San Juan de Ávila invita a buscar y a esperar al Señor, en el Adviento, con obras externas y con contemplación interior:
«¡Cuán ocupada estará vuestra merced en este santo tiempo en aparejar posada al huésped que le ha de venir! Paréceme que la veo solícita como Marta y sosegada como Magdalena, para con los servicios interiores y exteriores servir al que viene, pues de uno y de otro es digno el Señor.
¡Oh bienaventurado tiempo en que se nos representa la venida de Dios en carne a morar con nosotros, para alumbrar nuestras tinieblas y encaminar nuestros pies en la carrera de la paz, y, haciéndonos hermanos suyos, gozar de una herencia con El!»
Para poder desear a Dios, que viene hecho hombre, hace falta, dice nuestro Santo, desearlo con muchas ganas:
«No sin causa vuestra merced desea su venida y le apareja su corazón por morada; porque este Señor deseado fue antes que viniese, y el profeta le llama el Deseado de todas las gentes; y a ninguno se da si primero no le desea.
Muy mal empleado es el buen manjar en el gusto que no toma sabor en él; y así es Dios en quien no lo desea. El deseo de los pobres oye Dios, porque tiene sus orejas puestas en el suspiro del corazón que otra cosa no desea sino a Él; y a este tal viene y no se le niega…»
Invita San Juan de Ávila a poner todo el corazón en la búsqueda y deseo de Dios y apartar nuestra mirada y afectos de tantas cosas que nos apartan o impiden verlo bien:
«Querellémonos, señora, de nosotros, que, por querer mirar a muchas partes, no ponemos la vista en Dios y no queremos cerrar el ojo que mira a las criaturas, para con todo nuestro pensamiento mirar a sólo el Señor.
Cierra el ballestero un ojo para mejor ver con el otro, por acertar en el blanco, ¿y no cerraremos nosotros toda vista de lo que nos daña, para mejor acertar a cazar y herir al Señor? Coja y recoja su amor y asiéntelo en Dios quien quisiere alcanzar a Dios…»
Dios se hace cercano en brazos de María; se hace «pan» para ser comido por aquellos que tienen y fomentan el hambre de Dios en su alma sin perezas ni modorras:
«Y para que se diese más confianza a los hombres que podrían alcanzar a Dios, y que no huye de ellos, se hace uno de ellos y se pone en los brazos de una doncella, teniendo El fajados los suyos, sin poder huir del hombre que buscarle quisiere.
¡Oh celestial Pan, salido del seno del Padre y puesto en la plaza de este mundo, convidando contigo mismo a cuantos te quisieren comer y gozar!
¿Y quién es aquel que puede sufrirse de no ir a ti y tomarte, pues por la sola hambre te das? ¿Y pides más, sino que suspire el ánima por ti y, confesando sus pecados, te quieran a ti y te reciban? Grande miseria es la de aquellos que, viniéndoseles el pan a su casa, ellos se quieren más morir de hambre que no abajarse y tomarlo. ¡Oh pereza, y cuánto mal haces! ¡Oh ceguedad, y qué bienes pierdes! ¡Oh sueño, y cuántos bienes nos quitas!
Ponemos fácilmente el corazón en vanidades, en cosas pasajeras y perdemos llenarlo de Jesucristo que viene y llama a nuestra puerta:
«Pues estando prometido que todo el que busca halla, y al que pide que le darán, y al que llama que le abrirán, está claro que, si mal nos va, por nuestra negligencia es… Habiendo Dios venido a curarnos, ¿hémonos de quedar enfermos?
Estando a la puerta de nuestro corazón llamando y diciendo:
Ábreme, amiga mía, esposa mía, ¿dejarle hemos estar llamando, envueltos en nuestras vanidades, y no salirle a abrir?
Anima mía, ven acá y dime, de parte de Dios te lo pido, ¿qué es aquello que te detiene de no ir toda y con todas tus fuerzas tras Dios? ¿Qué amas, si a este tu Esposo no amas? ¿Y por qué no amas mucho a quien mucho te amó? No tuvo El otros negocios en la tierra sino entender en amarte y buscar tu provecho aun con su daño; ¿qué tienes tú que ver en la tierra, sino tratar amores con el Rey del cielo?
¿No ves que se ha de acabar todo esto que ves, que oyes, que tocas, que gustas y tratas? ¿No ves que es todo esto tela de arañas, que no te puede vestir ni defender del frío? ¿A dónde estás cuando en Jesucristo no estás? ¿Qué piensas? ¿Qué estimas? ¿Qué buscas fuera del único y cumplido bien?»
¡Qué lástima vivir dormidos sin ver que Dios viene a hacernos «dioses»; a darnos vida; a darnos amor!:
«Levantémonos, señora, ya, y rompamos este mal sueño. Des- pertemos, que es de día, pues que Jesucristo, que es luz, ya ha venido; y hagamos obras de día, pues algún tiempo hicimos obras de noche.
¡Oh si tanto nos amargase el tiempo que a Dios no conocimos que nos fuese grandes espuelas para ahora con grande ansia correr tras de El! ¡Oh si corriésemos! ¡Oh si volásemos! ¡Oh si ardiésemos y nos transformásemos!…
Nos amó Dios cuando nos hizo a su semejanza, mas mucho mayor obra es hacerse El a imagen del hombre. Abájase a nos para llevarnos consigo, se hace hombre para hacernos dioses, y desciende del cielo para llevarnos allá, y, en fin, murió para darnos vida. ¡Que entre estas cosas esté yo durmiendo y sin agradecimiento a tan grande amor!…
Abre, Señor, mis ojos para que te consideren descender del seno del Padre y entrar en el de la Virgen Madre; y agradeciéndotelo mucho, humílleme yo por ti.
Véate yo en un pesebre por cama, llorando con frío y fatigado con pobreza, y aprenda yo a desechar el regalo por ti; suenen tus lágrimas en mis orejas, para que se ablande mi ánima y se te dé como cera a todo lo que tú quisieres… Sella, Señor, en mi ánima tus palabras, para que yo no peque contra ti.
Recójase en mi corazón la sangre que por mí derramaste, y todo tú seas mi amor, porque quedes contento de cuantos trabajos pasaste por mí. A mí buscaste, por mí lo has, por mí son todas tus justas, libreas y gastos; no me vea yo ser de otro, pues tan bien me mereces tú».
Rompamos, dice finalmente San Juan de Ávila, la tibieza y encendamos nuestro ser con el fuego del amor, con fervor, con hervor, con pasión para podre recibir al Señor que viene y podamos guardarlo bien en nosotros:
«Ea, señora, aparéjese esas entrañas, que viene Dios a nacer y no tiene casa ni cama; téngalas muy encendidas de amor, porque el Niño ha mucho frío. Y si las tiene tibias, con el frío del Niño las calentará; porque mientras más frío padece por nos, más amor enseña tenernos, y donde más amado me veo, allí debo más amor. De fuera frío padece, mas, del mucho amor que tiene, no sufre ropa; que desnudo nace y desnudo lo ponen en la cruz; porque al nacer y al morir nos enseñó mayor exceso de amor.
Apareje, señora, cuna para dormirlo, que es sosiego de contemplación…
Y porque tiene muchos parientes pobres, quien a Él quiere, también ha de querer a ellos, tienda vuestra merced la mano para les dar, porque son hermanos del Criador.
Y después de nacido en ella, guárdelo bien…
» San Juan de Ávila a una Señora en tiempo de adviento carta 67