Al empezar la Cuaresma y pensando en el miércoles de ceniza, me viene a la mente el tema de la humildad.
La humildad es quizás la virtud más difícil de detectar, pues se encuentra muy próxima a la soberbia. Sería soberbia decir: «soy tan humilde que la gente se cree que no valgo nada, cuando valgo mucho».
Si tuviera que definir la humildad diría que es «la verdad», con un matiz muy importante: reconocer que lo que se posee es obra del Espíritu Santo, que me lo ha dado para ponerlo al servicio de los demás.
La mejor definición de humildad la encuentro en «Magnificat», canto en el que la Virgen María da respuesta al saludo de su pariente Isabel, cuando la recibe como «Madre del Señor». María no lo niega, no dice que se lo merece, lo acepta plenamente como un regalo del Padre: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Luc. 1,46).
En este canto podrían desfilar la humildad y la soberbia si lo sacáramos de contexto. Por ejemplo si nos quedáramos solo en la frase: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones«. Es sin embargo humildad al reconocer que el Señor «Ha mirado la humildad de su esclava», y, por ello, ha querido ensalzarla. Se podría decir: Todo lo soy en el Padre y nada en mí misma.
Podemos contemplar la humildad en María. El Padre busca una Madre para su Hijo; siendo todopoderoso se fija en una jovencita de una aldea de Galilea, la tierra de los gentiles.
La elige Inmaculada desde su Concepción. Jesús la acepta como Madre y el Espíritu Santo como «esposa».
Tras el anuncio del ángel San Gabriel diciéndole que sería Madre del Mesías y sabiendo que esta es la voluntad del Padre, María se reconoce su esclava, no tienen otra voluntad que la del Padre.
María se casa con José, en prometido, y son una familia más entre las de Nazaret. Se traslada a Belén, donde da a luz en una cueva, al no encontrar alojamiento y un ángel anuncia el Nacimiento a unos pastores que vienen a adorar al Niño.
A los cuarenta días, hacen la presentación de Jesús en el templo y ofrecen el sacrifico de los más humildes: dos tórtolas.
Recibe la visita de unos magos y tiene que huir a Egipto para salvar al Niño de la muerte. Vuelta a Nazaret ,su vida transcurre en la normalidad de una familia humilde.
Acompaña a Jesús en su pasión y muerte, desde el silencio, al pie de la cruz, donde nos recibe como hijos y nosotros como Madre, a través de Juan el discípulo amado. En un momento concreto María es ascendida en cuerpo y alma a los cielos y allí es reconocida como Reina y Madre de todo lo creado.
Jesús, asume, desde la humildad, el salto infinito que hay de Dios al hombre y lo hace desde el Amor.
Toda su vida transcurre dentro de la humildad y la pobreza. Durante treinta años de vida oculta «vive sujeto a sus padres», ayuda a José en la carpintería. En la vida pública pasa haciendo el bien y sólo reconoce su condición de Hijo de Dios, el Mesías, cuando lo requieren las circunstancias y le conduce a la muerte antes que renunciar a ello.
Jesús «no tenía donde reclinar la cabeza»; vive en casas prestadas, muere viendo cómo se reparten su ropa, y es enterrado en una sepultura prestada.
En los evangelios se recogen episodios en que se unen la fe y la humildad.
La fe lleva a pedir a Jesús un milagro y si Él quiere se puede producir lo que se desea. El que pide se acerca a Jesús desde la humildad, se sabe indigno de recibir lo que pide.
Así, Jesús cura al criado del Centurión de Cafarnaúm, cuando éste, lleno de fe y humildad, le dice: » Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero bastará una sola palabra para que mi siervo quede sano».
Jairo es el Jefe de la sinagoga de Cafarnaúm, es un personaje importante, pero se postra con humildad delante de Jesús y le pide que le acompañe a su casa y cure a su hija que está muy enferma.
Jesús lo acompaña y resucita a la niña.
En el camino se cruza un día con la hemorroisa, lleva doce años con pérdidas de sangre y ha gastado todo su dinero en los médicos, sin resultado.
Se acerca a Jesús por detrás, llena de humildad, y toca la orla de su vestido. Sabe, desde la fe, que bastará ese gesto para ser curada, y así le sucede.
Una mujer cananea y, por ello, gentil, se acerca a Jesús, movida por la fe, para pedirle que cure a su hija. La respuesta de Jesús es inesperada, ha venido a curar al pueblo de Israel. La mujer, desde la humildad, le dice: «tienes razón, Señor, pero los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus señores».
Su hija quedó curada.
Pedro es todo corazón y, al mismo tiempo, es humilde.
Sus relaciones con Jesús están llenas de «tropiezos», movido por el cariño y reproches de Jesús aceptados con humildad.
Jesús anuncia por primera vez su pasión y Pedro se lo lleva aparte para recriminarlo. Jesús le corrige diciendo: tus pensamientos son de los hombres, no los de Dios. Pedro lo acepta con humildad.
Cuando Jesús anuncia que sus discípulos lo abandonarán en el huerto de los olivos, Pedro, seguro de su amor por Jesús, dice: «aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré«.
Jesús le dice: «Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces»
Pedro, entra dentro de sí, se humilla y llora amargamente.
En otra ocasión, Jesús le pregunta tres veces: «Pedro ¿me amas más que éstos?»
La respuesta de Pedro fue desde la humildad: «Señor, tú sabes que te amo».
Y Jesús le nombra el primer papa de la Iglesia.
Indudablemente, el matiz de reconocer que todo es regalo del Espíritu Santo es la clave de la humildad.
Si tuviera que definir lo que no es la humildad- soberbia, me quedaría con esta frase: «Ojalá te pueda comprar por lo que vales y vender por lo que crees que vales«
Pero yo soy optimista, pienso que hay mucha más gente buena de la que podamos pensar, personas sencillas que en nada destacan, pero que hacen que el mundo sea habitable.
Gente humilde que pasa por la vida haciendo el bien: abuelos/as y padres y madres de familia, monjas de clausura y de la caridad, etc… que llenan el Cuerpo Místico de gracias, todas ellas brillando por la humildad-