vaya, no os tocará, amigos de Almodóvar, sacarme de allí con espátula…
De momento, sé que tengo una deuda con vosotros. La saldaré en cuanto pueda. Lo prometo. Mientras tanto, seguiré escribiendo para vosotros encantada y con fe valerosa.
Un saludo.
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