En este mes de Junio celebramos la Fiesta de Pentecostés, fiesta que es realidad diaria en tantas personas creyentes. El Espíritu es el alma de la Iglesia y de nuestra vida cristiana:
Los discípulos de Jesús «ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban»(Marc. 6,13). El Espíritu es nuestra mejor medicina; sirve para toda clase de heridas y enfermedades; su aceite cura las heridas, las del cuerpo y las del alma.
El aceite sirve para suavizar durezas. El Espíritu es aceite que ablanda el corazón endurecido; nos hace más sensibles, con más ternura y misericordia.
Uno de nuestros males es precisamente la falta de misericordia y compasión, la dureza que existe a veces en nuestras relaciones, la violencia de todo tipo.
Nos hace falta un poco de ese aceite divino para las soberbias, para las codicias, para los enriquecimientos y adoraciones del dinero, para tantas injusticias…
Aceite perfumado
El Espíritu es aceite que empapa nuestras entrañas de amor, llega hasta la raíz del ser con su perfume.
Jesús estaba totalmente ungido del Espíritu; por eso irradiaba gracia, misericordiosa, salud. «Salía de él una fuerza curativa” (Luc. 5, 17), que curaba y perdonaba los pecados.
Jesús ungido por el Espíritu, decía palabras de gozo, de perdón, de esperanza y bendición. Ungido por el Espíritu, dejaba tras de sí el mejor de los perfumes, olor de santidad, de paz y de esperanza».
Los cristianos, ungidos por el Espíritu tenemos que dejar buen olor (2ª Cor. 2,15). Debemos contagiar nuestro estilo: amor a la vida, el deseo de mejorar y hacer un mundo mejor, la pasión por el hacer el bien.
Hoy la Iglesia utiliza también el signo del aceite perfumado, el santo crisma, para transmitir el Espíritu Santo, consagrando a sus hijos, renacidos de las aguas bautismales, miembros de Cristo sacerdote, profeta y rey; haciéndonos sacerdotes: para dar culto y alabanza de Dios; profetas: para ser mensajeros valientes de la verdad del Evangelio; y reyes: para formar parte de su pueblo-la Iglesia y hacer presente el reino de Dios en el mundo.
“Nos marcó con su sello”
“Dios nos consagró, nos marcó con su sello e hizo habitar en nosotros el Espíritu como prenda de salvación” (2ª Cor. 1, 22).
San Pablo habla del Espíritu como un “sello”. El sello indica propiedad. Da garantía y valor; se utiliza para los documentos y alianzas, como marca de pertenencia.
Dios nos ha marcado con el sello del Espíritu. Los Padres de la Iglesia usan mucho esta imagen. Es un sello grabado en el alma: el Espíritu, que es Fuego, es Amor. Es una marca que no puede borrarse. El sello lleva un signo, una imagen. El Espíritu Santo, al sellarnos, graba en nosotros la figura de Cristo, de esta modo todo cristiano es un “doble” de Jesús.
Quiere decir que el cristiano tiene que parecerse en su vida a Cristo, tiene que pensar, sentir, hablar y actuar como Cristo.
Este sello no es estático, sino dinámico. Podría deteriorarse por nuestra pereza, debilidad, pecados… pero el Espíritu y nuestro esfuerzo logran que el parecido con Cristo sea cada vez mayor.
El Espíritu que recibimos nos habla de Cristo: “Todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí” (Jn. 16,14-15), nos recordará las palabras de Cristo: “El Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os lo explicará todo” (Jn 14, 26).
El Espíritu es como el artista que va dibujando en el alma la imagen de Cristo, pero viva.
“No” a otras marcas
Emociona todavía la lectura del acta de S. Maximiliano, en el siglo IV, patrón de los objetores de conciencia, que se negaba a ser soldado, se negaba a recibir la marca que le imponían los que querían alistarle, porque él ya estaba marcado; decía:
“Yo no recibo la marca del mundo y, si me la imponen, la haré pedazos, porque nada vale. Yo soy cristiano y no me es lícito llevar colgado al cuello un pedazo de plomo después que llevo la señal salvadora de mi Señor Jesucristo.”
Fue martirizado y pidió al Padre que regalara al verdugo el traje nuevo que le tenía preparado
¿No había que rechazar alguna otra marca en esta cultura nuestra, ya que estamos marcados por el Espíritu de Dios?
¿Es compatible la marca del Espíritu Santo con la marca de tanto consumismo, de tanto capitalismo junto a tana hambre y pobreza, de tanto sexualismo sin alma y sin fidelidades?
Es contrario a la marca del Espíritu todo lo que no lleve la marca del amor.
Invocamos al Artista divino:
Ven, Espíritu Santo:
- no dejes de trabajar en nosotros la imagen de Cristo, no dejes de sellar su imagen con el fuego de tu amor.
- No permitas que ocultemos o ensuciemos o borremos esta imagen. Al contrario, que sea cada día más nítida, más hermosa, más viva.
¡Haznos “cristos”, Espíritu de Dios!
- Dedo de Dios, expulsa nuestros demonios y cura nuestras enfermedades.
- Dedo de Dios, rompe nuestras ataduras.
- Dedo de Dios, indícanos el camino de Cristo.
- Dedo de Dios, escribe en nosotros el nombre de Cristo.
