Es Navidad. Dios se hizo hombre y habita entre nosotros. Todos los días ya pueden ser Navidad.
A vosotros, a todas las personas de buena voluntad: paz, gozo y contento interior desbordante.
Felicidades a aquellos que viven ya en su vida este deseo de San Pablo: “El mismo Dios que dijo: Resplandezca la luz del seno de las tinieblas, la ha hecho resplandecer en nuestros corazones, dándonos a conocer por ella la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo” ( 2ª Cor. 4,6)
Felicidades a los sencillos, a los humildes, simbolizados en los pastores, porque se les presenta el ángel del Señor y la gloria, la belleza de Dios los envuelve en su luz anunciándoles una gran alegría: “os ha nacido un salvador”.
Felicidades a los buscadores de estrellas, a los que miran siempre más allá o más arriba de todo, porque como los magos, por la gracia y regalo de Dios: verán una estrella especial en sus vidas y se pondrán en camino para adorar al Rey de reyes.
Felicidades a los que aman desinteresadamente, a los que no giran en torno a sí mismos, sino hacia los demás, a los que tienen por norma la caridad, la comprensión, la servicialidad, la generosidad para con los más necesitados, la simpatía, el perdón, la comprensión y la ausencia de odios y rencores; porque su vida es luz del mundo.
Pues “el que ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza; pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” ( 1ª Juan 2,9).
Cristo es la Luz que viene a iluminar nuestras oscuridades y a despertar nuestra fe aletargada.
Cristo viene a dar luz para que el mundo sea nuevo: en el que habite la justicia, el amor y la paz.
En medio de tantas luces navideñas, ¿nos dejaremos iluminar por Cristo, que es la Luz encarnada?
Con el deseo de que la Navidad sea un acontecimiento que deje huella en nuestras almas y nuestra vida, para todos: ¡Feliz Navidad!