1.- TOMAD Y COMED (Mat. 26, 26-28)
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa, y dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados”.
Encontramos aquí el punto culminante de la vida de Jesús. Le quedan pocas horas para que empiece su Pasión, ha cenado con sus discípulos y ha compartido con ellos lo más íntimo que hay en su corazón. Ahora va a dar el paso definitivo.
Toma el pan y después de bendecirlo, se lo da a comer, porque ya no es pan sino su cuerpo. Toma la copa de vino y después de dar gracias, se la da a beber; pero ya no hay en ella vino, sino su sangre que será derramada por todos los hombres para remisión de sus pecados.
Seguramente los discípulos se enteraron poco o nada de lo que allí estaba ocurriendo, era demasiado profundo, era un regalo que no les cabía en la cabeza. Una cosa está clara, Jesús actúa de una forma tan solemne al mismo tiempo que íntima, que no les puede quedar ninguna duda que se acaba de producir un hecho trascendental.
Cada día asisto durante la Eucaristía a la celebración de este misterio que hace que las palabras del sacerdote trasformen un pedacito de pan y un poco de vino en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo.
A veces pasa sin que yo me entere mucho, aunque casi siempre soy consciente de lo que allí sucede. En todo caso no me produce asombro, me parece natural, aunque reconozca que allí se está produciendo un profundo misterio.
¿Por qué no me asombro?, ¿por qué me parece natural?, porque soy consciente, aunque no puedo abarcarlo, que Dios me Ama, nos Ama de una forma infinita, inalcanzable. Si algo me asombra es ese Amor que Dios me tiene.
Por eso, Jesús, que es Dios y hombre verdadero, puede hacer ese milagro, y como Amor infinito, que también es, lo hace.
Luego, da un paso más y se queda en el sagrario de cientos de miles de iglesias, para que el que lo desee pueda visitarle y espera horas y días, a que nos acerquemos a hacerle una visita.
Su Amor vence al hecho de saber que será profanado y olvidado. Porque también será adorado y recibido con un corazón limpio.
A todos nos da la oportunidad de entrar en nosotros mismos y buscar el perdón del Padre, nos quiere a todos a su lado un día por una eternidad.
2.-¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? (Mat. 27, 45-47)
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: “¡ Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”,esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: “A Elías llama éste.”
La Pasión de Jesús y su muerte provocan fenómenos atmosféricos que las acompañan. La región, a pesar de ser pleno día, está sumida en las tinieblas.
Jesús pronuncia una frase que, aunque esté contenida en el salmo 22, pienso que expresa un sentimiento real: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
¿Por qué Jesús recurre a este salmo en ese momento?, indudablemente se pueden presentar distintas respuestas, sólo Jesús es dueño de la verdadera. Pienso que en aquel momento Jesús expresa lo que le está pasando, lo que él vive y lo vive en toda su profundidad. Jesús lo cree así, es consciente de que el Padre y el Espíritu Santo están con él de una forma radical.
En numerosas vidas de santos aparece esta “noche oscura” que presenta Jesús desde la cruz, imposible de explicar en su profundidad, y que sin embargo no consigue afectar a su fe. En lo profundo se saben amados por el Padre.
Cada uno habrá tenido que vivir su propio “abandono” por parte del Padre, en mayor o menor cantidad. Jesús nos dice que pidamos al Padre todo lo que necesitemos que él nos lo dará.
¿Se cumplen estas palabras de Jesús?, creo que es una pregunta que admite el sí y el no. Empezaré por el no de acuerdo con mi experiencia. He pedido multitud de cosas, normalmente para otras personas o circunstancias ajenas a mí, y la única respuesta que he recibido ha sido el silencio por parte del Padre.
Podía pensar que he pedido con poca fe, lo que es verdad, pero no creo que ésta sea la razón del silencio con que me encuentro, debe haber una razón más profunda.
¿Qué pienso yo? Pido lo que me parece mejor para mí o para la persona para la que pido y lo hago basándome en un punto de vista humano y muy limitado. El Padre recoge mi petición, siempre lo hace, y la enfoca desde la trascendencia, lo mejor para esa persona para su santidad y de acuerdo con ella me da la respuesta.
Paso ahora al sí. Tomaré como ejemplo a María y Jesús. María se declara la esclava del Padre y acepta plenamente su Voluntad. Sólo pide una vez a Jesús un milagro en las bodas de Caná y él lo hace.
Jesús cumple la Voluntad del Padre permanentemente, en especial en la Oración en el Huerto. Yo acertaré siempre que acepte la Voluntad del Padre, ante mis peticiones.
3.- AL VERLO LO ADORARON (Mat. 28, 17-20)
‘Al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Como muchas veces, me paro en mí mismo, no por afán de protagonismo sino porque es lo que mejor conozco para ponerme en lugar de los apóstoles.
Puedo tener la tentación de pensar que los discípulos tenían más fácil el creer que yo, Jesús se encontraba presente, escuchaban sus palabras, podían tocarle, durante mucho tiempo caminaron a su lado, presenciaron sus milagros, y sin embargo en el momento cumbre de su muerte le abandonaron y dudaron.
Todo esto es verdad, excepto que lo tuvieron más fácil. Yo, después de dos mil años, cuento con el Magisterio de la Iglesia, puedo acudir a diario a Misa y recibir en ella a Jesús. El Padre me da su perdón siempre que lo busco. Sé quien es Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ante mis ojos se desarrolla permanentemente el gran milagro de la creación, Jesús me regala a su Madre como madre desde la cruz.
Está claro que lo tengo más fácil que los discípulos y por ello debo adorar permanentemente a Jesús, presente en el Sagrario.
También tendré que hacer mías sus palabras de ir a predicar el Evangelio por el mundo, tanto de palabra como de obra. De palabra a través de las ocasiones que me presenta el Espíritu Santo cuando puedo acompañarle en las obras de apostolado. De obra, intentando demostrar con mi vida que creo realmente en Dios procuro cumplir sus Mandamientos, amándole sobre todas las cosas, de verdad no de palabra; y al prójimo al menos como a mí mismo, haciendo por él lo que desearía que los demás hiciesen por mí.