¿Los santos unas personas raras?“Después vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,2 – 4,9-14).

En la festividad del 1º de Noviembre la Iglesia mira esa muchedumbre de personas, de cualquier clase y condición, que han vivido como santos y viven para siempre.

“Los santos no son una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre innumerable… En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina.”

Los bautizados “somos” santos:

San Pablo, al dirigirse a los miembros de una Iglesia, a veces en sus cartas les llama “santos”.  Y es porque el cristiano, de hecho, ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús, su ser queda santificado y consagrado. Así dice San pablo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?..Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios..(1ª Cor. 6,15-18). Desde ese ser santos hay muchos que  viven, que hacen obras de santos.

Todos llamados a la santidad:

Dios llama a todos, y quienes le responden con pasión y entrega total son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que, ayudados por la fuerza divina y su coraje personal se han dedicado a vivir las virtudes cristianas en grado heroico.

Dios  elige a cada persona para que viva su vida de modo singular, perfecto. Todo lo que nos sucede es una invitación a ser santos: en la casa, en el trabajo, en el dolor, en la alegría…

A veces se cree que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos. Sin embargo, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano,  de cada hombre! Todos estamos llamados a la santidad que, consiste en vivir como hijos de Dios.

Así dijo el Vaticano II: El Señor Jesús, divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida a todos y  cada   uno  de  sus  discípulos,  de  cualquier  condición  que fuesen: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mat. 5,48)”

¿Es difícil ser santo?

Los santos han sido hombres y mujeres con las mismas debilidades que cualquiera de nosotros. Algunos libros de vidas de santos han silenciado sus debilidades, quizás  porque temían que nos extrañara al saber que fueron hombres y mujeres como nosotros.

Muchos libros de santos también los han presentado  tan distantes de nosotros, que lo único que podemos hacer es admirarlos y  no hay forma de imitarlos.  Sin embargo, un santo es una persona de carne y hueso, como  cualquiera de nosotros, con la característica que vive la vida diaria  de una forma extraordinaria como creyente.

Santidad y felicidad:

Los santos son las personas más felices en el mundo, y más resplandecientes. Una persona feliz irradia luz, contagia alegría. La luz de Cristo brilla en el santo  e lumina el mundo.

Todos estamos llamados a ser luz y sal de la tierra.(Mat. 5,13-14)

Dios nos ama tanto que nos llama a cada uno para que seamos felices. Sólo encuentra la verdadera felicidad el que, dándose cuenta de sus dones, cualidades, talentos que Dios le ha dado, responde con generosidad extraordinaria a la vocación, al plan que Dios tiene sobre é. Los mediocres y tibios nos son felices ni brillantes.

Es fundamental saber cuál es el proyecto de Dios sobre cada uno. No se trata de  pensar lo que yo quisiera hacer con mi vida o lo que los otros quiere que yo haga.

Para ser feliz  y luminoso hay que preguntarse cada día: ¿Para qué me ha creado Dios? ¿Qué quiere Dios de mí en este momento, situación, circunstancia concretos? Y responder con toda la generosidad y pasión de nuestro ser.

Para ello, el santo necesita mucha fuerza de Dios y mucho esfuerzo personal, que le viene a través de  los sacramentos y la oración diarios. Con la gracia de Dios y con la respuesta graciosa personal, cualquiera puede vivir lo que es: santo, y presentar una vida luminosa y atractiva ante Dios y ante el mundo.