Padres, ¿estáis bien? Vuestra partida y vuestro viaje ha sido tan duro, que no me ha quedado nada donde agarrarme.
Mis brazos se extienden madre, desde que te marchaste, y no tengo donde agarrarme.
Me tambaleo cuando pienso que nunca más volveré a oír vuestras voces, no volveré a ver vuestras miradas, y a tener vuestros consejos.
La casa se ha quedado tan fría, triste y gris, que se me hace un mundo bajar a darle una vuelta.
Todo me parece mentira, a veces me pregunto ¿es verdad todo esto que me ha pasado?
El tren sin retorno en el que os marchasteis se aleja en el infinito y en el tiempo, mientras, me recorre un escalofrío de la cabeza a los pies, y en mi mente siempre vuestros nombres, vuestras voces y gestos.
No me atrevo a abrir tantos álbumes de fotos olvidados, pues el que tengo en mi cabeza es mucho más grande, real y nostálgico que los que permanecen guardados en un cajón.
Padres, aunque esté rodeada de mucha gente, solo oigo sus murmullos, extiendo los brazos y no tengo donde agarrarme.
Pero hay otros momentos en que sí que siento vuestras manos invisibles agarrándose a las mías, diciéndome: ¡sigue! Que el camino tiene muchos baches, muchos pinchos y monstruos que sortear, pero al final está la Luz (Dios) y la llanura donde vosotros ya habéis llegado.
Padres, muchos besos y abrazos desde el hueco de mi corazón que siempre será vuestro.