Una persona hambrienta siempre ha sido una miseria, quizá una desgracia, condenada a una muerte prematura. Una persona que mendiga un trozo de pan es una criatura carente de los derechos más fundamentales, una caricatura de hombre y de hijo de Dios.
Por eso Jesús un día multiplicó los panes y los peces, como signo de una nueva creación. El alimento, primero compartido, después bendecido y multiplicado, después sobrante y recogido, es un ejemplo a seguir, marca unas pautas de comportamiento. Se trata de sumar y compartir, de respetar y agradecer, de multiplicar y bendecir, de guardar y prever, con prudencia o providencia y austerida.
No quiso Jesús convertir las piedras en pan, porque serían soluciones mágicas y vanidosas, que no educan ni salvan. Tampoco dio de comer a todos los pobres todos los días, pues no era ésta su misión. ¿Qué iban a hacer los agricultores, panaderos, economistas y políticos?
Lo suyo era iluminar, enseñar el camino a seguir. Lo mismo que cuando curaba enfermos; quería decir que la fe, la cercanía, el amor generoso, hacen milagros.
Si hablamos, no de hace dos mil años, sino de nuestra realidad económico-social, diremos que una persona mal nutrida, prematuramente envejecida, que llega a morir por hambre o enfermedades derivadas o enfermedades que podrían ser curadas, no sólo es una miseria desgraciada, sino una blasfemia y un sacrilegio; o diremos que es una tremenda injusticia, una crueldad inhumana, una corrupción de personas y sistemas, una perversión de las estructuras políticas, económicas y sociales.
Hoy tenemos alimentos suficientes para alimentar a una humanidad muy superior a la que existe, hoy tenemos medios suficientes para convertir nuestra tierra en un paraíso, hoy podemos hacer un mundo nuevo. “Otro mundo es posible”. Pero nos falta voluntad, y luz. Somos a la vez grandes y enanos. Nos sobra inteligencia y nos falta corazón.
Hoy no haría falta multiplicar los panes y los peces, sino que bastaría con dividirlos equitativamente. Aprender a mirar, a sentir y a dividir. No carecemos de alimentos, sino de sentimientos. Carecemos de luz, el egoísmo nos ciega. Seguimos sin ver al que está herido en el camino. Padecemos sordera y aturdimiento, seguimos sin escuchar los gemidos del pobre.
Cristo, alimento que sacia nuestras hambres
La Palabra se ha hecho carne…
Jesús se ofrece como pan de vida. Quien se alimenta de Jesús ya no volverá a tener hambre ni sed. Quien come a Jesús ya no morirá. Pan, palabra, amor.
Pero no seas egoísta. No te contentes con escuchar y guardar la Palabra. Tienes que ser profeta y predicar la palabra a los demás. Tienes que hacerte palabra, encarnarla, que la palabra se haga carne en ti. No te contentes con alimentarte tú, tienes que alimentar tú a los hambrientos, tienes que hacerte pan y luz para los demás. (Rafael Prieto R.)
En la fracción del pan, la Iglesia celebra la pascua del Señor y queda hecha un solo pan. No se puede celebrar la cena del Señor y dar la espalda a los pobres. Comulgar con Cristo es darse con él a los demás, amar hasta el extremo. La Eucaristía es fuente y culmen de la misión, centro y raíz de la comunidad cristiana. En el sacramento de la fe, el discípulo es transformado y se compromete a trabajar en la realización de un mundo más conforme con el reino de Dios…
La Eucaristía, que edifica a la Iglesia como comunión de fe, amor y esperanza, imprime en quienes la celebran con verdad una auténtica solidaridad y comunión con los más pobres. En ella culmina el amor evangelizador del Señor; en ella reparte Dios el pan necesario para andar los caminos de la vida. Cristo se hace presente realmente en ella como ofrenda al Padre y manjar para el pueblo peregrino. Es el pan de los pobres que sostiene su anhelo de vida, su esperanza definitiva; así configura la vida y acción de la comunidad en el mundo. Es la expresión y el término de la vida de amor que ha de inspirar e impulsar la acción de los fieles en la historia. Toda la vida de la Iglesia se «concentra», de alguna manera, en el misterio de la fe, signo y realización de la «obra de salvación» en Cristo Jesús, muerto y resucitado…(Texto tomado de “La caridad de Cristo nos apremia, Conferencia episcopal española )