Para muchas personas, que no conocen el espíritu hondo de la fe cristiana, sino solamente ciertos actos externos y ciertos modos raros de vivir la fe, el creer es un asunto triste y aburrido.
A nuestra Patrona, la Virgen en la advocación del Carmelo, se le invoca como "Causa de nuestra alegría".
Todo el entorno en que aparece la Virgen Maria en el evangelio es un ambiente de gozo desbordante: En el evangelio de San Lucas, el anuncio de Dios con nosotros está narrado en un clima de alegría de la Virgen.
El ángel la saluda. "Alégrate llena de gracia". El nacimiento del Hijo de Dios es anunciado por los ángeles como "una gran alegría". El ángel del Señor arrodillado ante María le dice: "alégrate porque el señor está contigo". Cuando María, embarazada de Dios, va a saludar a su prima Isabel, su presencia llenó a ésta de alegría y el hijo (Juan) que llevaba en su seno "saltó de gozo". La alegría de María, según el evangelista Juan, aparece en su interés por que la falta de vino no arruine la fiesta de bodas a la que ella y Jesús habían sido invitados.
En el gran Canto que salió de los labios y el corazón de María: el Magnificat, María exclama: “Mi corazón está lleno de alegría”. Se sentía feliz por lo que Dios había hecho en Ella, por estar entre los suyos, con Isabel su pariente a quien viene a ayudar, por sentir junto a ella la presencia poderosa y misericordiosa de Dios. Su alegría más profunda fue experimentar hondamente cómo Dios se desbordaba en ella, cómo Dios no salía de su corazón y en él moraba para siempre.
La felicidad de los hombres se encuentra en Dios. Nos lo recuerda María: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. ¿Lo entenderemos alguna vez los humanos?
Los cristianos en nuestra sociedad estamos llamados a presentar un Dios que reparte alegría; a ser unas personas que no somos testigos del descontento y del pesimismo, sino, como María-la Madre y Modelo- ser hombres y mujeres agradecidos a la vida divina que se nos da cada día y tantas cosas gozosas que Dios derrama en nuestra existencia.