Han llegado los día de la Pascua,
las fiestas de la luz y de la vida,
removida la losa del sepulcro,
la noche de la angustia superada.
Han llegado los días de la dicha,
vestidos de blancura y perfumados,
esponjados con óleo del Espíritu,
vencida para siempre la tristeza.
Las lágrimas en risas florecidas,
-que es tiempo del amor y de las flores-
la risa incontenible, contagiosa.
Porque Él era Verdad, y cuanto amaba.
Olvidemos las dudas, los temores,
dejemos a los guardias bien dormidos,
salgamos al encuentro del Amado,
encendidos los cirios esponsales.
Luciremos la vida del Espíritu,
sin codicias ni apegos, en pobreza,
optando por los pobres, con ternura,
repartiendo amistad y cercanía.
La vida en libertad, nuestra bandera
la caridad de Cristo, nuestro signo
justicia solidaria, la tarea
la paz y la esperanza, nuestras alas.
Seremos los testigos de la Pascua,
nuestra vida también citada,
el triunfo del amor sobre la muerte,
los odios y violencias sepultados.
Que la vida pascual es para darla,
como un pan que se parte en rebanadas,
o el agua de la fuente que no cesa
y crece en la medida que se entrega.