El miedo a la muerte es un sentimiento que habita en lo más hondo de todo ser humano. “Si se pudiera oír el grito silencioso que brota de la humanidad entera, se oiría un bramido tremendo: «¡No quiero morir!».
A no ser que esté enfermo, todo humano siente un rechazo hacia la muerte, que, a su vez, es la gran prueba de que nuestro ser no ha sido hecho para morir y de que la muerte no puede tener la última palabra sobre la vida.
Tratar de olvidar y no pensar en la muerte es una bobada.
Los hombres nunca han dejado de buscar remedios y explicaciones a la muerte.
Muchas filosofías y pensadores han buscado respuestas muy diferentes, que sería extenso enunciarlas.
El cristiano tiene una respuesta:
El hombre ha sido creado por Dios para la inmortalidad.
Así lo atestigua la Biblia: «Dios no hizo la muerte ni se alegra con la destrucción de los vivientes. Él lo creó todo para que subsistiera … Dios creó al hombre para la inmortalidad…” (Sab. 1, 13-15. 2, 23-24).
El cristianismo anuncia que «uno ha muerto por todos» Jesucristo, que la muerte ha sido vencida; ya no es una oscuridad que se traga todo en la nada, sino un paso que lleva a otra vida, la eternidad.
La existencia para un cristiano es ya una participación real en la vida de Cristo resucitado. San Pablo lo dice así: “Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la fuerza de Dios, que lo resucitó de entre los muertos” (Col 2,12).
Esta, certeza fundamental rige toda la existencia cristiana.
Hay una vida moral que ahora ya se impone al hombre nuevo nacido en Cristo: “Así, pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col 3,1)
Muchos santos y muchas personas cristianas han puesto como práctica espiritual reflexionar sobre la muerte Hacer este ejercicio ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Pues, mira hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo las ves de modo diferente.
Al practicar ese ejercicio, muy recomendado, entre otros muchos, por nuestro Patrono y paisano San Juan de Ávila, no se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen mejor las cosas, porque se está más pacificado y más desprendido.
Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» “¡Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sensatez en nuestra cabeza!” (Salmo 90, 12).
Concluyamos este tema que es fundamental en la vida de un creyente con estos dos testimonios:
“Pienso en la muerte como el encuentro más fantástico que se pueda imaginar, el encuentro con Dios y con los noventa mil millones de seres humanos que han vivido antes que nosotros. Desde que se han identificado miles de millones de galaxias, cada una con dos mil millones de soles, la cantidad ya no es un problema.
“Cuando pienso en la muerte la siento cercana y amiga, en nada terrible. El paso por la vida es una fiesta y marcharse será el inicio de una fiesta nueva. En realidad la muerte no existe, morimos para nacer, trabajar y contemplar a Dios…”