En ocasiones se escucha que todas las desgracias que nos ocurren son un castigo de Dios. Y podemos llegar a pensar que Dios dedica sus mejores fuerzas a ajustar cuentas con una sociedad, con una juventud, con unas familias, con una humanidad rotas…
Y podría ser verdad, si todo fuera de otra manera. Porque en realidad, lo que nosotros conocemos de Dios es más bien todo lo contrario.
Dios Padre, permite que Dios Hijo se encarne, haciéndose uno de nosotros, para ofrecernos la posibilidad de volver a Él.
Y lo hace de una determinada manera: en pobreza, sin encontrar posada, en un pesebre (de los de verdad, de los sucios, de los indignos, no de los que ponemos en el salón de nuestras casas), de una virgen pobre, de noche, sin grandes ceremonias, visitado por los pobres de este mundo (y por los audaces de Oriente), trabajando en un trabajo manual, pasando inadvertido, sin ser elogiado por la gente, incomprendido casi siempre, abandonado por los suyos, y maltratado y crucificado por amor a cada uno de nosotros.
Dios no deja de buscar a cada persona. Y no escatima esfuerzos y paciencia. Dios no se rasga las vestiduras, pero es un Dios celoso, que no quiere compartir el corazón del hombre con otros ídolos (dinero, lotería, coche, prestigio, éxito, sexo, drogas…) Dios quiere corazones enteros, y nos va llevando hacia ello por caminos misteriosos, pero seguros.
En estos días de Navidad, brotan del corazón sentimientos bellos y nobles en todos los corazones, incluso en los corazones no creyentes. Y es que el torrente divino que supone el acto de amor de la Encarnación, llega a los confines de la tierra.
Pero estos buenos deseos hay que concretarlos en algo, para que no se pasen como pasó el año pasado, y el anterior, y en anterior…
Dios pasa por nuestras vidas, y desea ser acogido. Os brindo a continuación, un posible propósito. Quien no tenga ninguno todavía, puede tomarlo como suyo, es gratis.
Propósito para este Adviento y esta Navidad: pedir perdón a Dios. Y esto, ¿cómo?
Recuperar el Sacramento de la Penitencia, la Confesión.; es de los mejores regalos que nos pueden traer los Magos esta Navidad. Porque la conciencia de limitación propia, de miseria, y en ocasiones también de pecado, abre a la experiencia de ser perdonado. Quien, por deformación de la conciencia, malas costumbres o abandono de la Confesión, ya no se siente pecador, o pacta con ello resignándose a no salir de esa situación de enemistad con Dios y consigo mismo, ha renunciado a la vivencia íntima del abrazo del Padre.
Y es que la “venganza” de Dios es olvidar el pasado, y también olvidar el futuro. Dios perdona siempre.
La Confesión no es una varita mágica. Exige mucha humildad pedir perdón a quien nos ama incondicionalmente, especialmente cuando se sabe (por experiencia) que se volverá a caer en prácticamente lo mismo.
Y sin embargo, sabemos que la mayor alegría que le podemos dar a Dios, después de haber caído, es pedirle perdón. Pedir perdón, o vivir alejado para siempre del corazón de Padre, éstas son las dos alternativas. ¿Cuál de las dos le dolerá más a Dios, a mi Padre?
Un amor como el que Dios nos tiene, desarma. No valen argumentos, razonamientos, ni autojustificaciones. Sólo vale caminar hacia Él, y esperarlo todo de Él. Es el Padre que sale todos los días a los límites de su finca, con la mirada fija en el horizonte, esperando el retorno de su hijo querido.
No tiene miedo a ser defraudado. No es como nosotros, que en ocasiones no amamos por miedo a resultar decepcionados. Él ama, y espera. Y el hijo lo sabe, aunque le cuesta creerlo. Sólo cuando se convenza, volverá a los brazos del Padre, que siempre estarán abiertos.
Una excusa típica en los cristianos es: “para qué confesarme, si mañana volveré a caer”.
El perdón de Dios es algo que va transformando el corazón.
Sólo con esa herida de amor es posible terminar siendo todo suyos.
Y Él, en el momento de perdonar por medio del sacerdote, conociendo el pasado, y habiéndolo escuchado de los labios del pecador, también conoce el futuro.
Y Dios es tan bueno, que olvida el futuro para perdonar (completamente, sin medir, sin miedo a ser decepcionado).
Su “venganza”, una y otra vez, es perdonarnos y acogernos misericordiosamente. ¿Quién no retornará esta Navidad ante el pesebre, al corazón de ese Padre bueno?
¡¡Corazón de Jesús Niño, en Vos confío!!