Sabemos, por la fe, que en el cielo se encuentran los ángeles; también los ángeles de la guarda que, enviados por Dios, acuden a la tierra en nuestra ayuda.
Normalmente pasan desapercibidos, pero esto no quiere decir que no se encuentren permanentemente presentes en nuestras vidas. Si nos trasladáramos al cielo, veríamos cómo los ángeles custodios presentan al padre las diferentes novedades de la tierra.
Hay ángeles que tienen más trabajo que otros, por ejemplo, los de los niños pequeños que ya son capaces de moverse por su cuenta. Están llenos de vida y carecen del sentido del peligro; así es que, cuando su madre o su abuela los pierden de vista, aunque solo sea por un momento, se han metido en un peligro.
A su lado, el ángel de la guarda evita que se produzca una tragedia, aunque no pueda evitar alguna que otra caída.
Si nos fijamos un poco, veremos que, muy cerca de Dios, hay un angelote pequeño, que apenas tiene alas.
Escucha embelesado lo que cuentan sus compañeros y, de vez en cuando, se dirige al Padre y le pregunta cuándo podrá practicar las buenas obras que hacen los otros ángeles, ayudando a alguien en la tierra.
El Padre le pide que tenga paciencia, pronto llegará su hora. Por el momento se tiene que conformar con hacerle compañía y escuchar a los otros ángeles.
Un día el Padre llamó al angelote y le comunicó la gran noticia, había encontrado para él un lugar ideal; así que le regaló unas alas nuevas. Le había asignado una persona a quien cuidar y le colocó en la tierra.
Así fue cómo el angelote se transformó en Anita y apareció en nuestra Residencia acompañando a su hermano Juan José, que tenía que estar en una silla de ruedas, debido a una disfunción motora.
Anita siguió siendo el mismo angelote, conservó su alma de niña pequeña y tomó un cuerpo de mujer, ya que tenía que ayudar no sólo a Juan José, sino a todos cuantos lo necesitasen.
Muy pronto Anita conquistó el corazón de todo el personal de la Residencia.
Saca a Juan José al jardín para que pueda fumar y, al terminar de hacerlo, lo entra de nuevo, pues el tiempo no acompaña para quedarse en el exterior.
A Anita le gusta conocer los diferentes menús y, una vez que lo sabe, se lo comunica a todos.
De vez en cuando necesita volver a preguntar, y se encuentra feliz, cuando se lo dicen.
También le gusta mucho cantar; así es que en las Navidades participó en los ensayos del Belén viviente, cantó villancicos y más tarde formó parte de los que se dirigieron a adorar al Niño.
Anita está permanentemente pendiente de todos, especialmente del que necesita ser atendido; lo que hace con autentico cariño y dedicación. Acerca al comedor al quien tiene dificultades para hacerlo.
Anita pone especial cuidado en visitar a los enfermos, los acompaña, les coge la mano y consigue arrancarles una sonrisa; tiene una sensibilidad especial para saber dónde se le necesita.
Lo Reyes Magos le trajeron un muñeco que llora cuando se le quita el chupete y se calla al ponérselo. Anita se lo enseña a todo lo mundo y le encanta que se reconozcan las maravillas que hace.
Los residentes vemos en Anita a nuestro ángel de la guarda que el Padre ha asignado para nuestro cuidado; por lo que le damos las gracias más sentidas.
¡Anita es un maravilloso regalo!
¡¡Que Dios te bendiga, Anita, nuestro ángel de la guarda!!