Se me había desintonizado la radio. Fue una de esas veces en las que sin saber muy bien por qué, al encenderla, solo se escuchaba un zumbido molesto de ondas pérdidas, pero lo peor es que el botón de búsqueda de sintonías parecía no querer tampoco hallar nada inteligible en ese espacio tan etéreo donde navegan las ondas radiofónicas.
Tras varias idas y venidas en el dial de la radio, finalmente una voz irrumpió sonora, contundente, tanto que no sólo fue una cuestión de sintonía sino también de contenido pues lo que comencé a escuchar me enganchó de un modo tan curioso como interesante.
El mensaje inicial que logró mantener mi atención en esa emisora de radio fue: «no hablemos únicamente de cultura del esfuerzo, tan utilizado para recuperar tantos valores educativos perdidos en las generaciones actuales, sino también de la cultura de la eficacia«.
Reconozco que a mí no se me había ocurrido hasta ahora pensar en ello, no al menos de una manera tan paralela, pero escucharlo me llamó poderosamente la atención.
Pensé que quien hablaba y decía esto era algún sociólogo o pedagogo; en definitiva alguien que de alguna manera estudiaba los comportamientos sociales, y aunque muchas veces este tipo de cosas pueden ser material para escribir libros y pura demagogia, lo cierto es que esto se me antojó diferente y decidí seguir escuchando.
Lo siguiente que acertó a decir esa voz en la radio fue: «no basta con estudiar mucho, hay que hacer bien el examen, si no, no sirve absolutamente para nada«.
Esto, definitivamente, rompió totalmente mis esquemas. ¿Cómo alguien puede decir que estudiar mucho, es decir esforzarse a la hora de estudiar, puede no servir para nada?
Esto es como decir; por mucho que camines no llegarás a ninguna parte.
Pero, efectivamente, tenía razón.
La persona que hablaba en la radio era el entrenador personal de Rafa Nadal, el famoso tenista, y aunque bien podía haberse limitado a recoger los ecos de admiración de una afición a la que tantas alegrías da con sus triunfos, hizo toda una demostración de cómo debe pensar y aprender un campeón a partir de sus derrotas.
Así, de este modo, siguió revelando todo un compendio de pautas que definitivamente me demostraron cuán válidas podían llegar a ser a la hora de educar y forjar no sólo campeones deportivos, sino campeones para la vida.
En pocas palabras, el mensaje que trasmitió fue que no sólo bastaba con entrenar duro, día tras día; se trataba de descubrir en qué se fallaba para trabajar en ello y superarlo.
Es decir, el esfuerzo debía servir para ser más eficaces en la competición y obtener victorias.
Y, naturalmente, ponía como ejemplo a Nadal cuando era derrotado por Federer.
La derrota le servía a Nadal para detenerse en sí mismo y estudiar sus fallos.
Entrenar más duro sin saber en qué fallaba a la hora de enfrentarse a tan duro rival, no le ayudaba; era necesario observar a su rival, analizarlo y descubrir sus puntos para ser más eficaz a la hora de competir en los torneos.
Enseguida pensé en muchos estudiantes.
Hacinados en sus habitaciones o aulas de estudio devorando apuntes y más apuntes, memorizando para salir del mal trago de un examen pero sin, seguramente, detenerse a analizar el contenido en su dificultad para demostrar que se ha comprendido y que se va a ser capaz de desarrollar con buen resultado en el examen.
Sin ningún tipo de ambages, llegué a la tremenda conclusión de que ese hombre que hablaba en la radio con tanta elocuencia, tenía muchísima razón.
No era un educador al uso, era un entrenador deportivo pero desde luego, sabía bien lo que debía hacer con su pupilo.
Quizá porque quienes más pueden hablar de ello, es decir profesores de toda índole y sociólogos, demandan de las nuevas generaciones una recuperación de la cultura del esfuerzo y la exigencia, hemos asumido y aceptado que esto bien podría ser suficiente, sin embargo, no lo es.
La eficacia, efectivamente es el fin a perseguir y por el que estudiar y entrenarse con ahínco, pero no sólo por nuestros estudiantes.
No, señores. También en nuestras respectivas ocupaciones y dedicaciones profesionales.
En esta sociedad actual, nos preocupa mucho trabajar una u otra jornada laboral, que se nos despida con tal o cual indemnización, sin embargo, de la eficacia parece que o bien la obviamos o que incluso la olvidamos.
Seamos honestos y sobre todo prácticos.
No sirve de mucho trabajar ocho o diez horas diarias si la producción de nuestro trabajo no es la adecuada ni se hace del todo bien.
Es lamentable observar cómo en nuestra sociedad hay quienes sólo se limitan a acudir a su trabajo para cumplir con una jornada laboral sin preocuparles hacer mejor su trabajo.
Esto sí que debe preocuparnos porque poco podemos exigir a la sociedad, a la generaciones futuras, e incluso a la propia vida, si nosotros no aportamos esos talentos que se nos otorgan al nacer procurando ser eficientes.
No podemos ver la paja en el ojo ajeno ignorando la astilla en el nuestro.
En el libro de El Principito, el propio Principito no dejaba de repetir una y otra vez que el hombre era un ser extraordinario.
Lo es realmente, sí, pero en la medida que también es capaz de no acomodarse en lo que sabe sino en descubrir lo que no sabe para ser cada vez mejor.
Dicho esto, amigos, que cada cual mire para sí.
No se trata de ser los mejores siempre, pero sí cada día un poco mejor, porque sólo así pueden salir bien las cosas.
De otro modo, es dar más socios al club de la mediocridad.