La Cuaresma es
mirar bien a Jesús, mirar su rostro,
aprenderse sus rasgos de memoria,
entrañarlos, que te sean naturales,
que sean tuyos, parte de tu historia.
La Cuaresma es
subir hasta el Tabor, hasta el Calvario,
andar desde el desierto hasta la Pascua,
sin mirar hacia atrás, y sin perderse,
superando el esfuerzo en la esperanza. La Cuaresma es
abrir toda tu casa, sucia, oscura,
dejar pasar el viento que la limpia,
y que entre todo el sol, iluminada,
en vidriera radiante convertida.
La Cuaresma es
escuchar la palabra poderosa,
que es espada afilada y es martillo,
rasgue tu corazón y lo triture,
que lo haga nuevo el Creador Espíritu.
La Cuaresma es
suplicar por el fuego y por el agua
para apagar la sed y contra el frío,
que el fuego se convierta en llama viva,
y el agua sea inagotable río.
La Cuaresma es
un salir al encuentro del hermano
y ponerte enseguida a su servicio,
descubrir esos rasgos que conoces,
tal vez sean los rasgos de otro Cristo.