1.- La vida, camino para la muerte
No penséis que perdéis algo en perder este mundo; que lo más lucido de él es oscuro, y lo más alto es de muy poco valor, y lo que más florido parece se pasa como un vapor breve y se marchita como flaco heno ( Hech 4,15; Salm. 101,12).
Poneos al fin de vuestra vida, y veréis cuan gravemente yerran los que ponen su amor en cosa tan caduca e inestable, que corre más que correo.
¿Qué desatino mayor que, viendo que todos vamos de camino para la muerte, pararnos a reír y jugar como si fuésemos a la vida?
Quien a morir va, muy de camino ha de ir, y no ha de entender sino en pedir perdón a los que ha injuriado, y llorar los pecados que ha hecho, y rogar a los presentes que rueguen por él a Dios…
Sed, pues, vos una de las que han pasado por esta vida como de camino y han alcanzado la vida del cielo en que viven; los cuales, si hubieran amado esto presente, ya se les hubiera pasado el placer y tuvieran eternos tormentos.
¿Qué aprovechan ahora a los malos sus desatinos o qué daña a los buenos los trabajos que aquí pasaron?
Pásase lo uno y lo otro, mas no el fruto que ello sacaron; gozáronse unos en la maldad, y lloran para siempre en tormentos; trabajaron otros por agradar a Dios, y los veis hoy honrados en el cielo, gozando de un sano y eterno bien en pago de lo poco que dejaron acá.
Aprended con los malos de no pecar, pues tan amargo fruto sacaron en el pecar; y de los buenos a trabajar, pues tanto provecho les vino de lo que trabajaron.
Presto os veréis vos al fin de esta carrera; la muerte viene muy presto, y siempre decimos que no nos tome de sobresalto, y en el fin de ella querríais haber vivido bien. Mirad que ahora tenemos tiempo; no le perdamos, y ninguna ocasión que se ofrezca de hacer bien, la dejemos de pasar…
Los hijos de este siglo son muy cuidadosos en hacer lo de acá y quieren que ni un punto vaya mal hecho, porque lo estiman en mucho más; los celestiales han de cuidar de las cosas del cielo y hacerlas con cuanta perfección pudieren, y disimular en las de acá.
Si falta hubiere de haber, más vale en la comida del cuerpo que en la santa comunión; en la mesa, que en la oración; más vale que la casa no esté muy ataviada que no estar el ánima sucia y desnuda.
Muy pocas son nuestras fuerzas, y si las repartimos serán muy menores; cuánto más si damos las más a lo que se pasa que a lo que dura sin fin…
( de la Carta 66).
2.- Para el cristiano la muerte es un sueño
Basta ya, señora, basta ya la fiesta que a la carne se ha hecho; enjugue ya sus ojos, porque no se pase el tiempo en llorar muerte, pues le es dado para que gane la vida.
Acuérdese que el Señor echó fuera de casa a los que lloraban una moza muerta, diciendo: Que no era muerta, sino que dormía (cf. Mt 9,24; Mac 5,39); porque entre cristianos el morir no es sino dormir, hasta el día del despertar a tomar nuestros cuerpos para reinar con Cristo en cuerpo y en ánima.
Y piense vuestra merced que por quien llora no está muerto, sino duerme, y sueño de paz; pues vivió y murió como buen cristiano.
¿Qué le pesa a vuestra merced tanto, porque a quien amaba lo sacó el Señor de este lugar tan miserable y lo llevó camino de salvación?
Y si le dejó trabajos, tómelos de buena gana porque él vaya a descansar. Y si mucho siente su ausencia, consuélese, que presto le irá a ver, pues nuestros días tan cortos son y tan poca ventaja nos llevamos en el morir. Entienda que el Señor se lo llevó porque estaba bien aparejado, y a vuestra merced dejó para que bien se aparejase
(Carta 106: A una señora viuda)
3.- Quien no ama a Dios está muerto
No hay vida sin Jesucristo. Todo mata, todo engaña sin él. ¿Quién podrá dar vida a estas ánimas que están muertas?
– ¿En qué veré, padre, que estoy muerto?
– Por la vida que hace tu ánima; cuando está viva, ama, conoce y emplea todas sus fuerzas en servicio de Dios.
Tres maneras hay de muerte: muerte de olvido, muerte de error, muerte de pasiones.
El ánima que a Dios no ama, muerta está su voluntad, entendimiento y memoria; muerta está, y no hace cosa que buena sea.
Dice Jesucristo: Yo vine para que tengan vida, y abundantemente la tengan. Vino Jesucristo para que viviésemos. ¡Bendito sea El para siempre, pues con su muerte compró El nuestra vida!…
(Sermón 29 )
4.- Humildad y confianza en Dios
Lo que vuestra merced ha de hacer para ser muy santa es, lo primero, tenerse por muy mala y tener a Dios por muy bueno, del cual sólo es hacer a los malos buenos y a los buenos mejores, ayudándose ellos de sus favores que da.
Conviene, señora, ser muy leal a nuestro Señor, para darle toda la gloria del bien que tenemos; porque si en ésta le tocamos, en la niña de los ojos le tocamos, y quedarnos hemos sin honra y sin bien.
Igualmente, conviene amarle mucho, para tener mucha santidad; porque el amor hace la santidad, y quien más ama, más santo es. Y pruébase este amor ser verdadero en guardar las palabras de Dios y en padecer cruz por Él; y mientras más dura y seca, tanto más se parece el amor de quien la lleva.
Igualmente, se prueba el amor en el proprio desprecio y propia abnegación; como el Señor dice, que quien quiere ir tras Él, se niegue a sí mismo (Mat. 16,24).
Gran enemigo de su proprio parecer y de su propia voluntad es el que a Dios ama mucho y agradece mucho a quien le ayuda a vencer estos enemigos con contradecirle y darle enojos.
Y hasta que uno tiene este celo de Dios contra sí mismo, vengándose de sí con la penitencia que puede y holgándose que otros venguen a nuestro Señor de él, poco ha caminado en el camino del perfecto amor de nuestro Señor, el cual hace santa-mente aborrecerse a sí mismo para de verdad amar al Señor y a sí mismo
(Carta 103: A una señora)