Una afirmación que asusta al hombre de hoy, especialmente a los jóvenes, es “para siempre”. ¿Casarse “para siempre”? ¿Ser religioso, religiosa o sacerdote “para siempre”?
Pero le es posible al hombre decir “para siempre”?
La experiencia de cada día nos está diciendo que todo tiene “fecha de caducidad”: desde el yogurt hasta el medicamento; desde un simple armario hasta el lavavajillas; desde la ropa hasta el resto de los alimentos: ¡todo caduca!
A fuerza de constatarlo en la vida diaria, se llega a asumir como categoría mental que, efectivamente, si todo caduca, al hombre le es imposible decir “para siempre” a cualquier compromiso por importante y decisivo que sea en la vida.
El hombre de hoy parece definitivamente instalado en la cultura de la caducidad. Y, sin embargo, en lo más profundo, todo hombre siente una necesidad imperiosa de estabilidad. El niño pequeño lo mismo que el anciano se sienten físicamente inseguros y buscan la estabilidad con la misma ansia con la que buscan la estabilidad psicológica del sentirse queridos.
La inestabilidad afectiva no hace feliz al hombre. Por otra parte, el “para siempre” no se improvisa: se labra en el día a día. El hombre contemporáneo es persona de metas cortas, de objetivos inmediatos, del ‘aquí y ahora’. Esta situación puede resultar positiva.
Andar en una misma dirección, aunque sea con pasos cortos, hace que, al cabo del tiempo, pueda experimentar el hombre la estabilidad psicológica que necesita para sentirse feliz. El sí “para siempre” sólo es posible cuando se está dispuesto al pequeño sí de cada día.
En definitiva, se constata que no es más feliz el que cambia a cada momento sus decisiones, sino el que, con la perseverancia del día a día, las afianza de forma coherente.
Antonio María Calero, SDB.
( En Revta. “Vida Nueva”)