Nuestro querido San Juan Bautista de la Concepción, cuya fiesta vamos a celebrar el día 14 de febrero, como otros muchos santos, era una persona que vivía con una gran libertad ante los problemas y dificultades de la vida (“trabajos” le llama él)
La felicidad para muchos personas está atada, depende de cómo les vaya desde fuera en la vida. Sin embargo, el Santo vive desde el gozo de saberse en Dios y esto le hace feliz y libre interiormente. Su alegría no depende de cómo le va o le viene la vida por fuera.
Así escribe San Juan Bautista de la Concepción:
“En aquella última cena que Cristo tuvo con sus sagrados discípulos… entre otras cosas que descubrió…tres fueron:
- los inmensos e innumerables trabajos que al mismo Cristo le cercaban y ya le estaban aguardando…,
- lo segundo que este propio amor les descubre es los trabajos que los propios discípulos por su Maestro habían de padecer;
- lo tercero es pedirles que no se turben ni tengan miedo.
¡Oh amor sabio y discreto! ¿Cómo juntáis estas cosas: muerte y fortaleza, ánimo y trabajos que tanto sobrepujan las fuerzas humanas, alegría y persecuciones?
¿Quién ha de poder mirar a su Maestro, Padre y Señor en un madero, sin ver en él aspecto ni hermosura, antes afeado sobre todos los hijos de los hombres, y no turbarse? Llegan las cosas a que os venda el que entró a la mano en vuestro plato y a quitar la vida al que tantas ha dado, y ¿decís que no tengamos miedo, y más añadiendo las palabras que decís: que no es el discípulo sobre el maestro y que, si al señor persiguen, también perseguirán a los siervos?…
Que el ánimo es para aquella ocasión y que, si lo pide el amor, el amor lo da y él es el que a los que son verdaderos discípulos de Cristo los hace fuertes en las batallas, donde dejan la vida y el cuerpo despedazado… ¿Quién ha de sentir trabajos en que Dios les promete que vendrá y los verá y estará con ellos? ¿Cómo ha de sentir el labrador las espinas que nacen en su sembrado si en medio de ellas ve sus trigos floridos y colmados? ¿Quién ha de sentir las picaduras de la abeja pues, picando, ella muere y el picado vive? ¿A quién le han de entristecer las lágrimas pues son aljófares y perlas preciosas que se siembran para coger dones y gracias sobrenaturales? ¿Quién ha de mostrar mal rostro a males llenos de bienes? ¿Quién ha de desechar el erizo de la castaña y arrojar la almendra dura si dentro tiene el núcleo o tuétano que sustenta al hombre?
¡Oh amor divino y celestial!, y qué bien sabías tú la miel que en sí encerraban los trabajos cuando, proponiéndolos a los justos, dices que no se turben, sino que tengan buen ánimo porque con él desharán el encanto, que en ellos está hecho…
Dios buscó trazas secretas para que esos ríos de sus gracias, premios y glorias tornen a salir y a verterse por las almas de los justos. Estos secretos por donde vienen y se comunican son los trabajos, denuedos y persecuciones que los justos padecen. Estos son el muladar en quien está encerrado el reino de los cielos; el campo y soledad donde la oveja perdida se halla con su dueño y son el agua de colirio que aclaran nuestra vista para mejor ver y gozar de Dios…
¡Oh, qué engañados andan los del mundo! Quieren las primeras vistas de gloria y contento; la corteza la quieren a su gusto, sin tomar un poquito de trabajo buscando la gloria de Dios escondida que tiene preparada para los que le aman.
En esto se diferencian las bestias de los hombres: que, como no tienen manos para preparar la comida, aprovéchanse con la boca y dientes de la cáscara y corteza que las cosas tienen por de fuera; y así vemos que, si comen grano, comen más paja y si hierba, más espinas y, si fruta, cáscara.
Pero el hombre, a quien le dio Dios manos para preparar y aderezar su sustento, adentro pasa buscando las cosas escondidas, sin reparar en la mala cara de fuera; haciendo buen rostro a estos trabajillos exteriores como gente que sabe… que es todo risa lo que en los trabajos experimentamos en comparación de lo que por esos caminos aguardamos.
Oh hombres sin consideración!, que os haya dado Dios entendimiento y potencias para que, como de manos, os aprovechéis y quitéis la paja y corteza de las cosas que vemos y por nosotros pasan, y como si fuéramos bestias, es más paja lo que comemos que grano. Huimos de los trabajos y mortificaciones que en sí tienen encerrado nuestro bien…
Cerrad, almas que deseáis “mejoros” en vuestra vida, los ojos a las cosas de acá; no se os dé nada de que la vista y parecer os la hayan quitado las afrentas y deshonras de la tierra, que, si feas y denegridas estáis por de fuera, hermosas quedáis por dentro…
¡Oh, quién pudiera decir qué limpia y jabonada sale un alma de los trabajos padecidos por Cristo!..”
(“El recogimiento interior” cap.16)