- Dedo de Dios, graba en nuestro corazón el evangelio de Cristo.
- Dedo de Dios, dibuja en nosotros la imagen de Cristo.
- Dedo de Dios, pon en nuestro dedo la alianza de tu amor.”
La Eucaristía y San Juan de Ávila
¡Cristo convidado: recibidle!
Si decís: “¡Oh quién viera a Cristo ser convidado!”, llegaos acá, hermano, que más es verlo a Él convidar; y que El mismo es el manjar… ¡y no hay quien quiera venir, no hay quien lo reciba ni hay quien le dé posada, andando rogando El que lo acojan!…
-Señor, ¿de qué os quejáis, que no os dan posada? ¿No tenéis grandes custodias de oro y plata y de piedras preciosas? ¿No estáis cubiertos con ricos paños de brocado?
-Bueno es que haya todo eso y que sirvan a Dios todas sus criaturas; pero no lo ha Él por nada de eso. La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá.
No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo.
Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido. Pero trae amor, y le dais malquerencia; tráete humildad, y tú le das soberbia; tráete castidad y limpieza, y estás en tus deleites sucios; tráete mansedumbre, y tú eres aún un airado; tráete misericordia y caridad, y no hay quien te haga hacer una limosna ni haber misericordia de tu prójimo, que está pereciendo de hambre por falta de lo que a ti sin provecho ninguno se te pierde en tu área o en tus trojes.
¿Qué le trajo del cielo? Amor. ¿Qué le encerró en el vientre de la Virgen? Amor. ¿Qué le encerró en el santo Sacramento y le trujo al altar? Amor. Con amor viene, recíbele con amor…
Cuando el rey viene a alguna ciudad, no oiréis otra cosa por doquiera que vais, sino: “El rey viene”…Y viene Jesucristo cinco mil veces cada día, desde el cielo a la tierra, tantas veces como misas se dicen en todo el mundo, ¡y estáis tan tibios que, si viene a mano, por no dejar de dormir u otra cosa que no pese una paja, no vienes a verlo a la iglesia!
No recibimos con amor al que viene con tanto fuego de amor. Apareja, hermano, tu lámpara y recíbelo con amor; que aunque otro pensamiento no tuvieses sino pensar que cada día viene Jesucristo a la tierra, bastaba para hacerte bueno… Decid: ¿Qué cosa sería si viniese un hombre desde las Indias a haceros bien, y a esto le moviese sólo el amor que os tiene sin deberos nada, y vos no lo recibieseis ni quisiereis verlo ni oírlo? Gran desagradecimiento y mala crianza sería, por cierto.
Pues Jesucristo nuestro Señor viene desde el cielo a la tierra, que es más que de las Indias, sin deberte nada, sino por sólo amor que te tiene, y no a cosa que a Él le cumpla, sino a ti. Sábeselo ahora agradecer, que con sólo esto se contenta Él…
¡Oh manjar tan mal conocido! ¡No hay quien quiera aparejarse para comerlo! ¿Qué malaventura es ésta, que esté entre nosotros la hartura y que muramos de hambre?…
Yo conocí una persona que me decía que deseaba el día en que había de comulgar como la salud. Otros hay que los han de llevar por fuerza…
Y así acaece, que, como entre el año no le recibís muchas veces por amor y de vuestra voluntad, cuando vais de año a año por fuerza, tampoco le recibís con amor ni sentís ni gustáis qué es lo que coméis ni a qué sabe Dios.
¿Quién os lo preguntase? Decid, hermanos, ¿a qué sabe Dios? ¿Habéisle alguna vez gustado? ¿A qué sabe? Creo que no habrá quien responda. Esto no lo entendéis vosotros.
¿Por qué no queréis curaros de tantas enfermedades? Estáis malos, y tenéis aquí el remedio de vuestros trabajos y la medicina de vuestras enfermedades, y no queréis recibirla…
Coméis malas hierbas, haceos mal provecho. Unos os mantenéis de una perecedera honrilla; los otros, de unos poquillos de dineros; otros, de un malaventurado deleite; todos traéis el gesto cuales son los mantenimientos que coméis.
Dice David: Secado se ha mi corazón, porque me he olvidado de comer mi pan” (Sal 101,5), el cual es el Santísimo Sacramento, que da vida a nuestras ánimas.
¿Por qué tantos males en el mundo? Porque no queréis comulgar.
¿Por qué tanto pecado? ¿Por qué tan poca caridad unos con otros? ¿Por qué tan pocos que hagan bien? Porque no queréis comulgar.
Así como el cuerpo se seca y no se puede sustentar sin el pan de acá, así vuestra ánima no puede pasar sin comer este pan de vida y está flaca y seca: en tocándole luego resurte; si le hacen una injuria, luego no quiere perdonar; si le tocan en la honra, luego se quiere vengar; si se pierde la hacienda, no hay quien se valga con vosotros…
Comulgad, no se os pase este santo tiempo en balde, sin que queden gordas, fuertes, alegres , bienaventuradas vuestras ánimas con este santo manjar.
Allegaos al altar a tomar remedio, pues que tenéis allí a Jesucristo como lo quisiereis contemplar…
Todo cuanto podéis desear, allí lo tenéis….
San Juan de Ávila. Sermón 41.- En la infraoctava del Corpus