"Lo eterno, lo que intuyo
como la sin medida
maduración frutal de los caminos,
que van de ser oruga a mariposa.
Lo que busca mi alma: ser crisálida
abierta por un Todo
que, horadando mi noche,
me convierta en vigilia
de empezar a gozarme en aquello que padezco.”
Una de las preguntas que se hace cada hombre en esta vida es ¿cuál es el sentido de la muerte, de su propia muerte? ¿En qué acaba todo o en qué empieza?
Las filosofías y otros modos de pensar han dado diversas respuestas, que sería muy largo exponer. Hay, incluso, algunos que no quieren ni pensar en la muerte para vivir “más tranquilos”; aunque, si piensan, tendrán que dar respuesta a ese interrogante tan fuertemente sentido en todo en nuestro ser.
Desde la muerte y resurrección de Jesucristo, los que nos sentimos discípulos suyos, tenemos una respuesta luminosa.
Los caminos de la vida, como dice nuestro poeta y paisano Carlos Baos, son una maduración de eternidad. La existencia es una crisálida que despierta en mariposa bella y luminosa.
Jesucristo ante su muerte y la nuestra, dijo: “Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Sí, os lo aseguro, que si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante”. (Juan 12,24).
Una vida, con sus ilusiones, proyectos, esfuerzos, amores, trabajos… sin ese final luminoso, sería un absurdo. Y, por eso, vivir sin ese horizonte de eternidad, sin una fe que transforme lo que hacemos, es un esfuerzo y una ilusión sin sentido: “Una pasión inútil”.
El Papa Pablo VI dejó, antes de morir, un precioso testamento sobre la muerte. Esta es una de sus frases:
“Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración;… todo es don: detrás de la vida, detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor!..¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre!”