Depresión, ansiedad, Alzheimer, autismo… no es extraño que personas desesperadas y cansados de deambular de un médico a otro en busca de un remedio para males como éstos traten de encontrar un alivio o cura en tratamientos alternativos alejados de la medicina convencional; un ejemplo de estas opciones menos oficiales lo encontramos en la musicoterapia.
La música, la más bella de las artes, nos permite conectarnos con nosotros mismos, llegando directamente a nuestras almas.
Existen determinadas melodías que nos ponen contentos y de buen ánimo y otras, en cambio, nos sumergen en un estado de melancolía; esto significa que hay algunos sonidos que originan emociones placenteras, y otros desatan sensaciones relacionadas con el sufrimiento, la pena o la angustia.
La musicoterapia parte del principio de que todos los malestares se originan en el cerebro. Por esta razón, es a través de la terapia que se envían sensaciones que relajan al cerebro, anulando así los impulsos que generan una enfermedad.
Estudios científicos del DZM (centro de investigación alemán para la musicoterapia), han comprobado que esta terapia ayuda a las personas en situaciones de angustia, tristeza o duda, además de la influencia que la música ejerce sobre el ritmo respiratorio, la presión arterial y los niveles hormonales.
Para hacer más efectivas las terapias, los musicoterapeutas investigan los padecimientos físicos y mentales de la sociedad, para luego aplicar una terapia específica a cada paciente.
La musicoterapia es una práctica que utiliza todo tipo de sonidos, arreglos musicales, ritmos o cualquier sensación que nos llega a través del sentido del oído y puede curarnos física o psíquicamente.
La música clásica y la melódica calman el ánimo y la ansiedad; y la rítmica nos da energía y elimina la depresión; por eso, la musicoterapia se usa para calmar los malestares físicos y los problemas de salud, así como también para aliviar otro tipo de perturbaciones como la ansiedad crónica y la depresión.
En los últimos veinte años, la musicoterapia ha pasado de ser una disciplina desconocida a contar con un sitio en los planes de estudio de algunas universidades españolas. Quienes han optado por esta especialidad declaran que su éxito yace en el “torrente de sentimientos que desata la música, un poderoso canal de comunicación entre el interior de la persona y el terapeuta que abre unas puertas a las que la palabra nunca llega”.
Desde esta perspectiva, abogan por aplicar la musicoterapia en un amplio marco abierto en tres frentes: el lugar de cura (escuelas, hospitales, geriátricos…), el tipo de enfermedad o problemática (psíquicas, deficiencias mentales, discapacidad de aprendizaje, rehabilitación de drogodependientes…) y los tratamientos a seguir (escucha selectiva, improvisación, actuación, movimientos, ejercicios verbales, experiencias con el arte…).
Existe por ejemplo, la musicoterapia ambiental, encargada de diseñar espacios sonoros amables, acogedores y tanquilizantes.
Existe la MIT (terapia de entonación melódica), desarrollada en el hospital de veteranos de Boston, importante centro de investigación neuropsicológica, para ayudar a recuperar el habla a enfermos que por diferentes causas (tumorales, circulatorias) la han perdido.
A nivel de estimulación psicomotriz temprana y dentro de los programas educativos regulares y especiales, se utiliza ampliamente como facilitadora del aprendizaje e inductora de la coordinación.
En resumen, la musicoterapia se define como la aplicación científica del sonido, la música y el movimiento para, a través del entrenamiento de la escucha y la ejecución sonora, facilitar la comunicación, promover la expresión individual y favorecer la integración social.
En los siguientes artículos analizaré su origen, los tratamientos a seguir, cómo combatir el insomnio, el estrés, el dolor o la tristeza, efectos y una lista de obras clásicas con sus virtudes terapeúticas.
Un saludo.