Estimados sacerdotes y amigos de Almodóvar:
Hace unos días fui a visitar una comunidad a la que hacía años que no iba un sacerdote o una religiosa. Se llama el Gallo, se encuentra en las montañas y su difícil acceso hace que sólo se pueda llegar a ella a pie o a caballo.
El motivo de mi visita era la invitación del que había sido el catequista en la comunidad para que diera ánimos a la gente y así reemprender una actividad pastoral.
El día que emprendí el viaje lo hice en compañía de una catequista que está trabajando bastante bien en otra comunidad a la que se puede llegar con medios motorizados. Desde allí ella me ofreció su caballo y lo más valioso su compañía.
Era la primera vez que montaba en un caballo; antes de cabalgar pensé que se parecería a la borrica de mi abuelo, en la cual me montaba cuando era pequeña y me imaginaba viajes por el mundo.
Así que las dos nos aventuramos por esos caminos en medio de la exuberante vegetación. (Parecíamos Don Quijote y Sancho Panza).
Cruzando ríos, subiendo y bajando laderas, por secano y barrizales, llegamos a la comunidad: unas cuantas casitas de madera, una escuelita y la iglesia medio derruida.
Nos indicaron la casa del catequista y allí nos hicimos presentes. Su mujer, una señora fuerte de ánimos y alegre, nos ofreció un plato de sopa y arroz, lo que agradecimos después del viaje.
Avisaron a la gente y nos dirigimos a la capilla para encontrarnos con ellos. Nos reunimos unas ocho mujeres, unos pocos jóvenes y más niños.
Así que rezamos y hablamos de su interés por la parte espiritual de la comunidad y de la importancia de la escucha de la Palabra de Dios para un crecimiento sano de los niños, una guía para los jóvenes y un compromiso por construir relaciones fraternas para los adultos.
Estuvieron de acuerdo tres de ella a empezar un grupo, elegimos a una coordinadora y se quedaron con la intención de organizarse para arreglar la capilla, poniendo cada familia algo: unos la madera, otros los clavos o la moto sierra…
Lo que noté es que el varón está ausente en estos asuntos y lo que es peor que alguno de ellos impiden a sus mujeres a que se comprometan y lideren algún grupo. Hay que rezar por ellos.
Como la noche se había echado encima y no hay luz eléctrica, nos volvimos a la casa, un poco retirada del pueblo. En el camino cientos de Luciérnagas brillaban momentáneamente creando un espacio encantado.
A la luz del candil los niños hacen sus tareas y se nos ofreció la cena, arroz y banano cocinado.
Estas familias viven principalmente de la recolección del cacao y de una agricultura de subsistencia.
Después de un dialogo tranquilo con el sonido de la radio de fondo, nos acostamos.
Me ofrecieron una camita y la compartí con dos de los niños, así que dormí lo que pude y amanecí llena de picaduras de mosquitos y con el sonido de los pájaros.
Al despedirnos, me pidieron que los volviera a visitar y quedamos que cuando ellos vieran que era conveniente que me avisaran.
Jesucristo sigue dejando las noventa y nueve ovejas para ir a por la perdida. Es su modo de hacer.
Ya me han pedido que visite otra comunidad también de difícil acceso, así que la semana que viene ya me llevará por otros caminos, pero esta vez me echaré repelente para los mosquitos esperando que surta efecto.
Un fuerte abrazo para todos.
Con cariño. María José.