La fe en Dios se va abriendo paso en el futuro. Se cierra una puerta y se abre otra. Parece que Dios juega al escondite con el hombre y la mujer de hoy.
La audacia de creer no es una tontería, ni una rareza. Es un fenómeno en el que entran en juego millones y millones de seres humanos.
Un ejemplo: el catolicismo está integrado por 1.200 millones de creyentes. No me he equivocado, son mil doscientos millones.
A esto habría que añadir los creyentes de otras iglesias cristianas: anglicanos, luteranos, bautistas, evangélicos, metodistas…todos confiesan el nombre de Jesús.
Lo que hemos señalado anteriormente es solo el cristianismo.
El mundo de las religiones es muy variado y rico. Cómo no recordar a los judíos, budistas, musulmanes y todo el mundo religioso de oriente que apenas conocemos.
Con todo este panorama religioso me atrevo a afirmar que el mundo es en su misma entraña creyente. Que la fe está en el corazón humano de una u otra manera.
Escarbando un poco en la existencia, la encontramos.
Cuántas veces hemos oído a personas que viven alejadas de la fe y la práctica religiosa esta afirmación: «no sé si existe Dios pero tiene que haber algo«.
Es la sed de infinito que resuena en el interior humano.
Voy a escribir lo que han dicho grandes hombres en la historia.
En realidad la fe no es patrimonio de cuatro pobrecitos aunque los pobres sean los que mejor han acogido a Dios:
«¿Quién no adorará al Arquitecto de todas estas cosas?» (Nicolás Copérnico).
«Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos un inmenso océano. La admirable disposición y armonía del universo, no ha podido sino salir del plan de un Ser omnisciente y omnipotente» (Isaac Newton).
«Lo declaro con orgullo: soy creyente. Creo en el poder de la oración, y creo, no solo como católico, sino también como «científico» (Marconi).
«Todo aquel que está seriamente comprometido con el cultivo de la ciencia, llega a convencerse de que en todas las leyes del universo está manifiesto un espíritu infinitamente superior al hombre, y ante el cual, nosotros con nuestros poderes debemos sentirnos humildes» (Albert Einstein, físico, teoría de la relatividad, premio Nobel 1921).
Dios es como un volcán, a veces parece que está apagado, pero Él late en el corazón humano y surge vivo y fogoso donde menos lo esperamos.
Termino con una nota interesante es de Louis Pasteur (1822-1895), químico.
Una tarjeta y una sorpresa: «Un joven universitario viajaba en el mismo asiento del transporte con un venerable anciano que iba rezando su rosario.
El joven se atrevió a decirle: «¿Por qué en vez de rezar el rosario no se dedica a aprender e instruirse un poco más? Yo le puedo enviar algún libro para que se instruya» El anciano le dijo: «Le agradecería que me enviara el libro a esta dirección» y le entregó su tarjeta.
En la tarjeta decía: Louis Pasteur, instituto de Ciencias de París.
El universitario se quedó avergonzado.
Había pretendido darle consejos al más famoso sabio de su tiempo, el inventor de las vacunas, estimado en todo el mundo y devoto del rosario».