“Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre “Maravilla de Consejero”, “Dios Fuerte”, “Siempre Padre”, “Príncipe de Paz”. Grande es su señorío, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David…” (Is. 9,5-6).
Quisiera trasladar a mi vida las palabras del profeta. Hoy, a dos mil años de distancia, puedo asistir al nacimiento de Jesús, en un momento concreto de la historia de la humanidad.
Ese nacimiento marca un antes y un después en la vida de la humanidad. Es el hecho más importante a través de los tiempos.
Viéndole recién nacido acostado en un pesebre, con la única compañía de María, José y algunos pastores, los más pobres del lugar, los únicos que se encontraban próximos al lugar del nacimiento y creen en las palabras de los ángeles que lo anuncian.
Viéndole en esa situación es difícil pensar que en sus hombros descanse el poder. Menos aun cuando transcurre el tiempo y sea conocido como “el hijo de José el carpintero”; carece hasta de nombre propio, recorre Palestina y vive de prestado; “no tiene donde reclinar la cabeza”, y es enterrado en una tumba prestada, tras morir en la cruz, abandonado de todos excepto de su Madre, Juan y algunas mujeres.
Yo no sé si en sus hombros descansa el poder, como se concibe humanamente; pero sí sé, desde la fe, que “todo lo que existe ha sido hecho por él”, así lo confieso en el Credo. Es dueño de todo y todo nos lo regala, incluso su vida, y los sufrimientos derivados de la Oración del Huerto.
No cabe mayor prudencia en los consejos que la que Jesús derrocha en su Doctrina.
No hay más que desgranar las Bienaventuranzas o cumplir su Mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mi mismo”. Lo comprobaremos en el Juicio Final, en que se nos juzgará del Amor.
“Dios fuerte” y “Siempre Padre”; si algo es infinitamente fuerte es Dios y Jesús es Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Por último “Príncipe de la paz”. Si alguien ha amado la paz, la auténtica paz, ese ha sido Jesús. En su nacimiento unos ángeles desean “paz a los hombres de buena voluntad”, aquellos que sean capaces de cumplir la Voluntad del Padre, como Jesús hace a lo largo de su Vida.