La sensación de tener delante una hoja en blanco y sentir la necesidad imperiosa de escribir algo en ella, casi siempre se me presenta como todo un reto al ingenio, no por el hecho de escribir algo inédito sino más bien por la exigencia personal de escribir algo sustancial.
Muchas veces he dejado que los pensamientos fluyan de manera totalmente improvisada, sin tener a veces incluso una idea precisa de lo que quería escribir, y lo cierto es que al final resultaba sorprendente el resultado.
Comenzaba una vez más estas líneas con ese ímpetu, sin embargo hubo un momento en el que, de pronto, me quedé sin ideas. Y me enfadé conmigo misma por mi transitoria incapacidad de escribir algo que verdaderamente mereciera la pena.
Pero no me rendí, y tras un paréntesis, volví a enfrentarme a esa hoja en blanco que quería llenar. Decidí comenzar contando precisamente mi flaqueza creativa para encaminar una idea sobre la que nunca me había detenido a pensar pero que, sin embargo, estaba muy presente en lo cotidiano, más aún, en la vida misma y su acontecer; la improvisación.
Tiempo atrás, cuando algo trastocaba mis planes previos me provocaba ansiedad, y me quejaba a ese vacío difuso sobre el que se elevan nuestros desencantos diciendo: – ¿ Pero es que nada de lo que planeo puede salir bien a la primera?.
Con el tiempo, se aprende a desarrollar ciertos criterios con más juicio, y de tanto desmontarse los planes previos, comprendí que en la medida que improvisaba otra opción, tenía la maravillosa oportunidad de imaginar y hacer algo mejor. Y de este modo empecé a ver en la improvisación un extenso campo de posibilidades
Así por ejemplo, en cosas cotidianas como hacer la comida, aprendí a sacar más provecho a la despensa. Si un día se me pegaban las lentejas, algo que reconozco me ocurre de vez en cuando, y ese olorcillo a quemado las hacía menos apetitosas, sin darle tiempo a la pesadumbre me ponía a hacer otra cosa; una ensalada con varias cosas, no sólo lechuga y tomate, sin ir más lejos. Otras veces, se trataba de preparar una receta y caer en la cuenta de que faltaba algún ingrediente. La reacción igualmente imaginativa, buscaba otro con el que sustituirle resultando incluso algo aún mejor.
Pues así con casi todo, un imprevisto puede ser en principio un pequeño caos, pero no el final de una intención o del desarrollo de una situación. En nosotros siempre existe la posibilidad de hacer un quiebro y girar los acontecimientos hacia otra solución a menudo aún mejor, por eso, es importante partir del hecho, al menos para entenderlo y encararlo mejor, que improvisar no es sinónimo de desorganización previa o desorden, sino de la capacidad de hacer que un imprevisto no trunque sino que dé lugar a desarrollar otra opción.
Cuenta una fábula que dos ratones cayeron en un caldero de leche con una gruesa capa de nata. Uno de ellos, se ahogó en el caldero sin remedio, el otro en cambio decidió sin descanso patalear para mantenerse a flote. Tal fue su avidez y rapidez nadando entre la gruesa nata y la leche que convirtió ese caldero en mantequilla, salvándose al tiempo que cambió por completo el contenido del caldero.
Pero lo cierto es que no siempre estamos en la mejor predisposición para la improvisación además de sacarle partido. ¿¿Cuántas veces, ante un imprevisto o ante una situación inesperada, nos habremos visto por unos minutos casi acorralados sin saber qué hacer, igual que el primer ratón que murió en el caldero? ¿Cuántas otras no nos habremos, incluso, enfadado por ver que todos nuestros planes previos no se materializan dando lugar a otros totalmente dispares?…Y, ¿cuántas otras tantas veces nos habremos pasado más tiempo justificando y lamentando que tratando de cavilar para dar con otra opción sustitutiva? Muchas, ¿verdad?, más de las que somos capaces de recordar, eso seguro.
Pero, siempre se puede aprender y se pueden dar giros a nuestro modo de encarar las cosas. Improvisar, si sabemos aprovechar los recursos que la propia vida pone en nuestras manos, puede dar lugar a grandes descubrimientos de nosotros mismos en situaciones totalmente inesperadas. La cuestión está en cómo nos posicionamos ante lo imprevisto, si de un modo abierto a demostrar nuestro ingenio y capacidades o de un modo cerrado al tiempo que lastimero de ver lo inmediato.
Aprendamos pues de esta improvisación que hoy os he escrito, aprendamos del ratón que en lugar de morir elaboró mantequilla, aprendamos a ver la vida como un reto sobre el que ser mejores y dar lo mejor de nosotros mismos. Como dijo en cierta ocasión John Lennon, la vida es lo que vivimos mientras hacemos otros planes. Algunas veces esos planes se logran y otras en cambio no pero, eso es lo delirante y emocionante de la vida.
Así, pues, no os preocupéis demasiado si un día se os quema la comida, si se os pierde alguna cosa, o se estropea algo, o simplemente se frustra vuestra mejor intención; siempre se puede convertir una contrariedad y un imprevisto en algo bueno y enriquecedor.
Lo contrario ante eso es el abandono, y abandonarse, qué queréis que os diga, es terminar como uno de los ratones en el caldero, muriendo sin haber descubierto que podía haber hecho rica mantequilla.