La cuaresma que empezamos no es tiempo que vienen después de las alegrías del carnaval, sino tiempo de gozo interior exultante, que da sentido definitivo a todas las alegrías. En la Biblia se lee:
«El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador, se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta» (Sof. 3,17)
Dios es amante de la vida; lo contrario de la tristeza, los miedos, las angustias.
Dios es la Vida, lo contrario de la muerte y de toda clase de muertes.
El buen humor, el gozo no está reñido con la santidad ni con la profundidad.
El saber aceptarse y reírse de sus propios defectos no quiere decir que no se esfuerce por superarlos.
El saber comprender y amar al otro no quiere decir que no se le exija.
El saber reír ante Dios no quiere decir que no se le ame.
En Cuaresma nos esforzamos por ser mejores, por vivir la ley y el estilo de Dios. Pero nuestra perfección no está en hacer cosas heroicas ni en el cumplimiento escrupuloso y angustioso de la ley, sino en una fe gozosa y en un amor confiado en Padre celestial.
El amor es comprensivo, compasivo y alegre.
El humor no está reñido con la exigencia. No tratamos de rebajar las exigencias de la Cuaresma y, mucho menos, del cristianismo.
No se trata de hacer una Cuaresma «descafeinada» adaptada a nuestros gustos, a nuestras comodidades, a nuestra época ligera.
Una Cuaresma en positivo y con humor puede exigirte las mayores entregas y generosidades, pero sin darles importancia, sin talante empaquetado, sin pose o teatralidad.
Fue lo que recomendó el mismo Jesús en relación con la oración, el ayuno y la limosna.
Somos invitados cada uno a estrenar una nueva Cuaresma con amor y con humor; esforzados en ser mejores creyentes, pero confiados en que, por encima de todo, hay un Dios entregado por nosotros y que nos ama y nos perdona cuando vamos a Él confiados y con el corazón de un niño.