Seguramente, más de uno ha experimentado alguna vez la amarga sensación de ser tratado de un modo injusto, o envuelto en pleitos, que no ha buscado. por alguien empeñado en llevarse el gato al agua por alguna causa y perder no sólo el pleito sino también una porción de credibilidad.
En estas ocasiones, se suele perder la confianza en la justicia, no la divina, sino la terrenal, la que se rige por leyes humanas, que en el noble intento de ser equitativas, a menudo son para quiénes mejor saben flirtear con ellas.
Esto es así, no nos engañemos, la sociedad está involucionando a la hora de procurar el sentido de la justicia allí donde se necesita aplicar, y no porque no promueva leyes en línea con los tiempos, sino porque en los tiempos que vivimos la conciencia ha cambiado sus valores, minimizando unos, eliminando otros, y ponderando los que provocan inmediata satisfacción con uno mismo.
Pero yo me permito ir aún más allá; a nosotros, a diferencia de hoy, de niños y luego de jóvenes se nos exigía una obediencia muy en conexión con Dios, de quien se nos decía que podía castigarnos si nos portábamos mal,(quizá un torpe concepto en sí mismo al mostrar un Dios castigador en lugar de benevolente y compasivo), y aunque no justifico estos métodos, sí que de algún modo servían para que comprendiéramos que toda mala acción podría traer su reacción y por añadidura ciertas consecuencias.
La educación de estos tiempos modernos, va más en la línea de lo cívico que de lo espiritual, de tal manera que se enseñan muchas normas de educación basándonos en pautas éticas, correctas y socialmente aceptadas. pero obviando el sentido de la generosidad, la responsabilidad, el esfuerzo o la propia entrega personal más allá del beneficio propio en favor de los demás.
La sociedad se queja de que hay una pérdida de valores en nuestras jóvenes generaciones. Es cierto, viven bajo el lema » yo y mis circunstancias«, y a partir de esto, que el mundo gire en torno a cada individuo.
Siendo esto así, entonces. ¿ qué esperamos?
¿Acaso no les estamos dando nosotros mismos el pretexto de desconectar a Dios de sus personas, al preocuparnos más por quitar un crucifijo en una escuela abanderados en agnosticismos que de enseñarles a establecer conexiones con su rico interior para, a su vez, conectar con ese mundo del que forma parte, no como un centro, sino como uno más dentro de un todo?
No nos quejemos pues de la juventud y su egocentrismo, ni de los niños que berrean porque no se salen con la suya, ni de esos delincuentes que tan impunemente entran por una puerta y salen por otro; pues no es más que el resultado de un consentido abandono de nuestras particulares referentes espirituales, guías en definitiva que nos hacían actuar en conciencia aunque no siempre las escucháramos o estuviéramos bien sintonizados con sus ondas emisoras.
Pero lo peor de todo esto es que, en lugar de hacer un poco de inflexión en nuestras propias taras espirituales, exigimos que todo ese mal que pulula en la sociedad, la justicia lo soliviante promulgando leyes para su posterior cumplimiento.
Sin embargo, es precisamente la justicia terrenal la que a menudo empeora las cosas.
Con esos eufemismos tales como » estado de derecho», la sociedad entiende que tiene derechos, pero en lo que no repara es que, bajo esos » derechos», se esconde la ruindad de quienes saben cómo utilizarlos sin conciencia alguna y por supuesto, sin obligación alguna también.
Así, sin ir más lejos, un menor puede cometer delitos mayores, sin embargo, tiene el derecho de ser juzgado más benévolamente por el hecho de ser menor; un padre o una madre puede ser denunciando por uno de sus vástagos si éste considera que se extralimitan en su empeño de hacerle obedecer mientras que él los maltrata emocionalmente con su rebeldía y egocentrismo; unos ocupas sin oficio ni beneficio, pueden instalarse en un piso vacío, mientras su dueño espera largamente que la burocracia judicial pueda actuar en consecuencia; un alumno tiene hoy un poder de denuncia peligroso si no interpreta cómo debe la autoridad que su profesor debe ejercer sobre él ….y así infinidad de hechos cuestionables e intolerables que maltratan a una sociedad que a duras penas mantiene su equilibrio.
Y es que, cuando se pierde el norte en lo que concierne a la conciencia y por añadidura, nos desconectamos de Dios, inevitablemente el hombre se siente un semi-Dios que puede actuar arbitrariamente y gratuitamente haciendo que hasta las propias leyes sean algo maleable y adaptable a sus necesidades.
Hoy, es más importante un buen argumento para la justicia que la verdad en sí misma porque hasta la perspectiva de la verdad se está perdiendo.
La mentira se cree con pocos argumentos, sin embargo, la verdad…¡lo que son las cosas¡, de tan difícil que puede resultar demostrarla, directamente pasamos a la duda.
Dicho esto, habrá quien piense que Dios nada tiene que ver con el equilibrio que debe mantener la sociedad entre el bien y el mal.
Como habrá quien piense que la justicia divina es tan sólo un asidero para los creyentes, pero, qué duda cabe, que al hombre de hoy se le están escapando los valores en la misma proporción que abandona su espiritualidad, o dicho de otro modo, ha decidido desconectarse de Dios y de todo cuánto le unía a él en conciencia para ir por libre sin dogmas procurándose sus propios juicios y criterios, y esto, ¡ qué queréis que os diga¡, siento afirmarlo frente al agnosticismo, pero es una realidad que irá generando más y más injusticias.
Así pues, a quienes perseveramos en seguir conectado a Dios, mejor que nos pille confesados.