Hace más de dos mil años, en una pequeña nación del Imperio romano, tuvo lugar el acontecimiento más importante de la historia. En una cueva, cerca de una pequeña aldea, nacía el Niño Jesús- el Hijo de Dios hecho hombre. Como única compañía su Madre, María y José, y quizás alguna mujer mayor de entre las familias que allí cerca guardaban sus rebaños. La Nación era Israel y la aldea Belén.
En el cielo, un ángel anunciaba a unos pastores el acontecimiento y concretaban que encontrarían al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Cuento navideño:
Ocurrió entonces un hecho que se ha perdido en el tiempo. En la zona se encontraban una serie de animales a los que también llegó el mensaje: una zorra, un águila, un conejo, una tortuga, un perro que guardaba el ganado, una ovejita que se encontraba despierta y un pescadito que en aquel momento nadaba cerca de la superficie del agua-
La zorra, que era madre de una camada de cinco zorritos, buscaba por el campo algo con qué alimentarlos, éste era su mayor problema. Al oír la noticia, se dirigió a su madriguera y explicó a sus hijos la extraordinaria noticia, era necesario que no se moviesen de allí, pues corrían peligro. Ella pensaba ir a adorar al Niño.
El águila se encontraba en su nido con sus dos aguiluchos. La deslumbró un resplandor en el cielo y escuchó interesada el mensaje que daba el ángel a unos pastores sobre el nacimiento de Jesús, el Mesías. Deseaba ir a adorarle y así lo comunicó a sus hijos.
El conejo estaba en el campo comiendo hierba, la noche era más segura y, aunque resultaba incómoda, valía la pena aprovecharla. Por ello le cegó la luz de repente y se había proyectado en el cielo y pudo escuchar la noticia del Nacimiento del Niño. Tenía que ir a adorarlo.
La tortuga, dentro de su caparazón, se despertó ante tanta claridad y ruido. La noticia le cogió por sorpresa, pero se encontraba próxima a una cueva y quizás era en ella donde se había producido un hecho tan extraordinario. Se acercó a ver.
El perro, que cuidaba el ganado, vio que la noticia que comunicaba el ángel, conmocionaba a sus dueños, se habían despertado y preparaban un rápido desayuno. Pensaban ir a adorar al Niño. Una de las mujeres mayores recordaba haber ayudado a dar a luz a una madre muy joven, precisamente en la cueva en que ellos solían guardar el ganado en caso de mal tiempo; recordaba también que había acostado al bebé en un pesebre que su padre había improvisado como cuna.
Una ovejita se le acercó y le propuso ir juntos a visitar al Niño, ya que lo hacían sus amos. Tanto el perro como la ovejita se preocuparon de que el ganado siguiera bien resguardado en el cercado y que el resto de los perros vigilaran.
Cerca de la cueva en que se encontraba el Niño había un riachuelo. En él un pescadito nadaba cerca de la superficie; así escuichó la noticia. Pensó que tenía que ir y recordó que en el fondo del rio había u casquillo de una bombilla rota. Era de cristal transparente y estaba lleno de agua, encajaba además perfectamente en su cabeza, sólo tenía que ponérselo como escafandra. No tendría problemas por exceso de oxígeno. Asó lo hizo y salió a tierra.
El pececito vio pronto las dificultades que se le presentaban, tenía que llevar la cabeza levantada para que la bobilla no se rompiese, pues representaba su muerte. Se movía entre unas hierbas altas y miraba al cielo en busca de la estrella polar, para orientarse. Todo era nuevo para él, le costaba moverse, cuando en el agua solo tenía que mover la cola para trasladarse a donde fuera; en la tierra era necesario utilizar todo su cuerpo con fuerza para avanzar un poquito, ¡pero valía la pena, podría ver y adorar al Niño!
Todos los animalitos se preguntaban cómo encontrar la cueva, pero una luz interior los iba guiando, no tenían más que seguirla.
Afortunadamente la tortuga y el pececito se encontraban muy cerca, cuando escucharon la noticia. Por eso, la tortuga fue la primera en llegar; se acercó a la cuna; junto al Niño María y José. Jesús duerme.
La tortuga se dirige a la Madre y le comenta cómo ha escuchado a u ángel que anunciaba el nacimiento del Mesías y quiso venir a adorar al Niño y agradecerle el Amor infinito que Dios Padre puso al crearla; se alimentaria de hierbas que nunca le faltaría y además le regaló el Padre una casa que le acampanaría siempre, ante cualquier peligro se ocultaba en ella. Esa casa le obligaría a caminar despacio, pero no necesitaba más velocidad, con paciencia y tiempo llegaba a todos los sitios.
En ese momento llegaba el pescadito, tenía dificultades para hablar a través de la bombilla, pero no podría prescindir de ella, le iba la vida. Mira al Niño y luego reconoce que Dios Padre ha sido inmensamente generoso con los peces, las siete décimas partes de la tierra son agua y en ella puede desarrollarse una vida fácil, abunda la comida y se encuentran menos peligros que en tierra firme. Desearía besar a Jesús, pero se conforma con adorarle.
El perro y la ovejita llegaban en aquel momento y comentaban a María que pronto llegarían sus dueños para adorar a Jesús, ellos se habían adelantado. El perro agradece el Padre de los cielos que le haya creado fuerte y poderoso: puede recorrer largas distancias y desempeña un trabajo muy digno; ayuda a sus amos en el cuidado del ganado; es respetado por las ovejas y querido por los pastores; nunca le falta la comida y un lugar donde pasar la noche.
La ovejita opina que es un animal muy afortunado, es dulce y cariñosa, incapaz de hacer daño a nadie, regala su lana para hacer prendas de abrigo. Dios Padre ha volcado en ella su Amor. En su momento se le comparará con este Niño que ahora duerme y, cuando predique su doctrina en su día, ella será ejemplo de diferentes parábolas. Es más, Jesús será llamado “Cordero de Dios”. Ahora quiere adorar al Niño.
La zorra entra sin hacer ruido, está acostumbrada a deslizarse sin que se note su presencia; reconoce que la vida es dura y que muchas veces se le critica por su astucia. Pero Dios Padre la ha creado así desde el Amor y, por ello, tiene que estar bien hecho; se ve obligada a trabajar duro y casi siempre de noche para sacar así a sus hijos adelante. Hoy quiere adorar al Niño.
El conejo entra asustado, se ha cruzado con la zorra, que afortunadamente parecía tener prisa y corría en su misma dirección, pero él no quiso volverse atrás. Dios Padre le ha regalado unas orejas grandes para captar el más pequeño de los ruidos y unas patas largas y fuertes para correr velozmente y cavar sus madrigueras. Se acercó al Niño para adorarle.
Se escuchó el revolotear de unas alas y un águila se posó en el suelo. En esos momentos todos los animalitos estaban a salvo, tanto el pescadito como el conejo no tenían nada que temer. El águila sólo deseaba adorar a Jesús. Después cuenta a María cómo Dios Padre había sido realmente generoso con ella al regalarle unas alas grandes y fuertes, que le permitían elevarse en el cielo con facilidad. En algunos momentos había querido subir y subir hasta encontrar al Padre. Luego, se había dado cuenta que Dios se encontraba en todas partes y que, para alcanzarlo, solo se necesitaba darse cuenta de ello. Ya lo había hecho.
En aquel momento se oyeron las voces de los pastores que se acercaban y los animalitos se despidieron del Niño, de María y de José; después miraron a Jesús una última vez con amor, y se marcharon.