Por esas cosas que suelen ocurrir en la vida cotidiana y de las cuales toca improvisar y salirse un poco de la costumbre, una fría mañana de un diciembre a punto de terminarse, me tocó coger el autobús para ir a trabajar. Nada peculiar este detalle de no ser porque me sirvió para darme cuenta de algo que me resultó curioso.
Acomodada en un asiento, me puse a observar a cada uno de los viajeros que subían al autobús en cada parada. Supuse que, al igual que yo, iban a trabajar o a cumplir con alguna tarea, pero no era esto lo que me hizo pensar. A medida que subían, casi todos decían al conductor y por extensión a cuantos viajeros había dentro:»buenos días«.
Una mera conducta cortés que de algún modo me pareció hasta entrañable, pero conforme iban entrando más viajeros, esa actitud empezó a resultar contradictoria. Cada uno, observé, que lo hacía de un modo rutinario al tiempo que variaba de unas personas a otras; unos lo decían muy bajito, otros a media voz entre la bufanda, otros con simpleza, y los menos, con cierto tono de alegría.
El toque común a este rigor mañanero, es que a cada saludo de » buenos días«, yo esperaba que alguien contestara, pero curiosamente nadie lo hacía; no había nunca una respuesta. La gente casi como si fueran autómatas movidos por sensores, rebullía en el pasillo del autobús para tomar posiciones mientras las canciones de la sintonía de radio envolvían el ambiente.
Me propuse contestar a cada persona que subía en las diferentes paradas como un ejercicio no solo de educación sino para observar las reacciones al corresponder con el saludo, pero lo cierto es que cada cual parecía asumir que simplemente se trataba de un rigor sin esperar nada más. Y pensé: ¡Qué sociedad más anodina!, tan bonito saludo y tan alegres palabras para recibir el día y tan fugaz en el espacio tiempo de nuestra cotidianidad.
Esto me llevó a pensar en mi misma, en el modo en el que yo también voy por la vida porque, por mucho que nosotros queramos ver cuanto está a nuestro alrededor con lentes perfectamente graduadas, lo cierto es que también vamos miopes por el mundo, a menudo también algo sordos, y por qué no decirlo, sin gusto por la vida.
¿Cuántas veces no habré actuado yo exactamente igual que la gente del autobús?, siendo correcta por cortesía pero sin aflorar lo que verdaderamente debe trascender de nuestras bonitas palabras.
Pues, efectivamente, casi siempre, esa es la verdad. Amanecemos sin pensar que cada día es único, una oportunidad más para ver, sentir, gustar…; y cuando decimos: «buenos días«, solo decimos palabras sin pensar qué » bueno», es todo aquello que nos puede traer el día para sentirnos útiles, despiertos, expectantes ¡ vivos ¡.
Haciendo un poco de repaso en los días de Navidad, todos hemos deseado a nuestros seres queridos y amigos Feliz Navidad, y por supuesto, con la llegada del año nuevo el rigor es también el mismo: Feliz año, Prospero año nuevo…
Todo eso está muy bien, naturalmente, pero aplicando un poco esta reflexión de hoy, pienso que deberían ser algo más que rigores que marca la costumbre. Puestos a ir más allá, se me ocurre que quizá no estaría mal decir: ¡ Buenos días año nuevo¡; pero no como una retahíla más que añadir a todas esas buenas intenciones para con los demás, sino con pleno convencimiento y proyección de las palabras, pero sobre todo, con el peso y el valor que pueden adquirir esas palabras si, como realmente pretenden significar, lo hacemos extensivo a todos y cada uno de los días del año.
Si lo pensamos con detenimiento, cada día que habrá de amanecer en el año, realmente será nuevo, diferente al anterior, y ¿porqué no pensar por la misma regla que, si cada día es nuevo, el año según vaya sucediéndose un día tras otro, sea nuevo igualmente hasta el último día de diciembre ?.
Es ilusionante pensar que cada día por vivir habrá de ser una oportunidad más para ver qué ocurre de nuevo, qué cosas nos esperan, qué podemos hacer mejor o en qué podemos superarnos, cuántos besos podremos dar a quienes queremos, cuántos abrazos podremos sentir…tantas cosas pequeñas y otras más grandes están por descubrir que sólo se puede considerar «viejo» aquello que ha dejado de traer esperanzas.
Pero entiendo que puede resultar ridículo decir en voz alta cada día al subir a un autobús, o al entrar en un comercio, o en nuestro lugar de trabajo: » buenos días año nuevo», no existe en la sociedad tal comprensión para interpretar con acierto nuestros propios enfoques dichos a viva voz, lo sé, pero basta con que lo sintamos nosotros de un modo íntimo y sereno porque, no es menos cierto, que aquello que se fragua con convencimiento en nuestro interior, trasciende al exterior y se proyecta en todo cuanto hacemos, creamos y amamos.
Así pues, y si no os parece demasiado sensacionalista este modo de ver el año que ha comenzado el día 1, os propongo esta fórmula. Habrá días que os resulte muy fácil y otros no tanto, pero en cualquier caso siempre mejor una postura vivificante y expectante que vivir en ese automático en el decir «buenos días» es sólo una cuestión de cortesía y no de una sana y renovada intención de vivir.
Os deseo a todos pues, hoy y cada día: ¡ Buenos días, año nuevo¡.