Así escribe San Juan de Ávila:
“María ante la Navidad y la Asunción:
Dos veces estuvo la sagrada Virgen María esperando grande fiesta, y se aparejaba con grande cuidado para salir a ella muy ataviada del Espíritu, al atavío que es el que luce delante de Dios. Una fue cuando, habiendo concebido al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, esperaba el día en que el encerrado en su vientre saliese fuera, y viese ella con sus corporales ojos, y tratase con sus manos, y tuviese en sus pechos al deseado de todas las gentes… ¡Qué pensamientos tendría la Virgen y cuán suspenso andaría su corazón, deseando ya haber amanecido el día en que, habiendo salido de sus entrañas un tal Hijo, quedase verdadera virgen corno el día en que nació, y mucho mejor!…
La otra vez que esta Señora anduvo cuidadosa con la espera de otra fiesta, fue este santo tiempo en que estamos, en el cual se andaba aparejando para el día en que había de salir de este destierro y subir a la celestial silla que su Dios e Hijo le tenía aparejada, adonde… Ninguna mujer tanto se aparejó para casamiento, ni para otra fiesta, como esta Señora para el día de su coronación y dignidad; y así salió tan hermosa, que los ojos de Dios se huelgan de mirarla y sus orejas de oírla; y si atavío buscó, lo halló, y salió a la fiesta sin mancha ni desgracia ninguna” (Carta 40)
“Mensajera y madre del sol
Fue mensajera de aquel luciente sol que fue el nacimiento del sol de justicia, Jesucristo nuestro Redentor. No solamente fue mensajera; mas aun madre por parecer en todo al alba, que se dice ser madre del sol. Aportónos aquel día saludable, día de perdón, día de descanso, cuando su bendito Hijo anduvo por este mundo: todo aquel tiempo fue día, porque día es todo el tiempo que el sol anda sobre la tierra…
¿Veis cuán bien concuerda el alba con el día? …
Hubo tanta santidad en ti, benditísima Virgen, que fuiste digna mañana de tal día. Así es, Señora, vuestra luz como luz de alba que resplandece, cuando el sol nace sin nubes… Sois, pues, Señora, con mucha razón alba, porque sois mensajera y madre del sol”.
Parecéis, Señora, más a la alba, porque así como al alba cae el rocío en los campos, y se para húmida la tierra, y se tiempla el calor, y se conservan las hierbas en su frescor, así en vos, Señora, llovió y cayó aquel bienaventurado rocío, el cual con gracia humedece nuestras sequedades, hace fructificar nuestras ánimas…
¿Qué haríamos para que así como tal día como hoy nació esta alba en el mundo, así naciese hoy en vuestros corazones? ¡Ay de nosotros si no la tenemos! ¿Y qué haremos si a ella no tenemos contenta y servida?” (Sermón 61).
“María Asunta al cielo: medianera de todas las gracias:
Oigamos cómo el bendito Señor, subiendo hoy al cielo a su sacratisima Madre, le dice con dulcedumbre:
“Madre mía, tú serás eternamente sobre toda mi casa, y todo el pueblo de mi celestial corte y de la tierra y debajo de ella, será obediente a lo que tu boca mandare; solamente te precederá en una silla del reino, porque yo soy Dios criador, y vos criatura y Madre mía”.
Tras las cuales palabras quitó el anillo de su mano y lo puso en la de ella, para que tenga poder y autoridad para refrendar todas las mercedes que Dios al mundo hiciere, y que la que no fuere por su mano refrendada no viniere por medio de ella, no sea tenida por verdadera ni que viene del cielo; y que es hecha universal limosnera de todas las gracias y limosnas que Dios a los hombres hiciere” (Sermón 71).
Y más: ¿queréis ver si estáis mal o bien con ella? Mirad la tercera condición del alba, que es ser enemiga de las tinieblas…
“Los pecados, éstos son los que nuestra Señora aborrece sobre todas las cosas”.
¿Y sabéis qué tanto?
Que ninguno, por servidor suyo que sea, por romerial que ande en su servicio, por más Avemarías que rece, por más candelas que queme en su honra, si en pecado está, en ninguna manera lo quiere ver ni recibe servicio de él, sino que lo aborrece y lo tiene por enemigo…
Pues mire cada uno su conciencia; y si en lujuria está, haga cuenta que está maldito de nuestra Señora; si tienes lo ajeno a tu prójimo, maldito estás de ella; si andas en soberbias y en vanidades, en decir mal, si tienes dos lenguas, maldito estás de aquellos benditos labios. La lengua que Dios te dio, no es sino para decir bien y alabar a Dios. Si dices [mal], dos lenguas tienes.
¡Oh malaventurado el pecado, que basta para que aquella paloma sin hiel, aquella que no sabe sino ser misericordiosa, la hace airarse y querernos mal!
Ea, pues, señores; por amor de esta Señora (pues nos preciamos de ser sus devotos), por estar bien con ella, salgamos de pecados; examinemos nuestras conciencias.
El que está mal con su prójimo, reconcíliese con él; el carnal, deje el cebo de la lujuria, porque no esté enemigo de esta Señora…
Llamad a esta Señora, pedidle perdón de vuestros pecados; besadle aquellos benditos pies; decid que de aquí adelante queréis enmendaros, y hacedlo así y estaréis amigos con ella. Ella quiere vuestra amistad…(Sermón 61)