Es tiempo de brillos, luces, villancicos, de sacar de las cajas esos adornos navideños con los que se engalanan los hogares, los comercios, los lugares de trabajo…
Tiempo de escribir a los amigos y parientes emails y tarjetas navideñas llenas de frases bonitas, otras ocurrentes, algunas chistosas con nuestros mejores deseos y ganas de trasmitir alegría…
Tiempo, en definitiva, de poner a tope la maquinaria que fabrica cada año la Navidad, esos días en los que se celebra casi todo como si fuera un tiempo especial y diferente al resto del año. Lo es, desde luego, pero no en la forma ni con la distorsión que asoma en nuestras vidas, no al menos en la vida de quienes debiéramos sentirla más desde la profundidad de nuestra fe cristiana.
El otro día, en mi buzón me metieron un folleto de publicidad de una compañía de telefonía. En el folleto, muy invernal y navideño, dicho sea de paso, venía el siguiente eslogan: “Bienvenido a la fábrica de la ilusión”.
Claro, al leer este tipo de frases, inevitablemente sientes que se está apelando a ese niño o niña que todos llevamos consigo a pesar de los años cumplidos. Así, de pronto, al darme la bienvenida a esa peculiar fábrica, quise dar un poco de rienda a la curiosidad, así pues pasé la hoja y seguí leyendo.
La cosa fue cuando menos curiosa. Con igual sintonía para captar la atención, en el interior se comenzaba con un ““Érase una vez una fábrica…” para luego continuar: “Así empieza la mejor historia de estas Navidades. Una historia cargada de regalos y por supuesto con un final feliz: un movil nuevo para usted.”
Comprenderán que, después de leer ese pequeño texto publicitario, el pequeño atisbo de ilusión curioso que comenzó en la página anterior, quedara en un simplón:- ¡Pues vaya¡. Claro que al fin y al cabo ¿Qué esperaba?. En unos tiempos dónde la publicidad juega al más ingenioso todavía, no es extraño que utilice mensajes sensacionalistas aunque luego roce el absurdo.
Pero lo cierto es que ese absurdo, nos guste o no, guarda cierta similitud con el modo en que se vive la Navidad dentro de nuestra sociedad.
De pronto, llega Diciembre y nos ponemos en funcionamiento cual fábricas de la Navidad. Pareciera que quisiéramos a toda costa buscar la felicidad sin importarnos demasiado el verdadero mensaje que tenemos que trasmitir.
Creemos que tenemos que regalar por encima de todo, que tenemos que engalanar nuestra mesa y poner menús suculentos o incluso que tenemos que adornar nuestros hogares con motivos navideños porque de otro modo pareciera que no es Navidad y no hay modo de ser felices esos días.
Pero, todo esto es complementario, quizá demasiado complementario si consideramos que en muchas personas es lo único que prevalece, sin embargo detrás hay toda una materia prima que no debemos obviar.
La Navidad, en realidad, bien podría decirse que es el producto final de esa fábrica que trabaja todo el año en nuestro corazón.
En el cristiano es el agradecimiento, la reafirmación y renovación de su fe ante la celebración del nacimiento de Jesús, ese niño-hombre-Dios que da sentido a cuanto cree, y por tanto le corresponde celebrarlo con su propia entrega personal hacía cuantos le rodean; su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, vecinos…
Cómo lo haga es, simplemente, una opción en sintonía con su sentido de la generosidad, de la alegría y del propio amor que sienta por los demás, y creo que nadie, ninguna fábrica, empresa, ente o mente, puede dirigir esa celebración que ha estado fraguándose día a día y a lo largo del año en el corazón del cristiano.
Es difícil no sucumbir a tanto brillo navideño. Soy la primera en reconocerlo porque la sociedad tiene un movimiento que nos mece casi por propia inercia, pero para un cristiano Navidad debe ser algo más.
Alguien que conozco, suele decir que para él Navidad es todos los días del año. Qué gran cosa es sentir eso. Es sin duda el mejor engranaje para mover la maquinaria de nuestra vida.
Pero quizá, para los que aún somos algo torpes a la hora de mover todos nuestros resortes interiores, baste con no dejar que nos “fabriquen la navidad” con tan floja materia prima, sino con la nuestra, la que no necesita anuncios, eslóganes ni ilusiones vanas, sino fe y corazón. Que así sea.
Desde Valladolid, con el corazón entrañablemente unido al latido de la gente de Almodóvar del Campo, les envío mis mejores deseos para que vivan esta Navidad con amor y armonía en sus hogares. ¡¡¡¡ FELIZ NAVIDAD¡¡¡¡.