A menudo suelen aparecer en nuestro campo, sembradores de otros campos que nos hablan de sus malas cosechas. Nosotros, les escuchamos con consideración, creyendo que, al hacerlo les ayudamos a aliviar su pesar, pero en lugar de aliviarles, lo que hacemos es servir únicamente para arrojar en nuestro campo sus pobres semillas.
Esto, a modo de metáfora para hacer bonitas estas líneas, me ocurrió hace unos días. Entro en mi tienda un hombre de unos sesenta años, muy ufano, a comprar sobres de semillas. Al verle mirar el expositor de semillas buscando algo, le pregunté si podía ayudarle a encontrar lo que buscaba. Me respondió que solo estaba mirando, así pues le dejé que siguiera haciéndolo con tranquilidad.
Después de un rato, me preguntó por un sobre en el que ponía “pomodoro” ; “ pomodoro” es tomate, le dije. La marca de semillas es italiana y por eso lo ponen en italiano.
El hombre comenzó a farfullar con cierta contrariedad:
-Todos defienden su idioma menos nosotros. Así nos va…dijo algo disgustado.
No parecía comulgar mucho con los extranjerismos pero aún así no di demasiada importancia a este hecho a pesar de percibir un halo de pesimismo en su persona.
Al rato, con cierto aire profetizador y después de saltarse de un tema a otro como si todo tuviera que meterse en el mismo saco oscuro y sin fondo, me dijo:
– Todo se está echando a perder. Seguramente de aquí a un año, tengas que cerrar tu tienda. Ojalá me equivoque pero, seguro que será así. Mi hijo es el director de la sección financiera de una gran compañía de seguros y ya me ha dicho que nos esperan seis meses de auténticos suicidios económicos.
Estas fueron textualmente sus palabras: “suicidios económicos”, pero desde luego lo que me desconcertó sobremanera fue ese vaticinio sobre mi futuro. ¿Cómo alguien podía decirme aquello y quedarse tan ufano?, pensé.
Me quedé sin palabras, realmente. No sabía qué argumentar ante esa desmedida siembra de pesimismo en mi tienda. Pensaba en lo mucho que me esforzaba por trabajar día a día, por la voluntad que le ponía sin pensar en fracasar; sin embargo, allí estaba ese hombre, echando por tierra en unos minutos toda la cosecha de un año y por añadidura mi férrea postura vital ante las dificultades que en estos tiempos soportamos no sólo yo, sino mucha gente que tiene comercios o trabajos inestables.
Intenté disimular mi zozobra en ese momento. Se aprende de de cara al público a mantener el tipo aunque se oigan ciertas cosas. La máxima de que el cliente siempre tiene razón, aunque no sea sí, se procura soliviantar con el silencio, y, así intenté llevarlo a cabo, de tal manera que la conversación se convirtió en un monólogo en el que solo el hombre hablaba.
Descubrí cual era realmente el motivo de su pesimismo. Había trabajado en una granja de cerdos en un pueblo de Segovia muchos años, y el dueño le había despedido junto a otros obreros sin pagarle los últimos salarios y la respectiva liquidación. No conforme con esto, el empresario posteriormente había cogido a un inmigrante latinoamericano al que le pagaba, según él, 500 euros por hacer el mismo trabajo.
Si esto había sido así realmente, era comprensible la decepción y amargura de este hombre; pero también pensé en esos momentos que no se justificaba el modo de ver el futuro, el mío al menos, y menos aún que me lo volviera a reiterar, como lo hizo una vez más sin cohibirse en absoluto, como si con ello diera más realismo y empaque a su situación.
Se siente cierta impotencia ante esa negatividad que te ataca como si quisiera arrollarte y pasar por encima de tus propias emociones y sentimientos, pero no voy a negar que, en cierto modo, afloró un poco mi orgullo.
– A lo mejor me toca cerrar, quién sabe…pero puede suceder también que de aquí a un año vea usted que sigo aquí y vuelva a comprarme semilla de tomate para su huerta.
Y sonriendo por primera vez en todo el tiempo que permaneció en mi establecimiento, me contestó:
– Si dentro de un año paso otra vez por aquí y sigues, te daré mi enhorabuena.
No me dijo más. Salió por la puerta con sus semillas y con su pesimismo. De las semillas, espero que le den buen fruto, de lo segundo…en fin, ¿Qué decir? Reconozco que, pese a todos mis esfuerzos por no darle importancia al asunto, ese hombre me dejó sembrada de pesimismo, un pesimismo que ese día se acentuó más por la poca actividad en la tienda. Y pensé incluso que tal vez tuviera razón, que aún lo peor estaba por venir.
A veces, aunque creamos estar por encima de muchas cosas, resulta que algo llega para tomarnos el pulso y mostrarnos nuestras flaquezas. Creo que eso fue lo que me ocurrió a mí, alguien que cuando escribe o habla con sus semejantes, siempre intenta sembrar comprensión, afecto, esperanzas…;sin embargo, en esta ocasión afloraron mis miedos, mis inseguridades, en definitiva, mi vulnerabilidad ante la adversidad.
Este hombre, o mejor dicho, este tipo de comportamiento es muy habitual. Es una miopía que distorsiona la esperanza, y seguramente también una miopía de Dios. Y lo más delirante es que, seguramente también una miopía de Dios.
Y lo más delirante es que así vemos algunas veces muchos de nosotros esa realidad que nos inunda aunque no lo creamos.
En nuestra enajenación con el sufrimiento de cuantas personas tenemos a nuestro alrededor, ponderamos nuestras quejas, nuestros problemas y nuestros puntos de vista buscando aliviar nuestra sobrecarga al tiempo que creemos que lo nuestro siempre es mucho más importante que lo de los demás.
Nos cegamos de pesimismo y negatividad, llenándolo todo de malas hierbas, nuestras malas hierbas más las ajenas, en lugar de convertirnos en un campo en el que sembrar flores; flores de esperanza, de optimismo, de vida…
Comentaba esto con D.Tomás por teléfono y su conclusión fue tan certera como de gran ayuda para mí:
– El futuro ¿ Quién lo conoce?. Quién sabe lo que puede ocurrir dentro de un año….lo importante es vivir cada día plenamente porque tienes lo más preciado; la salud y debemos dar gracias a Dios por ello. Lo demás, está en sus manos. Confía. Si una puerta se cierra, otra ventana se abrirá…
Pues sí, efectivamente. Esa es la flor que debemos cultivar en nuestro campo cada día, la esperanza junto al agradecimiento a Dios por cada día que se vive y a su vez cultivar otras flores como la sonrisa, un abrazo, un saludo, un “ gracias “, un “ déjame que te ayude”, un “ ¿ cómo estás?, un ¡qué bien te veo¡, un “ no te preocupes”, en fin…todas aquellas flores que huelen a Dios y que juntas forman un hermoso campo.
Lo demás, nuestro futuro incierto, es campo de Dios. Él, y solo Él, sabrá qué cultivar en cada uno de nosotros.
Como también escribió en cierta ocasión el Cardenal Suenens:
Porque creo que Dios es nuevo cada mañana.
Porque creo que está creando el mundo en este mismo momento.
Los caminos de la Providenciason absolutamente sorprendentes.
No están sujetos al determinismo ni a los sombríos pronósticos de los sociólogos. Dios está aquí”.