Mira por la ventana pasar los días con la mirada triste cubiertos de soledad sus huesos. En el fondo del vaso hay restos de pastillas delatando que la boca tembló al ingerir el agua.
Oscurece precipitándose la noche por los pisos vecinos sin que las horas cambien la bruma que se aloja por las habitaciones.
Por entre las cortinas las lágrimas se asoman al escuchar ruido de tacones en la calle; pasan, pero siguen sin deternerse, luego se alejan y vuelve a modelar el bosque del silencio los contornos del alma.
Una mujer con rostro de ceniza lee en sus manos la vida que le sobra. Nunca sueña con nada, acaso desde el hueco del Gólgota le pregunta a Dios el por qué de su abandono. Pero hasta el silencio se ha cubierto de negro y los muros se alzan ante ella dibujando tres cruces.
Muy despacio se levanta, apenas si sus pasos, pequeños e imprecisos, son leve susurro por la brillante superficie de cerámica. Nada dice, todo calla.
"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"… reza, hoy tocan Misterios Dolorosos…
En el espejo del aparador se rompe el corazón y se confunde con el escarlata del cielo.
Sigue marcando los minutos un reloj.
Segundo a segundo muere el tiempo a la orilla de la vía dolorosa.
Invisible y errabundo el recuerdo se agolpa como si el viente silbara en su garganta. Salen palabras quedas, apenas inteligibles… me decían, que mi hijan, parecía de otras tierras por su piel tan morena y su pelo rizado. Era como su padre, ojos grandes salpicados de música y un diluvio de risa para todos los llantos.
Yo rezaba con ella en mi huerto de pena cuando me quedé sola en mitad de la casa.
A veces gemía como si recibiera azotes atada a mi columna de dolor.
Duele tanto el adios cuando nadie vuelve a tomarnos las manos…
Por la plaza de la iglesia volaban las palomas cuando llegó una tarde con su traslado del trabajo para vivir conmigo, el luto se fue difuminando como el humo a las nubes.
Desde una fotografía, vagamente, soríe una muchacha, exclusión de las formas, le dan guardia dos fotos masculinas, nada obliga a mirarlos, pero ellos persisten y la mujer clava su mirada en los tres. Tercer Misterio, la Coronación de Espinas.
Se detienen los dedos en las cuentas desgastadas de madera y se toca las sienes como si alrededor de la cabeza le brotara la sangre.
Cada día es mucho más intenso el dolor, luego se tapa los ojos con las manos y llora en silencio.
Mater dolorosa, Señor, tú que vives y reinas por los siglos de los siglos, dime ¿cuánto tiempo he de estar entre los vivos?
Sonámbula de repetir un día tras otro la pregunta, enhebra la noche con el día. Cae con su cruz con el alma fundida en la oración.
Ven, y toma Señor, toda esta flaqueza, mi desamparo sin amparo, mis ansias de volar con mis rotas alas, y no dejes jamás que yo me olvide que, contigo en el calvario, tengo tres cruces que me esperan.
Borrosa la muerte se retira, no es tiempo todavía para ella.
Quinto Misterio, la Crucifixión y Muerte del Señor…alguien se detiene en la puerta y pulsa el timbre. Lentamente con sus articulaciones oxidadas se dirige hasta la puerta y la abre.
En la puerta una mujer sonríe y le recuerda que mañana, Viernes Santo, vendrá a recogerla para ir juntas a los Santos Oficios.
La venerable anciana, asiente. “Gracias, hija, por tu misericordia”.
La noche se cubre de sus luminarias mientras por las calles pasan las procesiones.
Por las vidrieras de la iglesia se cuela la luz de un Viernes Santo manchego; adentro, los cristianos adoran el madero de la Santa Cruz; paso a paso cogida al brazo de una mujer más joven, una madre dolorosa inclina su cabeza y temblorosamente besa la cruz.
De vuelta a su banco, impecable en su traje negro, sonríe y da las gracias.
Afuera se escuchan los tambores, adentro el testimonio de una madre con sus hijos en el sepulcro eleva la oración por vivos y difuntos. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.