“Estoy sorprendida: mi hijo ha vuelto de campamento, y ¡friega los platos sin decirle nada! Antes tenía alergia a la cocina, y ahora, lo hace sin que se lo pida. Pero me sorprende más, que lo intente hacer cuando nadie le ve, no busca un premio por ello”.
Comienzo este artículo con las palabras de la madre de uno de los jóvenes que participaron en el campamento de Santa María 2009.
Muchas cosas se podrían contar, pero unas líneas no dan para todo. Sencillamente, uno se reafirma de nuevo en aquello que decía el padre Morales, s.j. fundador de este campamento ya hace décadas: “en el corazón del joven duerme un héroe que espera ser despertado”.
Hoy, mirando al mundo, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿sigue Dios confiando en la juventud? Si la respuesta es sí, deberíamos hacernos una segunda pregunta: ¿los educadores que tienen los jóvenes (padres, profesores, catequistas…) siguen confiando en los jóvenes? Dios da un voto de confianza al ser humano cada vez que se concibe un nuevo niño. Vuelve a apostar fuerte, como ya hiciera hace dos mil años. Pero constantemente se ve cómo los educadores renuncian a despertar ese gigante dormido en el alma del joven. Ya hasta nos hemos acostumbrado a no exigir que dé lo mejor de sí mismo. Y se bajan niveles de educación, y se les permite pasar de curso haciendo el vago con un carro de asignaturas suspensas, y se permite hablar chabacanamente como si fuera un signo de ser actual, y se les pone parches al presuponerlos incapaces de vivir su sexualidad como don de Dios .
El año pasado, un día entré en clase de 1º de E.S.O. (13 años) para dar la clase de matemáticas que tocaba. Les saludé, pregunté qué tal iba el día, y con aire de solemnidad, como dando paso a algo importante, les pedí que sacaran una hoja en blanco y un bolígrafo. “¡No! ¡Examen sorpresa!” “Tranquilos, sólo quiero que me digáis qué significa esta frase”, y escribí en la pizarra: “Sólo quien cree en los jóvenes, se atreve a exigirles”.
Muchas ideas, algunas de ellas peregrinas, y otras que intuyeron lo que había detrás de esas palabras. Recogí las hojas, y empezaron a comentar en alto cada uno lo que habían escrito. Después de varias intervenciones, el más avispado de la clase, me mira, sacudiendo la cabeza a un lado y a otro con gracia, y me dice: “Pues que si no confiaras en nosotros, pasarías, no intentarías hacernos pensar”.
Esto es el Campamento de Santa María: poner fundamentos humanos sólidos para construir una vida plena sobre ellos. ¿Cómo soñar con grandes proyectos si no se es puntual, ordenado, respetuoso, sin tener una formación fuerte…, sin ser responsable, reflexivo y constante?
Madrugar con alegría (y saliendo del saco a la primera, sin remolonear), oración (a partir de ideas o puntos, quedarse en silencio con Aquél que sabemos nos ama), revista de la tienda de campaña (orden y originalidad), talleres para aprender a aprovechar el tiempo libre (naturalismo, música, teatro, ciencias, orientación en la naturaleza), sana competitividad en el deporte, charlas formativas (educación, el trabajo en clase, la afectividad…, y cómo evangelizar por medio de ellos), vida de familia (en la que cada uno es querido por lo que es, no por lo que tiene o aparenta), asamblea en la que aclarar dudas que como jóvenes se tienen (dando criterios, ayudando a reflexionar, a profundizar, a argumentar, apasionándose por la búsqueda de la Verdad), Eucaristía en medio de la naturaleza (el Señor: centro del día), y velada (teatro, poesía, juegos…). Esto podría ser un día normal. Y además, tres días en el circo de Gredos, en medio de las montañas, aspirando a las cumbres. Este cambio de actividad determina las tres etapas del campamento: responsabilidad, reflexión y constancia.
Conquistarse a uno mismo, para no ser esclavo de las pasiones, elevar la mirada, descubrir el proyecto que Dios tiene para cada uno, y lanzarse con decisión a hacerlo vida. Es necesario jugar muy limpio en los tiempos que vivimos, y ofrecer a nuestros jóvenes climas y ambientes sanos, que contribuyan a su crecimiento y maduración, que les abra nuevas perspectivas, a menudo muy distintas de las que ofrecen series de televisión, legislaciones educativas… Y esto, es muy positivo hacerlo entre iguales a ellos, es decir, jóvenes que aspiran siempre a más… Después de quince días encarnando este estilo de vida, uno entiende aquello que decía Juan Pablo II: “se puede ser profundamente cristiano y ser completamente actual”.
El día de las familias, día de puertas abiertas en que las familias de los jóvenes acampados pueden participar del estilo de vida campamental, una madre dijo: “no nos engañemos, llamamos a esto campamento, porque no nos atrevemos a llamarlo escuela de valores, pues en realidad eso es lo que es”. Y es cierto. La Iglesia, y en concreto la Milicia de Santa María en este caso, tiene la misión de hacer caer en la cuenta a cada bautizado, y especialmente a los jóvenes, en la urgente llamada a la santidad que Dios le hace.
Este año, como vengo haciendo desde hace tiempo, he participado en el Campamento de Santa María como educador. En contacto con la naturaleza, en medio de la austeridad de un campamento, y en un clima de convivencia y alegría, se le demuestra a cada joven (y no sólo en teoría, sino sobre todo en la práctica), que es capaz de grandes cosas: “las ideas sólo se comprenden cuando se viven, y en la medida en que se viven”.
Un padre resaltaba el segundo campamento de su hijo: “Mi hijo el año pasado suspendió cuatro asignaturas antes de venir por primera vez a Campamento. Este curso lo ha aprobado todo, y no sólo eso, sino que se ha preocupado de que sus amigos también cambiaran de actitud. Y él dice, que es porque en Campamento había descubierto que era capaz de vencer la pereza. Por eso, entre otras cosas, este año ha querido venir. Él es más feliz, y nosotros también. Y si no se hubiera animado a venir, ya le habríamos animado nosotros. Esto es un tesoro…”
Ciertamente vivimos un recodo de la historia, en que entretener a la juventud sabe a poco cuando se la ama, y parece que sólo es lícito trabajar por educarla, formando personas libres identificadas con el Corazón de Jesucristo, dueñas del propio pensar, y del propio actuar, capaces de asumir el reto de su propia vida con esperanza y sólidos pilares.
Es necesario jugar muy limpio en los tiempos que vivimos, y ofrecer a nuestros jóvenes climas y ambientes sanos, que contribuyan a su crecimiento y maduración, que les abra nuevas perspectivas, a menudo muy distintas de las que ofrecen series de televisión, legislaciones educativas… Y de esto saben algo, especialmente los padres de los adolescentes, ¿verdad?
Con toda justicia puedo decir, que merece la pena participar en un campamento así, pues hoy todavía sigue siendo cierto aquello que Alguien dijo hace algunos años: “hay más gozo en dar que en recibir”.