Hay que reconocer que los españoles somos solidarios. Somos muy sensibles a las necesidades que están a nuestros alrededor y a las carencias mundiales: el hambre en el tercer mundo, los niños que mueren por falta de todo….
Cuando he vivido en otro país, me he sentido muy orgulloso al escuchar estas palabras: «España es muy solidaria«.
Cuando asoma una catástrofe mundial, enseguida nos hacemos presentes con ayuda material y personal.
Es cierto que hemos perdido otros valores, por ejemplo, la práctica religiosa ha descendido considerablemente; nos hemos hecho más materialistas, mucha gente nada más que piensa en tener más y en pasárselo bien el fin de semana.
Nuestro lenguaje se ha desvirtuado, no sabemos hablar sin echar tacos. En esto también tenemos fama más allá de nuestras fronteras. Incluso cuando traducen películas a nuestro idioma, en la traducción española les ponen algunas palabras fuertes, incluso blasfemas, para que suenen mejor.
Hay una cosa que me llama la atención: la banalización de la religión. Es decir, considerar el tema religioso como inútil, que no merece la pena. Como si fuera una cosa anticuada que la arrinconamos en un trastero porque ya no se lleva, se pasó de moda.
Y esto no es así. Una religión, sea cual sea, es fundamental para la vida humana. Es vital. A un niño o niña que no le inculquemos unas ideas religiosas, le privamos de un gran tesoro.
Necesitamos un suplemento de alma y esto nos lo proporciona la religión.
Es triste encontrar a jóvenes con un montón de posibilidades, pero carecen del sentido de la vida. Se encuentran vacíos, aburridos.
La religión abre horizontes, proporciona esperanza y optimismo. Es bueno y saludable creer y cultivar la fe.
El fenómeno religioso es un hecho muy respetable. Son muchos los millones de hombres y mujeres que creen en Dios y se confían a él. Y cuando afirmo esta importancia de las creencias, me estoy refiriendo al catolicismo, al cristianismo, al hinduismo, al budismo y al islam.
El hecho religioso no es cuestión de cuatro fanáticos incultos. Un fenómeno que ha durado 20 siglos –es el caso del catolicismo- y que ha perdurado en tantas sociedades no podemos descartarlo como algo episódico.
Un grupo humano que ha sobrevivido a tantos movimientos y corrientes de pensamiento no podemos calificarlo como algo banal, de poca monta, inútil.
Hace unos años me reunía todos los viernes con un grupo de jóvenes. Una señora argentina llevaba a su hijo a la reunión. Tenía que esperar, muchas veces dentro del coche.
Un día me reveló lo siguiente: «Padre esto lo hago con mucho gusto. Es una manera de vacunar a mi hijo en contra de la droga y otras cosas peores«.
El corazón humano no puede permanecer vacío, o lo llenamos con Dios o con los ídolos. Los nuevos ídolos de hoy son el poder, el dinero, el pasarlo bien y otros.
La vida es bella, agradable y risueña, pero sin Dios todo se desinfla como un globo.
Las ideas religiosas nos pueden ayudar a crear un mundo más humano, habitable y pacífico. Sin religión perdemos en la vida muchas posibilidades.
Esta es la experiencia de los hombres y mujeres de muchos siglos. ¿Se equivocaron? Creo que no. La historia es maestra de la vida. Nosotros no somos los más listos. Ha habido gente, anteriores a nosotros que han tenido una inteligencia considerable y al mismo tiempo han sido grandes creyentes.
Hay un texto de profeta Isaías en el que veo reflejado todo lo que he pretendido decir: la religión es una buena noticia, venda nuestras heridas y nos hace saborear la mejor libertad.
Dice así:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor (Isaías 61, 1-2).