Vivimos tiempos inciertos, las noticias en la televisión, lejos de dar esperanzas, nos inquietan hasta preguntarnos hacía dónde nos dirigimos. Esos índices bursátiles, los analistas económicos recabando en la inercia casi en picado de las economías mundiales y un sin fin de conflictos aquí y allá, nos tocan día a día en nuestro nivel de flotación vivencial.
Ante esto, pienso que todo es una cuestión de enfoque y amplitud de miras frente a ese panorama que tenemos delante, pero qué duda cabe que dependiendo de cómo nos vaya la vida a cada cual, el optimismo y el pesimismo tienen su propio terreno abonado, y no es menos cierto que sin necesidad de caer en pesimismos extremos, también hay que detenerse en aquellos que sufren, mucho más en estos tiempos de crisis tan lacerantes y que tanto preocupan.
Trabajar de cara al público, a menudo te da una visión más amplia de la realidad que tú intuyes. Hablaba no hace mucho con una persona de una situación dramática que acababa de sufrir. La conocí hace más o menos un año, y por aquellos días me contaba que su marido tenía tal depresión que ambos estaban sufriendo mucho.
La mujer, sintiendo que su marido necesitaba una atención que ella no podía darle en ese momento por su trabajo, planeó dejar su empleo y montar una pequeña panadería al lado de mi tienda, muy cerca de su vez de su casa para poder estar próxima a él y proyectar en la familia una nueva ilusión.
Mientras se fraguaban todos estos planes y proyectos, el marido empeoraba día a día de su depresión. Tras varios intentos de suicidio, finalmente consiguió acabar con su vida. Aprovechando un despiste del personal del hospital, se escapó y fue directamente al rio Pisuerga donde se ahogó.
Cuando su mujer me lo contó, tuve tal estremecimiento que no alcanzaba a imaginar qué le había pasado a ese hombre por la cabeza para terminar de ese modo con su vida.
Te haces preguntas, pero al mismo tiempo eres incapaz de meterte en la piel de ese ser humano para comprenderlo, lo más que sientes es una profunda pena. Me pareció tan sin sentido, tan cobarde incluso…
Pero en cierto modo me equivoqué en mi juicio. No juzgué a esta persona por suicidarse, pero sí que me pregunté: ¿Acaso este hombre era un enfermo mental? O quizá ¿Un hombre con una personalidad débil?…
La realidad se torna complicada cuando quieres encontrarle sentido, es cierto, pero hay realidades que viven muchas personas a nuestro alrededor que podemos creer que se las provocan ellos mismos, o que les falta coraje: No es así.
Más veces de las que nos paramos a analizar es consecuencia de una sociedad que marca ritmos difíciles a veces de mantener, una sociedad de raseros, balanzas, intereses creados y hasta incluso deshumanizada por establecer escalas de valores más cimentadas en lo material que en los sentimientos.
Este hombre, lamentablemente protagonista de estas líneas, tuvo la mala suerte de padecer simplemente dos hernias discales en su columna vertebral, y siendo como siempre debió ser, un trabajador que se ganaba el pan con el sudor de su frente, de repente se vio imposibilitado de hacerlo porque tras operaciones infructuosas, quedó incapacitado para trabajar físicamente en ese trabajo para el que había sido contratado. Un problema sí, pero no un final, simplemente hubiera valido una reubicación en la empresa.
Pero esta sociedad que sin miramientos ejerce eso “ el que vale, vale y el que no a la calle”, lo que genera es un menosprecio por la persona en su esencia más vulnerable, la de sus capacidades, provocándole su propio auto desprecio en su integridad emocional y humana.
Con una inoportuna enfermedad física, comenzó la caída en picado de esta persona. Se quedó sin ilusiones, sin metas, sin herramientas para demostrar que aún podía hacerse valer en otros aspectos.
Su mujer avisó a los médicos de todos los retrocesos que sufría su marido a nivel mental además de su deterioro físico, pero también ocurre muchas veces que nuestro sistema sanitario no abarca todo lo que debiera abarcar y una cosa sumada a otra, en este caso, dio con el peor de los resultados.
Este caso, ojala pudiéramos decir que es algo aislado, pero no; no lo es. Las estadísticas en los últimos tiempos demuestran que se está sufriendo una escalada ascendente de casos de suicidio motivados por estos tiempos de crisis.
Un artículo publicado hace poco en el periódico “El Mundo” daba unos datos realmente preocupantes y ponía el dedo en la llaga sobre el concepto tan equivocado que podemos tener las personas frente al suicidio.
Según la OMS, en el mundo se suicida una persona cada 40 segundos y en España nueve cada día, superando en los últimos años la cifra de los muertos por accidente de tráfico.
Curiosamente se nos martillea con anuncios y campañas prevención de accidentes de tráfico, cosa que entiendo necesaria y buena, sin embargo no se hace prácticamente nada para evitar la escalada de suicidios, que lejos de ser una enfermedad mental como podemos creer, yo la primera que lo creía, muchas de las personas que se quitan la vida ya habían hablado de ello con anterioridad.
Ahora se sabe que siempre hay que tomar en serio cualquier amenaza de suicidio, porque según los psicólogos no se trata de intentos de chantaje sino, y he aquí lo verdaderamente importante a tener en cuenta, “señales” de aquellos que “no es que no quieran vivir, sino que no pueden vivir más en esas condiciones”.
Pero quizá en lo que se debe poner el acento es en otra afirmación de los psicólogos: “Nadie está sano mentalmente, es un equilibrio constante; lo que lleva al suicidio es la desesperanza”, es decir, que nadie estamos libres.
No pretendo con este articulo alimentar el pesimismo ni esa inercia gris de las noticias y las estadísticas; sí pretendo por el contrario bajarnos un poco a ras de suelo para no juzgar tan a la ligera, pero, sobre todo, para mirar a un lado y a otro y ver en qué manera podemos superar nuestros problemas o ayudar a los demás.
Como cristianos, la comprensión y la solidaridad debe venir acompañada de la fe, que no es otra cosa que la esperanza aplicada a lo cotidiano, a lo que nos aqueja, personalmente y al prójimo, para tenderle la mano y acompañarlo moralmente en sus desdichas para que no se sienta sólo, aislado o despojado de la sociedad.
No podemos cambiar el mundo nosotros solos, desde luego. Dice un proverbio chino que antes de cambiar el mundo date una vuelta por tu propia casa…
Quizá debamos hacerlo, ciertamente, empezar por nosotros mismos para no perder la perspectiva de la fe y la esperanza, porque sin ellas perdemos también la orientación y por tanto el rumbo de nuestra vida, pero también debemos pensar que, como sociedad, algo hay que hacer para que la depresión sólo sea un estadio pasajero y no la consecuencia de un final trágico y anunciado.
Sólo una cosa más que añadir: en la vida hay que entender que las vicisitudes y las penurias nos sirven para hacernos más fuertes, y la fortaleza la da Dios si le dejamos que nos acompañe.