Gluck pasó a la historia de la música como el primer gran reformador de la ópera; gozó de más fama como reformador que como compositor.
Es autor de alrededor de cincuenta óperas, de las cuales sólo una – Orfeo de Euridice – se mantiene en el repertorio, aunque Alceste y las dos Ifigenia reaparecen de vez en cuando. Si no hubiese conocido a un libretista que lo estimulase, es muy probable que nunca hubiese llegado a componer música del nivel de Orfeo y que no hubiese reformado nada.
Nació en Erasbach (actual Alemania) el 2 de Julio de 1714. Su padre era un guardabosque al servicio de grandes nobles, y la familia estaba desplazándose constantemente. No se sabe mucho acerca de los primeros años; parece que recibió una buena educación y que sabía tocar el violín, el violonchelo y el clave.
Hay pruebas de que asistió a la Universidad de Praga.
A los veintidós años fue a Viena, y más tarde a Milán, donde estudió con el famoso Giovanni Battista Sammartini.
Italia retuvo ocho años a Gluck, y allí compuso en 1741 su primera ópera: Ariaserse; fue presentada en Milán en diciembre de ese año, tuvo mucho éxito y la siguió una serie de óperas que hoy están olvidadas.
A semejanza de Händel, Gluck fue un cosmopolita. Estuvo un breve tiempo en París y en 1745 pasó a Londres. En esta ciudad compuso dos obras para la ópera italiana: La Caduta de Giganti y Artamene, por encargo de lord Middlesex, y el hecho prueba que seguramente ya gozaba de cierta fama.
Además, en Londres trabó amistad con Händel, quien se había burlado de él al afirmar que su cocinero sabía más que Gluck de contrapunto. En vista de que el cocinero de Händel era cantante y un músico instruido, es posible que la afirmación encerrase cierto grado de verdad.
De todos modos mantuvieron buenas relaciones, y en un período ulterior de su vida, Gluck tenía en el dormitorio un retrato de Händel. Solía señalarlo y decía: “es el retrato del maestro más inspirado de nuestro arte. Cuando abro los ojos por la mañana, lo contemplo con reverencia y le dispenso el reconocimiento que merece”.
Después, la peregrinación de Gluck lo llevó a Hamburgo, donde dirigió una compañía viajera de ópera italiana.
En 1749 retornó a Viena, y al año siguiente se casó con la hija de un comerciante rico. En adelante no tuvo más preocupaciones financieras, lo cual le aseguró una situación especial entre los compositores de su tiempo.
Gluck compuso regularmente, y también adquirió renombre como director. En 1752 fue nombrado kapellmeister de la Corte imperial de Viena y en 1754 director de la orquesta del príncipe Hildburghausen. En 1756, el papa Benedicto XIV le otorgó el rango de caballero.
Había llegado el momento de abordar la reforma
La época del barroco estaba siendo desplazada por un nuevo clasicismo, y se tendía a la sencillez más que a los adornos recargados. Gluck, estimulado por los libretos de Calzabigi, hizo por la ópera lo que Winckelmann predicaba en el campo del arte, y Rousseau en relación al hombre. (Gluck, que evidentemente había leído a Rousseau, hablaba del retorno a la naturaleza en su música, y con esas observaciones se refería no sólo a los árboles y al cielo, sino a la vida tal como se la vive realmente)
Después de desechar la ópera barroca, con sus embellecimientos, lo adornos recargados y las exhibiciones vocales, se orientó hacia los ideales clásicos de pureza, equilibrio, sencillez e incluso austeridad.
El primer paso fue poner en su lugar a los cantantes, y ese objetivo fue alcanzado de dos modos: uno, consistió en insistir en que se mantuviesen fieles al personaje a lo largo de la ópera; el otro, fue modificar o abolir el aria da capo: los cantantes ya no pudieron improvisar en el retorno de la primera sección, tenían que cantar lo que estaba escrito; y Gluck, el más exigente director de su tiempo, dirigía sus propias óperas para asegurarse de que fuese eso con exactitud lo que se hacía.
En las óperas reformadas de Gluck:
- Las arias son mucho más breves que en la ópera barroca.
- Crece la proporción del recitativo (discurso de tono elevado, de carácter declamatorio en contraposición con el aria cantada.
- Se emplea como recurso para impulsar la acción escénica y la caracterización para unir las partes cantadas de la ópera.
- Afirmó el papel de la obertura como parte del drama.
- Trató de acentuar el realismo emocional y el desarrollo del personaje
- Intentó alcanzar una unidad dramática total.
Todo esto era nuevo para el pensamiento operístico contemporáneo. Gluck definió con claridad sus propósitos: “La imitación de la naturaleza es la meta reconocida hacia la cual deben orientarse todos los artistas. Siempre con la sencillez y la naturalidad más acentuadas que estén a mi alcance, mi música pugna por llegar a la máxima expresividad e intenta reforzar el sentido de la poesía básica”.
Los años que pasó en París fueron también el período de su rivalidad con Piccinni, un hábil compositor italiano que llegó a París en 1776.
Se suscitaron vivas polémicas, y París gozó con esa controversia.
Hubo acuerdo general en que Gluck había vencido, sobre todo después de que el público conoció Armide, en 1777, e Ifigenia en Tauride, en 1779. Pero algunos observadores propensos a adoptar actitudes diplomáticas trataron de suavizar las cosas afirmando que Gluck era superior en la tragedia y Piccinni en la comedia.
Echo et Narcisse, en 1779, fue la última obra importante de Gluck. Sufrió un ataque de apoplejía (derrame cerebral) en 1781, y pasó los últimos años de su vida en Viena, recibiendo a sus visitantes pero sin componer.
Como director fue el Toscanini de su tiempo, un martillo pilón, y los músicos temblaban en su presencia, o rehusaban ejecutar en sus orquestas. Era un perfeccionista que exigía que los ejecutantes repitiesen un pasaje veinte o treinta veces antes de darse por satisfecho. Tan intenso era el antagonismo entre Gluck y sus músicos en Viena, que más de una vez el emperador mismo tuvo que intervenir. Solía afirmarse que cuando Gluck estaba preparando una de sus óperas, tenía que sobornar a los músicos ofreciéndoles doble paga. Cierta vez manifestó que si recibía 20 libras por componer una ópera, debían pagarle 20.000 por ensayarla. Pero aunque Gluck detestaba esa tarea, insistía en preparar sus propias óperas.
Igualmente se mostraba brusco con los cantantes, y a cada momento, los acusaba de aullar, y de falta de sentido musical. Sin duda, este Gluck obstinado y desprovisto de tacto era una tortura para todos. Parecía que siempre estaba diciendo lo que no convenía.
Pero sabemos ahora que tenía razón, Gluck se había adelantado a su tiempo; de este modo, en sus tratos con la ópera no pidió sino que exigió ciertas condiciones:
“Deben concederme instruir el reparto, debo poseer la autoridad necesaria para imponer el número de ensayos que crea necesario, no habrá suplentes, y se tendrá preparada otra ópera para prevenir la posibilidad de que uno de los cantantes enferme.
En general, en tiempos de Gluck se aceptaba que él había revolucionado la ópera.