Voy a comentar el libro que acaban de publicar de Benedicto XVI. El título es “Luz del Mundo”. El 23 de noviembre fui a comprarlo a la librería. Todo un éxito, me dijo la encargada de la misma, se había agotado el primer pedido en unas horas.
Son interesantes las palabras de Peter Seewald que fue el que entrevistó a Benedicto XVI durante varias horas y nos puede dar una visión de este acontecimiento:
“Quedaron al descubierto muchas muestras del gran pensador y del hombre piadoso que es Joseph Ratzinger. Las cuestiones que se plantea y las respuestas que da son de enorme importancia e incidencia en la vida de cada uno; tiene una gran comprensión analítica de nuestro tiempo”.
El libro casi me lo leí de un tirón. Mientras tanto iban saliendo comentarios en los periódicos. Tengo la sensación que muchos artículos se han escrito sin haber leído este libro-entrevista.
Es una obra especial porque es una larga entrevista que le hacen al Papa sobre los temas más candentes de la sociedad y de la Iglesia. Por eso tiene una viveza muy fuerte, ya que una entrevista le da dinamismo.
Por otro lado las respuestas de Benedicto XVI son concisas y claras. El lenguaje está a la altura de cualquier lector medio. Nos ayuda a comprender lo que piensa este Papa de muchos problemas, temas y preguntas que nos hacemos los hombres y mujeres de hoy.
Desde que eligieron Papa al Cardenal Ratzinger he seguido sus discursos. Hay un tema, que de una forma o de otra, es una inquietud del Pontífice y lo repite sin cansancio. Es el tema de Dios, el anuncio de Cristo, parece que cuando lo pronuncia se queda descansado diciendo: ya he hecho lo más importante.
Y es que este Papa está convencido que el hombre y la mujer de hoy la medicina que más necesita es creer en Dios y confiar en él. Es más, está convencido que este debe ser el mensaje que la Iglesia no puede silenciar.
Por eso voy a citar varios textos del libro. Mucha gente no leerá esta obra magnífica pero sí puede pensar en estas pocas líneas que se ofrecen en este artículo:
“Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”.
Me llamó la atención cuando el entrevistador le pregunta por su oración, cómo reza. Su actitud como creyente y los amigos que tiene en el cielo. Éstas son sus palabras:
“En lo que toca al Papa, también él es un simple mendigo frente a Dios, y más que todas las demás personas. Por supuesto que rezo siempre en primerísimo lugar a nuestro Señor, con el que tengo una relación de tantos años. Pero también invoco al Espíritu Santo. Tengo amistad con Agustín, con Buenaventura, con Tomás de Aquino. A esos santos se les dice: “¡Ayudadme!”. Y la Santísima Virgen es de todos modos siempre un gran punto de referencia. En este sentido me interno en la comunión de los santos. Con ellos, fortalecido por ellos, hablo entonces también con Dios, sobre todo mendigando, pero también dando gracias, o simplemente con alegría”.
Es cierto que trata muchos problemas de la Iglesia de nuestros días, pero Dios y la oración me parecen que son el fundamento, sin estas realidades la comunidad eclesial resulta una institución humana más. Creer en Dios y relacionarse con Él me parece que pueden ser dos columnas imprescindibles para la Iglesia del futuro.
Otra cosa que quiero destacar es la foto de contraportada. Una sala, un sillón, una mesa y el Papa cara a cara con el entrevistador.
Puede ser una buena actitud de toda la Iglesia que desciende a los problemas de los hombres y mujeres de hoy, que quiere tratar tú a tú de los gozos y tristezas que nos invaden en el momento presente.
Sin arrogancia, sin pedestales de ninguna clase, sino con la sencillez del Evangelio. Sin imponer sino proponiendo a una persona que se proclama como “Camino, Verdad y Vida”. No apoyándose en ninguna fuerza humana sino en la fuerza de la Verdad que es Jesús.
“La Iglesia no impone cosa alguna a los hombres ni ofrece algún sistema moral. Lo realmente decisivo es que ella lo da a Él. Que abre las puertas hacia Dios y, con ello, da a los hombres lo que más esperan, lo que más necesitan, lo que también más puede ayudarlos”.