Para que las fiestas y devociones religiosas no se queden en celebraciones puntuales y externas es bueno conocer y vivir por dentro lo que se festeja exteriormente.
Tener como Patrona a la Virgen del Carmen debería servirnos para conocer y vivir el espíritu carmelitano.
Es muy interesante a este respecto la conferencia dada por el P. Luis Aróstegui, general de los carmelitas descalzos en septiembre de 2004.
1.- La vida religiosa no puede servir para apartarse y desentenderse del mundo.
Cada celebración litúrgica, cada procesión y culto a una imagen debe llevarnos a una “encarnación” de lo divino en lo humano. A hacer presente en el mundo de hoy, en la sociedad los valores del reino de Dios.
Así dice el P. Aróstegui: “La mirada al mundo entero es esencial en nuestra visión de la vida religiosa y carmelitana. ¿Estamos metidos tal vez en una campana de cristal que nos protege de la realidad de la historia que corre hoy? ¿Se puede concebir hoy la vida religiosa como tal campana que protege del mundo?”
2.- Invita, después a los carmelitas, a mirar al mundo, en concreto a Europa y descubrir la situación social y humana en que se encuentra para poder- desde la fe y la caridad- dar una respuesta a esos retos y problemas, como son:
“Me parece que como retos especiales para nosotros nos podemos fijar en los siguientes: Secularización. Globalización. Consumismo. La globalización implica también de hecho la presencia creciente de la inmigración con sus aspectos sociales y culturales, y la presencia de los países en vías de desarrollo en la conciencia de la Europa desarrollada…
El Carmelo no tiene la solución eficaz de todos estos problemas humanos y religiosos… Pero puede y debe hacer alguna oferta, tiene que ser una realidad positiva en medio de estos desafíos.
¿Cómo podemos ser y actuar, cómo podemos vivir como carmelitas en esta Europa, De modo que esta vida sea significativa para nosotros y para otros? ”
2.- Ante estos problemas, un carmelita, y, por supuesto, también los y las carmelitas seglares, así como los que quieran vivir el espíritu y el talante de un fiel de la Virgen del Carmen deberían, según el Padre General, tener las siguientes actitudes:
a/ Partir siempre del evangelio de Jesús y del “hoy”.Es decir, que el discernimiento de lo que el evangelio de Jesús nos inspira hoy es la norma permanente de nuestra vida. Y juntamente con ello, que siendo personas de hoy, sin añorar siglos pasados, el evangelio puede ser plenitud de nuestra vida. El aceptar el “hoy” es reconocer lo que somos. No significa aceptar todos los modos de las realidades actuales. Al contrario, el modo de ser en verdad contracultural, o signo profético, es ser personas de hoy no menos que los demás.
b/Hay que presuponer la excelencia humana de la vida religiosa. La significatividad de la vida religiosa (y del Carmelo) no puede consistir en una especie de heroísmo negativo, en la negación del mundo, del rechazo continuo de sus valores”.
3.- ¿Cuál deberá ser la oferta que deben hacer a Europa y al mundo aquellos que tengan una espiritualidad carmelitana?
A esta pregunta contesta el Padre Aróstegui:
a/“Los carmelitas de santa Teresa queremos ser pequeñas comunidades orantes y fraternas al servicio del Reino.
En medio de la secularización, del alejamiento de Dios, del consumismo y materialismo, pero también de la sed de lo sagrado, de cierta trascendencia, de la búsqueda del significado y esperanza, queremos ser personas y comunidades que viven en la presencia gozosa del Padre, de Jesús, en el Espíritu de hijos.
b/“Los anhelos de libertad y liberación, fruto de la conciencia de la dignidad humana, exigen un compromiso de todas las personas de buena voluntad en la defensa y promoción de los derechos humanos. El Carmelo del futuro no podrá permanecer ajeno a estos desafíos sabiendo cómo Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y los demás santos carmelitas, maestros de vida espiritual, hablaron de la dignidad de las personas, creadas a imagen de Dios y llamadas a la transformación en él”.
c/“Los Carmelitas teresianos queremos enfrentar los desafíos presentes en las realidades socio-culturales y eclesiales.
Nuestros religiosos deben aprender también a sentirse corresponsables de los problemas sociales y a buscar soluciones, aunque sean pequeñas, a los problemas que nos rodean, como actualización de la conciencia profética que nos debe caracterizar, lejos de todo absentismo y pasividad.
Los auténticos orantes, contemplativos son los “Capaces de descubrir a Dios presente y cercano en las personas, en los acontecimientos, en lo positivo y en lo negativo de la historia. Un Dios que nos cuestiona e interpela. Esta contemplación comprometida será capaz de revelar el rostro del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo a las personas que lo buscan a tientas.
d/ Ser signos de la presencia de Dios. Aunque quizá es pretender demasiado, de alguna forma, debemos y queremos ser signos de la presencia de Dios en el corazón del mundo.
Este signo se constituye por la oración, la contemplación… Pero igualmente hoy se busca el signo de la fraternidad: en el tiempo del individualismo, se siente la necesidad de la comunidad fraterna…
Cierto, no se puede creer en la autenticidad de la oración si no hay al menos búsqueda de la autenticidad de la vida fraterna. Como se sabe, en el carisma teresiano este elemento es esencial.
La espiritualidad del Carmelo debe configurar nuestras comunidades como lugares de compasión y de esperanza. Son dos palabras que definen profundamente la espiritualidad del Carmelo. Nuestras comunidades deben exprimir este modo de comprenderse y de ser, esta mentalidad espiritual. Y debe expresarse del todo naturalmente en nuestra actividad apostólica.
Nuestra vida de sobriedad, nuestra generosidad, nuestros criterios sociales y políticos, nuestra vivencia toda de la fe cristiana, deben decir constantemente que estamos a favor de la profunda transformación del mundo, que denunciamos la injusticia y la crueldad, que es intolerable la miseria de los hermanos en el mundo”.
Podríamos resumir de todo lo dicho que el Carmelo es una espiritualidad con dos compromisos y vivencias muy claras y fuertes: la oración y contemplación de Dios vivida en comunidad y la preocupación por ser signos en el mundo del amor compasivo de Dios hacia todos, de modo especial a los necesitados.